REFELEXIONES SOBRE EL JUEVES SANTO.
TODA EUCARISTÍA TERMINA EN SOLIDARIDAD.
Israel es un pueblo hambriento y sediento que va de cosecha en cosecha y de pozo
en pozo, de pasto en pasto, del pasto al árbol frutal, de la leche a la comida de su
rebaño. Es un pueblo que come de la mano de Dios. (Qo 2,24). Él sabe que todo lo
que existe es don de Dios. Existe por Dios, para conocer y gustar su paternidad. El
fruto y el agua, la leche y la comida, el sol y el maná, son el amor de Dios hecho
comida para dar la vida a la comunidad en el desierto. De ahí porque el hombre es
el único que da gracias; Dios se revela en el don y el hombre responde dando
gracias. Esa es la raíz de la Eucaristía cuya memoria de institución, junto al
sacerdocio celebramos hoy.
El pan y el vino requieren más un hombre creador que consumidor; pan y vino son
también los hombres con sus penas. El pan son trabajadores que han sembrado,
cosechado, molido y amasado; y el vino campesinos que han preparado la tierra,
haciendo cepas y abonando bajo el sol. La Eucaristía se hace de jornadas de
trabajo; el pan y el vino pertenecen a hombres que trabajan en grupo donde cada
uno es responsable de los suyo hasta permitirnos comer y beber. Podemos
compartir la Eucaristía porque muchos la han hecho posible como materia prima
con su trabajo. En la Eucaristía como en la mesa de nuestra casa nos encontramos
con la solidaridad laboral de todos los hombres. Este pan y este vino frutos de la
tierra y del trabajo del hombre están destinados a ser compartidos como cuerpo y
sangre de Cristo. “tomad y comed”, y festejados por ser pascua que nos reúne para
ser enviados.
Se vive biológicamente de comer y beber; se vive humanamente de comer y beber
en comunidad; se vive cristianamente de comer y beber el cuerpo y la sangre de
Jesús en Comunidad.
“ESTE PAN SOY YO”.
Paradójico que en estos momentos de tensión Jesús aprovechara para organizar
una cena de despedida. Llama la atención que no aparezca ningún elemento que
recuerde la salida de Egipto, pero las familias judías si estaban celebrando la cena
memorial de su liberación. Puede ser más preciso decir que la cena de despedida
Jesús la celebró poco antes de la pascua. Jesús si subió a Jerusalén para celebrar la
pascua pero no fue posible por el desarrollo de los acontecimientos; su cena fue de
despedida.
Lo original de esta cena fue que en el momento de partir el pan y beber el vino que
tantas veces había compartido con los discípulos, pobres y excluidos iba agregando
a cada uno: “Esto es mi cuerpo” (este pan Soy yo), luego los invita a beber de su
propia copa el vino diciendo: “esta es la sangre como nueva alianza”; así los
discípulos quedan alimentados con el cuerpo y la sangre del Señor; agrega que la
nueva alianza del reino definitivo de Dios será para todos (muchos). Así la
comunión se mantendrá hasta que coman y beban juntos el memorial de la
entrega de Jesús.
LA FE PARTICIPA DE UN CUERPO.
Lo más hermoso de la vida cristiana expresado en la liturgia es que somos
creyentes porque participamos de un cuerpo ofrecido por Jesús a sus discípulos.
Cuando Jesús pone su cuerpo en manos de los discípulos se experimenta como
vulnerable de hecho uno lo había negado, otro lo había vendido y el resto se dio a
la fuga; la debilidad de su cuerpo venía desde la pasión en el comportamiento de
sus adversarios. Ser creyente implica contar con el cuerpo de Jesús. Todos los
sacramentos están enraizados en nuestra vida corporal. De ahí que las diferentes
posiciones corporales en la fe forman una espiritualidad integral de lo corporal; y lo
particular de cada santidad tiene que ver con tener un cuerpo propio.
LA RUTA DE LA PASIÓN ES DESCENDENTE.
Estaban aún en la fiesta de despedida cuando dos criados entraron en la sala para
que, terminado el primer plato, los comensales, según era costumbre, se lavasen
las manos. Uno de los criados se acerca a Jesús pero éste le pide la ponchera, la
toalla y el agua porque va a lavar los pies a sus discípulos. Su ruta, igual que la fe,
no es ascendente sino descendente. Para el mundo de los discípulos era una locura,
para el corazón algo intolerable; y para la razón era un absurdo. Este gesto es tan
importante que Jesús amenaza a Pedro con la ruptura si no se deja lavar. Pedro
amaba a Jesús pero desconocía las implicaciones y verificación del amor a Dios en
el amor a los hermanos. Pedro tenía la imagen del Dios omnipotente, inaccesible y
no del Jesucristo servidor. El servicio levanta al hombre al nivel de Dios; pero ni el
deseo de hacer el bien justifica estar por encima de los demás.
MEJOR JESÚS QUE LOS HERMANOS.
“¿Tú a mí?” significa la extrañeza de Pedro por la acción de Jesús contra el orden de
los valores tradicionales... Pedro no acepta porque él pertenece a una sociedad en
la que cada uno debe ocupar su puesto; defender el rango de otro es defender el
propio.
El problema es que si no admite la igualdad no puede estar con Jesús. Esto lo pone
al borde de la defección. Pedro se interesa más en la persona de Jesús que en sus
obligaciones testamentarias como discípulo; por tratarse de un seguimiento a Jesús
más que una compañía a él. Pedro quiere seguir a Jesús pero aún no se da por
enterado del amor a los hermanos.
Pedro piensa que el lavado todavía es purificatorio pero no admite la acción como
servicio. Le llama más la atención el rito religioso que la fe, prefiere obedecer que
imitar. Pedro quiere, como todos nosotros a Jesús pero sin darse por enterado del
amor a los hermanos.
P. Emilio Betancur