DOMINGO III DE PASCUA , CICLO B
LAS DUDAS SON PARA CREER.
Lucas cuenta en el evangelio de hoy las apariciones de Jesús a los discípulos
incrédulos que no han comprendido bien las Escrituras.
Con Emaús se recupera una dimensión muy importante de la fe: la duda. Dudar no
es una falta de fe por el pecado sino la ocasión providencial para fundamentarla.
Sólo una concepción espiritualista o moralista de la fe excluye la duda. Jesús
legitima con sus explicaciones, comprende con sus catequesis y acepta con su
paternidad las dudas de los discípulos. A Jesús nunca ninguna duda lo escandalizó.
En definitiva la fe son dudas con posibilidad de éxodos que permiten crecer; eso sí,
procurando mantener en la duda la fidelidad. La fidelidad es el componente ético de
la fe. Uno procura ser fiel pero eso no significa creer con toda claridad. Jesús tuvo
momentos cruciales de su vida bajo la incertidumbre: “¿Dios mío, Dios mío, porque
he habéis abandonado?” pero permaneció fiel: “Padre en tus manos encomiendo mi
espíritu”.
DONDE ESTÁ EL RESUCITADO.
Jesús comienza a aclarar dudas antes del envió a la misión: “No teman soy yo
¿porque se asustan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? .Miren mis manos y mis
pies soy yo en persona, tóquenme y convénzanse... (Evangelio). Al final el
resucitado da un signo de su humanidad “comiendo un trozo de pescado” que le
entregan los discípulos. La eucaristía es el signo por el que los discípulos se dan
cuenta que Jesús está con ellos. No es la presencia física de carne y hueso sino la
nueva experiencia que Jesús tiene como resucitado. La presencia del Señor
resucitado es lo más gratificante que nos pueda suceder en Judea o Galilea, en
nuestra comunidad creyente o en la familia, al amanecer o al atardecer, cuando se
reza o se trabaja, en el cenáculo o en el lago, en el desayuno, al almuerzo y otras
veces en la cena (Lc 24,29-30).
ENCUENTROS PARA LA MISIÓN.
Todos los encuentros del resucitado con los apóstoles concluyen con la misión.
“Entonces abrió sus mentes para que comprendieran las escrituras y les dijo: Está
escrito…”
“La conversión”, es cambiar de mentalidad, “metanoia”, fundamentando la
existencia en el resucitado; es la oferta que los apóstoles deben de llevar a todas
las naciones como ámbito del evangelio y nacimiento de la comunidad cristiana.
“Ustedes son mis testigos de esto” (evangelio). Lo que debemos transmitir no es
tanto lo narrativo de los hechos cuanto la exigencia de fe en el resucitado. La
experiencia propia es la garantía de lo que se transmite; pues no trata de una
doctrina sino de un testimonio para que nazca de nuevo el evangelio por la acción
del Espíritu Santo dando origen a nuevas comunidades. Es en la misión, no antes,
donde y cuando Jesús va superando las dudas.
UNA AYUDA PARA ADMIRARNOS.
Para los cristianos ortodoxos la resurrección de Jesús es todo; ese es su principal
carisma. El lugar que entre nosotros ocupa el crucifijo para los cristianos ortodoxos
lo ocupa el pantocrátor. Se cuenta que en la revolución bolchevique se hizo un
debate público sobre la resurrección de Jesús. Un ateo creyó con su argumento
demoler la fe de los cristianos rusos en la resurrección. El pope, sacerdote
ortodoxo, miró a la gente y dijo: “Cristo ha resucitado; y todos respondieron “en
verdad ha resucitado”. Luego se bajó en silencio de la tarima de la manifestación.
Lo que impidió al comunismo destrozar la fe de la gente fue la pascua.
La Pascua es un momento oportuno para leer una de las obras más notables de
Tolstoi que se llama “Resurrección” y escuchar uno de los textos más brillantes de
la música rusa: La gran pascua rusa de Nikolái Rimski-Kórsakov.
La resurrección es el nuevo Exodo pascual pues las esclavitudes de ahora son más
agobiantes y universales que la de Egipto; pero tienen por igual la esperanza de ver
las heridas convertidas en cicatrices por el don de la paz: “La paz esté con
ustedes”. (Evangelio).
“Tú que conoces lo justo de mi causa, responde a mi clamor.
Tú que me has sacado con bien de mis angustias, apiádate y escucha mi oración
Admirable en su bondad ha sido el Señor para conmigo, y siempre que lo invoco me
escucha; por eso en él confío.
En paz, Señor, me acuesto y duermo en paz, pues sólo tú, Señor, eres mi
tranquilidad”. (Sal 4).