SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA, CICLO B
LECTURAS:
PRIMERA
Hechos 2,32-35
A este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos. Y exaltado
por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha
derramado lo que ustedes ven y oyen. Pues David no subió a los cielos y sin
embargo dice: "Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a
tus enemigos por escabel de tus pies".
SEGUNDA
1 Juan 5,1-6
Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama a
aquel que da el ser ama también al que ha nacido de él. En esto conocemos que
amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos.
Pues en esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus
mandamientos no son pesados, pues todo lo que ha nacido de Dios vence al
mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe. Pues,
¿quien es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Este
es el que vino por el agua y por la sangre: Jesucristo; no solamente en el agua,
sino en el agua y en la sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio, porque el
Espíritu es la Verdad.
EVANGELIO
Juan 20,19-31
Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a
los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó
Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.» Dicho esto, les mo stró
las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo
otra vez: "La paz con ustedes. Como el Padre me envió, también yo los envío".
Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Reciban el Espíritu Santo. A quienes
ustedes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes ustedes se los
retengan, les quedan retenidos". Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no
estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: "Hemos visto al
Señor". Pero él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no
meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no
creeré". Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con
ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: "La paz con
ustedes". Luego dice a Tomás: "Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu
mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente". Tomás le
contestó: "Señor mío y Dios mío". Dícele Jesús: "Porque me has visto has creído.
Dichosos los que no han visto y han creído". Jesús realizó en presencia de los
discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Estas han sido
escritas para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que
creyendo tengáis vida en su nombre".
HOMILÍA
Los caminos para llegar a la fe tienen que comenzar por el conocimiento. Como dice
san Pablo: “Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán
en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique?” (Romanos
10,14).
El apóstol insiste en la necesidad de la predicación para llegar al conocimiento que
permite el acceso a la fe y por ésta a la invocación.
Cuando se llega al conocimiento se plantea al individuo una disyuntiva: aceptar o
rechazar.
La aceptación de la verdad es la fe. Depende de cada uno acrecentarla por medio
de la oración y un crecimiento constante en el conocimiento.
Lo que explica que haya tantos creyentes en el mundo que, sin embargo, no creen
en lo mismo, se debe a las tremendas limitaciones que el ser humano tiene. Por un
lado, existe el ambiente cultural en el que uno nace. Esto hace que muchos se
inclinen a creer en aquello en que creen sus padres, sus familiares y
conciudadanos.
En la India, por ejemplo, las religiones mayoritarias son el hinduismo y el budismo.
Los cristianos allí son una minoría insignificante.
Lo mismo ocurre en diversos países donde desde siglos se impuso el islamismo, que
aunque es más cercano al cristianismo en cuanto a aceptar un solo Dios, se
convierte, por otro lado, en el mayor adversario del cristianismo, pues rechaza la
idea de Jesús como Hijo de Dios y lo relega al rango de profeta, pero inferior a
Mahoma, el fundador del Islam.
En Occidente se impone el cristianismo, pero andamos divididos en diversos
grupos, unos más o menos cercanos, y otros totalmente alejados e incluso
enemigos.
Esto nos indica que si ponemos nuestra fe en la doctrina que predican quienes no
poseen la Verdad, estaremos equivocados en nuestros conceptos, aunque en
nosotros siga actuando la gracia de Dios, pues nuestra conciencia errada nos hace
ver que tenemos la Verdad.
Cuando uno cree de buena fe en aquello que aceptamos como la Verdad, aunque
no lo sea totalmente, nos sentimos en unión con Dios, pues nuestra ignorancia nos
exonera, ya que actuamos con sinceridad.
Otra cosa es que uno se convenza de que aquello en lo que cree es un error, pero
por intereses materiales prefiera seguir en el mismo. Ya entonces no existe
sinceridad y nuestra fe dejó de ser legítima. Tratamos de engañar nuestra
conciencia, pero ésta nos reprochará que actuemos en contra de lo que debemos
creer.
Los primeros cristianos tuvieron que enfrentarse a amenazas, persecuciones y
hasta la muerte por defender la Verdad en la que creían. Pusieron en práctica la
doctrina que habían recibido por la predicación de los apóstoles y discípulos, lo que
les valió la admiración hasta de aquellos que no compartían su fe.
Este fue el ejemplo que nos transmitieron y que ha sido llevado a la práctica por
todos los cristianos a través de los siglos.
El apóstol Juan enfatiza en la segunda lectura, que lo que vence las dificultades que
encontramos es nuestra fe, que nos hace poner en práctica los mandamientos de
Dios y estar dispuestos a amar como Cristo nos amó.
La fe que no nos lleva al amor demuestra que no es verdadera. La fe auténtica va
siempre acompañada de una vida encentrada en los mandamientos divinos.
Cuando pedimos pruebas para creer, como hizo el apóstol Tomás, según la
narración que nos trae el evangelio, actuamos como los paganos, que seguían a los
falsos dioses en los que creían según les iba con ellos. Si, de acuerdo a su criterio,
recibían los favores que estaban reclamando de un dios, le reconocían su poder y le
ofrecían sacrificios. Pero si creían que no les escuchaba, lo detestaban y buscaban a
un dios mejor que le resolviera los problemas.
Los que creemos en Cristo tenemos que conocer lo que Cristo nos ha enseñado. No
puede existir un cristiano ignorante de su doctrina. Y esto, desgraciadamente,
abunda.
Hay quienes averiguan todo sobre artistas de cine, atletas o gente famosa, y no
pueden decir casi nada de Jesús. Los tales demuestran que no tienen al Señor
como su verdadero Salvador.
Cristo ha querido que todos sus seguidores formemos parte de un pueblo elegido al
que llamamos Iglesia. Es en Ella donde nacemos por el Bautismo y crecemos en
nuestra fe por medio de la predicación, la oración y los sacramentos. La
participación regular en la Eucaristía dominical, como hicieron los cristianos desde
el principio, es el medio principal para vivir unidos los unos a los otros como Cristo
quiere.
Es en la Iglesia donde se hace realidad el sacramento de la Reconcili6ación o
Penitencia, del que el evangelio de hoy nos narra su institución. Jesús dio poder a
los apóstoles y sus sucesores para perdonar los pecados en nombre de la Santísima
Trinidad.
Es en la Iglesia donde encontramos la maravillosa misericordia de Dios, que nos
ama y nos perdona, y quiere que sus hijos nos amemos y auxiliemos como
verdaderos hermanos.
Padre Arnaldo Bazan