III Domingo de Pascua, Ciclo B
COMER ES GENUINAMENTE HUMANO
Padre Pedrojosé Ynaraga Diaz
Después del simpático episodio del encuentro del Señor con aquellos discípulos que
decepcionados, huían de Jerusalén, camino de Emaús, que nos cuenta Lucas, la
narración continúa diciéndonos que presurosos ellos, volvieron a la capital para
encontrarse con los demás. La Fe cristiana es comunión con Dios y con los
hermanos y la comunión se expresa sensorialmente mediante la comunicación. Los
hombres, cada hombre, cada cristiano, no es una isla incomunicada, protegida y
solitaria. Los dos caminantes no quieren quedarse el gozo de su experiencia para sí
y los suyos exclusivamente. Los de Emaús son, pues, los primeros misioneros de
entre los seguidores del Maestro. María, la de Mágdala, la apóstol de los apóstoles,
no lo olvidéis, mis queridos jóvenes lectores. Y que lo dicho no se entienda en el
sentido de quiera yo desacreditar a Pedro o a Juan, se trata sólo de poner los
puntos sobre las ies.
Por el contexto, debemos suponer que el minúsculo grupito de los apóstoles, se
alojaría en casa de la madre de Juan-Marcos (Hechos 12,12). Hoy en día, en un
rincón de entre las callejuelas de la Ciudad Vieja, una comunidad cristiana de sirios
ortodoxos, ocupan lo que creen fue esta casa, de la que os estoy hablando. Viven y
rezan, los que ahora están, en lengua siria, la más parecida al arameo que hablaba
Jesús. A la mansión le falta la grandiosidad del Cenáculo que sirvió, seguramente,
para la Santa Cena y la solemne efusión del Espíritu en Pentecostés, pero no carece
de importancia.
Un ámbito pequeño no es obstáculo, más bien ventaja, para encuentros y
confidencias. Allí, o donde fuera, estaban refugiados y ya un poco animados por las
primeras experiencias pascuales. Llegan ellos, seguramente su corazón latiría a cien
por hora, como se dice vulgarmente, entusiasmados, no están reprimidos ni unos,
ni otros Mientras comparten sus vivencias, aparece Jesús. Su presencia les
asombra, todavía les queda alguna duda. La Fe siempre implica riesgo, no lo
olvidéis, también esto era válido para ellos, como lo es para nosotros.
Ya os decía la semana pasada que, pese a que acudimos tantas veces a los sentidos
para cerciorarnos de algo, pueden, no obstante, conducirnos a situaciones
equívocas. Ahora bien, el Maestro se adapta a su mentalidad. Les enseña las
cicatrices de su ejecución, pruebas que no serían agradables a la vista, pero muy
certeras, de que era Él. Aun así continúan dudando y Él lo sabe y no se enoja, lo
mismo ocurrirá con nuestra vacilante actitud de tantas veces. Sin disgustarse,
cambia de tercio.
Comer, y según qué y de qué manera, es prueba que demuestra la identidad de
algo o alguien a quien estamos observando. Los fantasmas, si existieran, no
comerían, de eso estamos todos muy seguros. De acuerdo con la manera de ser de
aquellos compañeros de aventuras galileas, les pide algo de comer y ellos le dan
una cosa muy típica de sus tierras: pescado a la brasa. Acordaos que cerca de
Cafarnaún, donde centró su apostolado el Maestro, existían factorías de salazón de
pescado que lo elaboraban con tanto éxito, que conseguían exportarlo hasta la
misma Roma. El pez semejaría a nuestros arenques, o al bacalao, pero asado.
Algunos manuscritos han trasmitido también que le dieron miel, cosa nada extraña
dentro de las costumbres de aquellas gentes.
Come Él y se convencen. Ahora somos nosotros los que interrogaremos ¿es posible
que un resucitado se alimente? Nuestra Fe nos promete una resurrección individual.
Pero no una resucitación o que vayamos a revivir perpetuamente. San Pablo
ilumina un poco el enigma subsiguiente. Os recomiendo que leáis I Cor 12, 52 y
15,44. Pese a que, evidentemente, un resucitado no necesite alimentarse, hacerlo
convence al grupo de aquellos que, en su etapa histórica, le habían visto y
acompañado tantas veces en tal menester. Y a nosotros también nos convencería,
seamos sinceros. A partir de esta experiencia, Jesús pasa a enseñarles. Serle fiel no
supone saber de memoria textos o frases. Él quiere que seamos amigos suyos, ya
que lo que ha recibido del Padre, nos lo ha comunicado (Jn 15,15). Meditad bien
esto último
Ahora os propongo, mis queridos jóvenes lectores, que para evocarlo alegremente y
retenerlo mejor, os reunáis algún día en alguna ermita, por ejemplo, como lo
hacemos nosotros. Sí, primero celebramos misa, lo más importante y después,
alegremente, almorzamos “comida de resucitado” es decir pescado a la plancha,
que nos sabe a gloria. (Os confieso que para complementar este alimento, cada uno
trae otras viandas que ofrece a los demás). Inolvidable esta experiencia, os lo
aseguro.