QUINTO DOMINGO DE PASCUA, CICLO B
(Hechos 9:2El domingo6-31; I Juan 3:18-24; Juan 15:1-8)
Hemos notado cómo Jesús habla diferentemente en el Evangelio según San
Juan. Nos parece rara su manera de hablar como si fuera de otra tierra. En
los otros evangelios Jesús entabla conversación con sus discípulos como un
maestro dialogará con sus estudiantes. Pero en el Evangelio según San Juan
parece que Jesús está dictando la voluntad real a sus súbditos. Cuando
encuentra a Nicodemo, por ejemplo, la conversación comienza con un
intercambio entre los dos. Pero dentro de poco Jesús está declarando que
es el Hijo del Hombre enviado por Dios para mostrar su amor para el
mundo.
Se puede explicar la diferencia de estilo de Jesús entre el evangelio de Juan
y los de Mateo, Marcos, y Lucas por darse cuenta de la historia de la
composición. Ninguno de los cuatro evangelios fue redacto por un testigo de
los eventos. Más bien, todos los evangelios fueron escritos al menos treinta
y posiblemente setenta años después de los acontecimientos. Los discípulos
de Jesús notaron sus palabras y obras. Después de la resurrección y
ascensión ellos, ya como apóstoles o “los enviados”, comenzaron a predicar
acerca de él usando la materia que habían conservado. En tiempo cuando
los apóstoles estaban martirizándose, los evangelistas usaron sus
predicaciones como la base de sus narrativas de la obra redentora de Jesús.
Además de las predicaciones de los apóstoles, cada uno de los cuatro
evangelistas tenía materia que encontró por sus propias investigaciones. Se
puede ver una semejanza entre los primeros tres evangelios de modo que
parezca que aquel de Marcos fue el primero escrito con Mateo y Lucas
desarrollando su historia. Pero Juan hizo una reflexión original sobre toda la
materia e los apóstoles. El cuarto evangelio muestra a Jesús como si fuera
resucitado de la muerte desde el comienzo de su ministerio.
Una de las características más prevalentes de Juan es Jesús usando la frase
“Yo soy”. Sabemos que en el Antiguo Testamento se conoce a Dios por
estas palabras. En Éxodo Dios da su nombre a Moisés: “Yo soy quien soy” o
“Yo soy que causa ser”. Esto es, esta frase proclama a Dios como la fuente
de la existencia. En el Evangelio según San Juan el autor ocupa las palabras
para indicar los modos en que Jesús toca nuestras vidas más
profundamente. Dice Jesús de sí mismo: “Yo soy el pan de vida” – el que
nos nutre la vida eterna, “Yo soy la luz del mundo” – el que nos ilumina el
camino a Dios, “Yo soy el Buen Pastor” – el que nos protege de los
malvados, y otros. Ahora encontramos otro de estas frases reveladoras de
Jesús: “Yo soy la verdadera vid” – el que hace posible que hagamos obras
que merecen la vida eterna. En la segunda lectura hoy de la Primera Carta
de Juan se explica exactamente de qué consiste estas obras – el amor
abnegado, el amor de Jesús mismo.
Pero nos cuesta amar a otros como amamos a nosotros mismos. Los
jóvenes tienen deseos fuertes a tener relaciones íntimas cuando el amor
abnegado les dicta el sexo es reservado para el matrimonio. Los niños
quieren ver la pantalla del televisor o de su computadora veinte horas por
día cuando el amor abnegado requiere que obedezcan a sus padres. Los
ancianos quieren seguir mandando el orden de sus vidas cuando el amor de
Jesús les exige que tengan la paciencia. Los adultos anhelan relajarse en la
casa, en el trabajo, y en la comunidad cuando el amor les urge que sean
responsables veinticuatro siete. Sólo se puede cumplir las tareas del amor
abnegado por adherir a la vid del amor que es Jesús. Sus palabras nos
instruyen y su gracia nos fortalece para que nuestras obras redunden al bien
de los demás. Tenemos que adherir a Jesús, la fuente de la vida verdadera.
Padre Carmelo Mele, O.P.