Encuentros con la Palabra
Domingo de Pascua – Ciclo B (Marcos 16, 1–7)
“Ha resucitado, no está aquí”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
San Ignacio de Loyola, en el número 299 de los Ejercicios Espirituales , afirma que la primera
aparici￳n del Se￱or resucitado fue a María, su madre: “Primero: apareci￳ a la Virgen María, lo cual,
aunque no se diga en la Escritura, se tiene por dicho, en decir que apareció a tantos otros; porque
la Escritura supone que tenemos entendimiento, como está escrito: (¿ También vosotros estáis sin
entendimiento? )”. Inspirados en este texto, imaginemos c￳mo pudo ser esta aparici￳n…
El primer día de la semana, María amaneció en casa de José de Arimatea. Todos los discípulos del
Señor y él mismo se quedaban allí cuando subían a Jerusalén. Todo era desorden cuando venían
a la fiesta de la Pascua; nadie hacía ningún trabajo el día sábado, a no ser María que no dejaba de
recoger túnicas y mantos y de asear un poco la casa para que se pudiera caminar de un lugar a
otro. Esa mañana María se levantó muy temprano; todavía tenía su corazón oprimido y sus ojos le
ardían de tanto llorar. Había pasado todo el sábado orando al Altísimo por su hijo.
María se levantó muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, fue a la cocina atravesando el
salón que estaba invadido por los apóstoles; todos dormían y se escuchaba una hermosa sinfonía
de ronquidos que dirigía Pedro, el más ruidoso. Comenzó a encender el fuego con algunos palos
secos que había guardado desde el viernes anterior; quería tenerles algo caliente para cuando
todos se levantaran. Cuando comenzó a amasar un poco de harina para preparar el pan, se acordó
de Jesús a quien le gustaba comerse la masa sin cocinar; lo aprendió de José y decía que la
levadura era mejor que creciera dentro de uno y no dentro del horno. En ese momento alguien
golpeó a la puerta; era Jeremías, el pastorcito, que traía un poco de leche que mandaba su papá.
María recibió la leche y el pequeño Jeremías comenzó a ayudarle a amasar la harina, con la
esperanza de poder comer un poco de pan tan pronto estuviera listo; en ese momento llegó la
Magdalena para convidar a María a ir al sepulcro a embalsamar al Señor. María le dijo: «Ve tu
adelante; apenas acabe de preparar el pan para estos muchachos y les deje algo caliente para el
desayuno, te sigo». La Magdalena se fue apresuradamente.
Tan pronto estuvo el primer pan, el pequeño Jeremías lo tomó y, quemándose las manos, le dio un
beso a María y salió corriendo lleno de gozo. María sintió que su corazón le ardía y volteando la
mirada hacia la cocina vio a Jesús comiéndose la masa sin cocinar. Tuvo miedo y dudó un
momento, pero Jesús le dijo: «No te disgustes porque me como el pan sin cocinar; tu sabes que
fue una costumbre que me dejó papá». En ese momento María se abalanzó sobre Jesús para
abrazarlo. Jesús la besó en la frente y le dijo: «Cuida a éstos, mis hermanos; sé para todos ellos lo
que fuiste para mi; sé para ellos su madre siempre». Entonces María dijo: «Alabo al Señor con
toda mi alma y canto sus maravillas. (...) Porque el pobre no será olvidado ni quedará frustrada la
confianza de los humildes» (Salmo 9). Después, Jesús se quedó mirándola con cariño y le dijo:
Anímalos y cuida de ellos; recuérdales mis palabras: «Cuando una mujer va a dar a luz, se aflige
porque le llega la hora del dolor. Pero cuando nace la criatura, no se acuerda del dolor por su
alegría de que un hijo llegó al mundo. Así también ustedes ahora sienten pena, pero cuando los
vuelva a ver, su corazón se llenará de alegría y nadie podrá quitarles esa alegría» (Jn. 16, 21-22).
Y diciendo esto, Jesús desapareció.
María quedó llena de gozo, pero no se atrevió a despertar a los apóstoles por miedo a que no le
creyeran. Ella siguió su oficio, cuando llegó la Magdalena gritando que el cuerpo del Señor había sido
robado; con ella llegaron otras mujeres afirmando lo mismo. Los apóstoles se despertaron asustados y
salieron corriendo a mirar lo que decían las mujeres; «todo lo encontraron como ellas habían dicho,
pero al Señor, no lo vieron» (Lc. 24, 24b). Volvieron a la casa y discutían entre ellos, mientras María
les servía; ella guardaba todo en su corazón, los animaba a mantener la esperanza, les recordaba las
palabras de Jesús y los servía con el cariño de una madre.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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