VIERNES SANTO ( Is 52, 13- 53,12; Sal 30; Hb 4-14-16; 5, 7-9; Jn 18, 1-19, 42)
El Viernes santo, día de la pasión y la crucifixión del Señor. Jesús quiso ofrecer su vida en sacrificio
para el perdón de los pecados de la humanidad. Lo mismo que sucede ante la Eucaristía, sucede ante la
pasión y muerte de Jesús en la cruz. Estamos ante algo que humanamente podría parecer absurdo: un Dios
que no sólo se hace hombre, con todas las necesidades del hombre; que no sólo sufre para salvar al hombre
cargando sobre sí toda la tragedia de la humanidad, sino que además muere por el hombre.
La muerte de Cristo recuerda el cúmulo de dolor y de males que pesa sobre la humanidad de todos
los tiempos: el peso aplastante de nuestro morir, el odio y la violencia que aún hoy ensangrientan la tierra.
La pasión del Señor continúa en el sufrimiento de los hombres. Como escribe con razón Blaise Pascal,
"Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo; no hay que dormir en este tiempo" ( Pensamientos, 553).
El Viernes santo es un día lleno de tristeza, pero al mismo tiempo es un día propicio para renovar nuestra
fe, para reafirmar nuestra esperanza y la valentía de llevar cada uno nuestra cruz con humildad, confianza
y abandono en Dios, seguros de su apoyo y de su victoria. La liturgia de este día canta: ¡salve, oh cruz,
esperanza única!” (Benedicto XVI audiencia general , 8 de abril de 2009 ).
Para vivir de una manera más intensa la pasión del Redentor, la tradición cristiana ha dado vida a
numerosas manifestaciones de religiosidad popular, entre las que se encuentran las conocidas procesiones
del Viernes santo, con los sugerentes ritos que se repiten todos los años. Pero hay un ejercicio de piedad,
el "vía crucis", que durante todo el año nos ofrece la posibilidad de imprimir cada vez más profundamente
en nuestro espíritu el misterio de la cruz, de avanzar con Cristo por este camino, configurándonos así
interiormente con él. Podríamos decir que el vía crucis , utilizando una expresión de san León Magno, nos
ense￱a a “contemplar con los ojos del coraz￳n a Jesús crucificado para reconocer en su carne nuestra
propia carne” ( Sermón 15 sobre la pasión del Señor ).
El mal no tiene la última palabra, porque quien vence es Cristo crucificado y resucitado, y su triunfo
se manifiesta con la fuerza del amor misericordioso. Su resurrección nos da esta certeza: a pesar de toda
la oscuridad que existe en el mundo, el mal no tiene la última palabra. Sostenidos por esta certeza,
podremos comprometernos con más valentía y entusiasmo para que nazca un mundo más justo.
Nos acompañe María santísima, que, después de haber seguido a su Hijo divino en la hora de la
pasión y de la cruz, compartió el gozo de su resurrección.