II DOMINGO DE PASCUA (B) (Juan, 20,19-31)
“Recibid…. ; a quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados”
Con frecuencia nos encontramos personas (incluso entre creyentes),
que no dan el mismo grado de aceptación a Cristo que a su Iglesia. Con
otras palabras: están dispuestos a dar una total credibilidad a la Persona de
Cristo, pero…, tienen sus reticencias para dar el mismo crédito a la Iglesia
recurriendo a la típica frase: “ Yo creo en Cristo, pero no en la Iglesia”.
Quienes así razonan, tal vez crean hacerle un favor a Cristo, al darle
ese reconocimiento a El, que no están dispuesto a concederle a la Iglesia.
¡Flaco favor! A estos habría que recordarles que, Cristo y su Iglesia se
identifican y son inseparables. Quien niega a la Iglesia, está negando a
Cristo porque, está menospreciando su obra maestra, por antonomasia, que
El instituye, precisamente, para perpetuar la comunicación de los frutos de
su Redención: la Vida de la Gracia y todos los demás Dones divinos.
Así las cosas, quien rechaza a la Iglesia, rechaza a Cristo.
Por expresa voluntad de Cristo la Iglesia jerárquica, (porque en
sentido amplio todos somos Iglesia), con todos los defectos y miserias de los
que la representan, es la depositaria de su autoridad y de sus poderes,
Y vienen a colación estas reflexiones hoy, porque estamos
comentando ese evangelio que, precisamente, hace referencia, a uno de esos
momentos concretos en los que Cristo transmite a su Iglesia uno de sus más
imponderables poderes: el de perdonar los pecados:
“Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados……..”
Una buena ocasión esta escena evangélica, dentro del Tiempo
Pascual, para reafirmar nuestra fe en esta inefable verdad de la misericordia
Divina que forma parte del contenido de nuestra Profesión de Fe:
“Creo en la Iglesia Católica…., y en el perdón de los pecados”
Como buenos hijos de la Iglesia de Cristo, defendámosla en nuestros
ambientes. Agradezcamos esos poderes de los que Cristo la ha dotado, entre
los que el Evangelio de hoy destaca ese poder de perdonar los pecados. ¡El
Sacramento de la Penitencia, de la Confesión…¡no es un invento de los
hombres, sino del amor misericordioso de Cristo! Cada vez que el Sacerdote
pronuncia las palabras absolutorias “Yo te perdono tus pecados” , ¡esa
realidad de la misericordia de Dios, la está confirmando El en el Cielo!:
“Cuanto atareis en la tierra, será atado en el Cielo, y cuanto desatareis
en la tierra será desatado en el Cielo” (Mateo, 18, 18) Guillermo Soto