Domingo V de Pascua/B
(He 9, 26-31; 1 Jn 3, 18-24; Jn 15, 1-8)
Cristo es la Vid, nosotros los sarmientos
En la parábola de la vid, Jesús nos dice: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos”
(Jn 15, 5). Y esto significa: “Así como los sarmientos están unidos a la vid, de igual
modo ustedes me pertenecen. Pero, perteneciendo a mí, pertenecen también unos
a otros”. Y este pertenecerse uno a otro y a Él, no entraña un tipo cualquiera de
relación teórica, imaginaria, simbólica, sino casi me atrevería a decir, un pertenecer
a Jesucristo en sentido biológico, plenamente vital. La Iglesia es esa comunidad de
vida con Él y de uno para con el otro, que está fundada en el Bautismo y se
profundiza cada vez más en la Eucaristía. “Yo soy la verdadera vid”, significa en
realidad propiamente: “Yo soy ustedes y ustedes son yo”; una identificación
inaudita del Señor con nosotros, su Iglesia.
La vid es una imagen que sirve para indicar al Pueblo de Dios: “Dios plantó una vid
en este mundo. Dios cultivó esta vid, su viña, y la ha protegido”.Esta imagen de la
vid, de la viña, tiene un significado esponsal y es expresión del hecho de que Dios
busca el amor de su criatura, que quiere entrar en una relación de amor, en una
relación esponsal con el mundo a través del Pueblo elegido por Él.
En este pasaje evangélico, encontramos algunas palabras clave que dan la
indicación del anuncio que el Señor quiere hacer con este texto. ‘Permanecer’: en
este breve pasaje, encontramos la palabra ‘permanecer’. Así debemos permanecer:
ramas unidas al tallo. Se trata de una parábola realmente significativa, porque
expresa con gran eficacia que la vida cristiana es misterio de comunión con
Jesús: “El que permanece en mí y yo en él —dice el Señor—, ese da fruto
abundante; porque sin mí no podéis hacer nada” ( Jn 15, 5).
Por los ramos corre y circula la savia, formada por agua y compuestos nutrientes.
La savia transporta el alimento para los sarmientos. Cristo es la Vid y la savia de la
Iglesia, de nuestras comunidades y de nuestra alma (Evangelio). Y los frutos de
esos sarmientos unidos a la Vid son: la caridad (2ª lectura), la valentía en la
predicación para que otros se injerten a esa Vid que es Cristo (1ª lectura).
Los sarmientos unidos a esa Vid-Cristo, darán mucho fruto. Fue el día de nuestro
bautismo cuando nuestros ramos se unieron a esa Vid-Cristo. Desde ese día
comenzó a fluir en todo nuestro organismo la savia divina, la vida de Dios, con los
nutrientes de la fe, de la esperanza y de la caridad. Nuestro sarmiento necesita más
savia, es decir, vida divina, para que crezca, se desarrolle y obtenga los tallos, las
ramas, las hojas y los frutos esperados. Esta savia nos viene inyectada en la
participación de los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía. ¿Qué frutos? Frutos
en la vida personal son las virtudes. Frutos en la vida familiar: unión, diálogo,
respeto, fidelidad, educación de los hijos. Frutos en la vida profesional: honestidad,
rectitud, responsabilidad. Frutos en la vida pastoral: interés por las personas,
apertura a los diversos grupos, movimientos y carismas, colaboración mutua,
compromiso con la evangelización. Pero los sarmientos desprendidos de esa Vid-
Cristo, morirán. El sarmiento se desprende de la Vid-Cristo cuando peca. ¿Qué
pasa? El pecado mortal impide totalmente la irrigación sobrenatural y nos convierte
en una rama seca y estéril. ¿Y para qué sirve una rama seca sino para tirarla al
fuego de la inutilidad? Las faltas veniales, las imperfecciones y mediocridades
constantes son como una arteriosclerosis que endurecen poco a poco nuestro
corazón por falta de irrigación, pues las arterias del alma se vuelven rígidas y
gruesas, dificultando la circulación sanguínea de la vida divina.
Tiene que quedar bien claro que los sarmientos más fructíferos serán podados para
que den más fruto. Es una paradoja que hemos de entender. Pensemos en la vida
de los santos: cuanto más santos, más podas y pruebas tenían, físicas, morales y
espirituales. Dios los podaba para que dieran más fruto. Probó a santa Teresa de
Jesús y a san Juan de la Cruz, y cómo. Probó y podó a santa Teresita de Lisieux.
Probó y podó a san Juan Bosco. Probó y podó a san Juan Pablo II. Gracias a esa
poda, caen de nosotros las ramas inútiles, los retoños que dificultaban al paso
triunfal de la savia de Cristo, las hojas secas de nuestra voluntad propia, de
nuestros deseos mundanos, infantiles y caprichosos. Ante las podas, paciencia. Y
mirar a Cristo que fue podado hasta el final de su vida: abofeteado, pisoteado,
hecho gusano por nosotros en la cruz. Y al final dio el fruto de los frutos: la
salvación eterna de la humanidad y la reconciliación con su Padre celestial.
¿Estoy unido a Cristo-Vid en la oración, en la Eucaristía? Cuando he tenido la
desgracia de desprenderme de esa Vid, ¿he acudido a la confesión donde recibiré
de nuevo la irrigación de la vida divina perdida por el pecado? ¿Me dejo podar por
Dios para que mi sarmiento produzca mejor fruto o me rebelo? ¿Ofrezco a mis
hermanos los frutos de mis sarmientos?
Señor, aprieta mi sarmiento a tu Vid para que cada día tu vida divina invada todo
mi ser. Señor, manda tu lluvia del cielo para que siempre esté verde mi sarmiento y
crezca. Señor, que no tenga miedo a la poda, porque así me desprenderás de todos
lo que no me deja crecer.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)