Seres resurreccionales
Buscamos calidad de vida. Rechazamos todo lo que atente contra la dignidad humana. Sin
embargo, nos sobrecogen los signos de muerte. Tal vez, el problema más grave del ser
humano hoy, sea el enfrentarse a la muerte. La ciencia encara el desafío de prolongar la
vida. No sólo prolongarla, sino cualificarla. Darle sentido, plenificarla. Para ello hay que
defenderla, cultivarla, celebrarla.
Cristo con su resurrección reivindica en el ser humano la novedad de la vida. Él quiere
convertirnos en seres de resurrección, hombres y mujeres en estado de resurrección
testimoniando con nuestras vidas una manera nueva de ser en profundidad, en interioridad,
en vivencia colectiva de felicidad. Según los Hechos de los Apóstoles, el pueblo
evidenciaba en la pequeña comunidad, este dato de identidad resurreccional.
Esta realidad identitaria del cristiano/a exige un lenguaje de la vida. Ya desde el bautismo
somos seres resurreccionales. Es decir, gentes que proclaman con su propia vida los signos
de la nueva creación: Humanidad unida, solidaria, fraterna, combativa, combatiente. San
Juan nos dice que es la Fe la que marca y define nuestra existencia. Y Pablo habla del
combate de la fe. Una expresión para decirnos hasta dónde tenemos que amarnos.
Cristo sorprende a la primera comunidad con su presencia de resucitado. Era una
comunidad a la sombra con disfraz de miedo y egoísmos reconcentrados. Él los inunda con
su Espíritu, los arma de valor e invita a Tomás a palpar, en carne viva, las huellas de su
pasión. Pero ahora, todo es resurrección y vida en el Espíritu. Tomás regresa a la
comunidad y todos comienzan a gritar: “Cristo ha resucitado”. Con él hemos resucitado.
Cochabamba 12.04.15
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com