VIERNES SANTO - CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN DEL SEÑOR
Homilía del P. Abad Josep M. Soler
3 de abril de 2015
Is 52, 13 a 53,12; Heb 4, 14-16; 5, 7-9; Jn 18, 1-19, 41
Hemos empezado esta celebración, hermanos y hermanas, postrados en silencio,
asombrados por el drama del Calvario. Sobrecogidos de ver cómo fue maltratado el
Señor para curarnos con sus heridas . Desconcertados contemplamos como, a pesar
de que era el Hijo, aprendió en los sufrimientos que es obedecer. Ante el Crucificado,
constatamos que Dios no es como la visión humana lo suele imaginar. Incluso
nosotros, que somos creyentes, nos sorprende la forma de ser de Dios. Nuestro Dios
es un Dios humilde y quiere compartir con nosotros lo que es. No quiere retener nada
para él y tampoco quiere imponer su grandeza. Quiere vivir una relación de amistad
con nosotros, hombres y mujeres del mundo, porque nos ama. Por eso Dios ha
tomado la condición humana sin disminuir en nada su realidad divina. Dios quiere
compartir con nosotros lo que somos.
En la cruz de Jesucristo, nos ofrece la medida de su compasión por todas las
tragedias y pecados de la humanidad. Esta tarde lo contemplamos en silencio,
teniendo bien presentes a todas las personas que sufren: los enfermos de los
hospitales, los moribundos, los que están solos, los despreciados por las sociedades
opulentas, los niños y los ancianos abandonados, los familiares de las víctimas del
avión estrellado en los Alpes, los cristianos o fieles de otras religiones que son
perseguidos y martirizados por razón de su fe, quienes son encarcelados debido a
defender la justicia y los derechos de las personas, etc. ¡Son tantas las situaciones por
las que Dios ofrece su compasión en la cruz! Hoy vemos a Jesús frágil, plenamente
humano. Con su debilidad se hace, también, maestro de vida y nos enseña a aceptar
nuestras fragilidades, a no desalentarnos por nuestras caídas. Y nos enseña, aún, a
acoger la fragilidad de los demás, a no mostrarnos indiferentes ante quienes caen o
sufren. Nos enseña en todas las situaciones de sufrimiento, de persecución, de
muerte, a ir más allá llevados por la esperanza en el amor del Padre y en la vida que
brota de la cruz.
Él sufre la pena de los blasfemos según la ley judía, la de los traidores y esclavos
rebeldes según la ley romana. Es clavado con clavos que le traspasan manos y pies,
experimenta un dolor lacerante, pasa la vergüenza de estar desnudo a los ojos de
todos y de ser contado entre malhechores, ve sus vestidos repartidos, experimenta el
sufrimiento de ver el desgarro interior de su Madre y la burla de la gente. Pero no baja
de la cruz, no abandona el plan establecido por Dios. Hace hasta el fondo la voluntad
del Padre. Ama y perdona. Sufre pacientemente (cf. Giancarlo M. Bregantini, Vía
crucis en el Colosseo . Roma 2014).
Todo se ha cumplido , dice Jesús inmediatamente antes de entregar el espíritu. Sí, se
ha cumplido todo, toda palabra sobre él, toda profecía. Ha llevado a cabo todas las
tonalidades del amor, desde la ternura humilde hasta derramar la sangre, hasta
compartir el reino de la muerte. Todo por nosotros, por mí. Sin desesperación,
poniéndose en manos del Padre, confiando en que lo que hacía correspondía a la
misión que le había sido confiada, dando la vida con la muerte; con el corazón abierto,
traspasado más intensamente por la lanzada del amor que por la lanza del soldado.
Con la serenidad que desprende la pasión según San Juan, contemplamos cómo a
través de este corazón abierto tenemos acceso a Dios. Y agradecemos el agua y la
sangre que brotan para darnos vida en el Espíritu a través de los sacramentos de la
Iglesia. Viendo este final que ya apunta a la Pascua, nos damos cuenta de que, tras
los hechos dolorosos, todo el proceso de la pasión de Jesús es una marcha victoriosa,
porque con la cruz él ha vencido el mal y la muerte. E intuimos que también detrás del
sufrimiento, físico o psíquico, de la humanidad, si se mira a la luz de Jesucristo, hay
una realidad pascual.
Los brazos de Jesús crucificado extendidos entre el cielo y la tierra son la auténtica
ofrenda de la tarde (cf. Sal 140, 2) presentada al Padre y constituyen la cima de su
oración a favor de la humanidad durante su vida terrena. Ahora, nosotros, conscientes
de la fuerza de esta intercesión de Jesús y basándonos en el valor único de su cruz,
nos dispondremos a hacer la gran oración universal del Viernes Santo por medio de la
cual la Iglesia pide que los frutos de la muerte del Señor sean abundantes en nuestro
tiempo y lleguen a las necesidades de toda la humanidad.