DOMINGO DE PASCUA
(He 10,34a.37-43; Colosenses 3,1-4; Juan 20, 1-9)
¡Ha resucitado!
¡El Crucificado ha resucitado!
A las mujeres que acudieron al sepulcro, la mañana de Pascua, el ángel les
dijo: “No teman. Buscan a Jesús Nazareno, el crucificado. ¡Ha resucitado!”.
Este acontecimiento es la base de nuestra fe y de nuestra esperanza: si
Cristo no hubiera resucitado, el cristianismo perdería su valor; toda la
misión de la Iglesia se quedaría sin brío, pues desde aquí ha comenzado y
desde aquí reemprende siempre de nuevo. El mensaje que los cristianos
llevan al mundo es este: Jesús, el Amor encarnado, murió en la cruz por
nuestros pecados, pero Dios Padre lo resucitó y lo ha constituido Señor de
la vida y de la muerte. En Jesús, el Amor ha vencido al odio, la misericordia
al pecado, el bien al mal, la verdad a la mentira, la vida a la muerte.
Esta noticia ha de ser para nosotros de hoy y de siempre, y la hemos de
recoger en nuestro corazón con una gran alegría: ¡Cristo ha resucitado!
Esta gran noticia debe llegar a todas las casas, a todas las familias,
especialmente allí donde hay más sufrimiento, donde no hay fe y se ha
perdido la esperanza.
Qué hermoso es que llegue sobre todo al corazón de cada uno, porque es
allí donde Dios quiere sembrar esta Buena Nueva: Jesús ha resucitado, hay
la esperanza para ti, ya no estás bajo el dominio del pecado, del mal. Ha
vencido el amor, ha triunfado la misericordia. La misericordia de Dios
siempre vence.
¿Qué significa que Jesús ha resucitado? Significa que el amor de Dios es
más fuerte que el mal y la muerte misma, significa que el amor de Dios
puede transformar nuestras vidas y hacer florecer esas zonas de desierto
que hay en nuestro corazón. Y esto lo puede hacer el amor de Dios.
Este mismo amor por el que el Hijo de Dios se ha hecho hombre, y ha ido
hasta el fondo por la senda de la humildad y de la entrega de sí, hasta
descender a los infiernos, al abismo de la separación de Dios, este mismo
amor misericordioso ha inundado de luz el cuerpo muerto de Jesús, y lo ha
transfigurado, lo ha hecho pasar a la vida eterna. Jesús no ha vuelto a su
vida anterior, a la vida terrenal, sino que ha entrado en la vida gloriosa de
Dios y ha entrado en ella con nuestra humanidad, nos ha abierto a un
futuro de esperanza (Francisco 31 de marzo de 2013) .
San Agustín enseñaba a sus files: “la resurrección del Señor es nuestra
esperanza” ( Sermón 261,1). Con esta afirmación, el gran Obispo explicaba
a sus fieles que Jesús resucitó para que nosotros, aunque destinados a la
muerte, no desesperáramos, pensando que con la muerte se acaba
totalmente la vida; Cristo ha resucitado para darnos la esperanza.
En efecto, una de las preguntas que más angustian la existencia del
hombre es precisamente ésta: ¿qué hay después de la muerte? Esta
solemnidad nos permite responder a este enigma afirmando que la muerte
no tiene la última palabra, porque al final es la Vida la que triunfa. Nuestra
certeza no se basa en simples razonamientos humanos, sino en un dato
histórico de fe: Jesucristo, crucificado y sepultado, ha resucitado con su
cuerpo glorioso. Jesús ha resucitado para que también nosotros, creyendo
en Él, podamos tener la vida eterna. Este anuncio está en el corazón del
mensaje evangélico.
San Pablo lo afirma con fuerza: “Si Cristo no ha resucitado, nuestra
predicación carece de sentido y vuestra fe lo mismo”. Y añade: “Si nuestra
esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más
desgraciados” ( 1 Co 15,14.19). Desde la aurora de Pascua una nueva
primavera de esperanza llena el mundo; desde aquel día nuestra
resurrección ya ha comenzado, porque la Pascua no marca simplemente un
momento de la historia, sino el inicio de una condición nueva: Jesús ha
resucitado no porque su recuerdo permanezca vivo en el corazón de sus
discípulos, sino porque Él mismo vive en nosotros y en Él ya podemos
gustar la alegría de la vida eterna.
Por tanto, la resurrección no es una teoría, sino una realidad histórica
revelada por el Hombre Jesucristo mediante su “pascua”, su “paso”, que
ha abierto una “nueva vía” entre la tierra y el Cielo (cf. Hb 10,20). No es un
mito ni un sueño, no es una visión ni una utopía, no es una fábula, sino un
acontecimiento único e irrepetible: Jesús de Nazaret, HIJO DE MARÍA, que
en el crepúsculo del Viernes fue bajado de la cruz y sepultado, ha salido
vencedor de la tumba.
La resurrección de Cristo es nuestra esperanza. La Iglesia proclama hoy
esto con alegría: anuncia la esperanza, que Dios ha hecho firme e
invencible resucitando a Jesucristo de entre los muertos; comunica la
esperanza, que lleva en el corazón y quiere compartir con todos, en
cualquier lugar, especialmente allí donde los cristianos sufren persecución
a causa de su fe y su compromiso por la justicia y la paz; invoca la
esperanza capaz de avivar el deseo del bien, también y sobre todo cuando
cuesta.
Hoy la Iglesia ora, invoca a María, Estrella de la Esperanza, para que
conduzca a la humanidad hacia el puerto seguro de la salvación, que es el
corazón de Cristo, la Víctima pascual, el Cordero que “ha redimido al
mundo”, el Inocente que nos “ha reconciliado a nosotros, pecadores, con el
Padre”. A Él, Rey victorioso, a Él, crucificado y resucitado, gritamos con
alegría nuestro Alleluia . El Crucificado ha resucitado.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)