Voluntad de esperanza
No es fácil la esperanza. Todo a nuestro alrededor la desdice, la desmiente. El sinsentido
nos absorbe. La desesperación se hace grito, pasión y sangre. Se vive sólo del momento y
para el momento. No queda margen para el futuro. Las raíces se perdieron. Todo se reduce
a placer y dinero. Y esto es muy etéreo, muy pasajero. Queda una pequeña franja, casi de
frontera, como un hilo del cual pende el universo entero: El apego a la vida.
La fiesta de la Ascensión es el marco perfecto para la esperanza. En los Apóstoles se
suscitan dudas y preguntas de dudas. Piensan que ha llegado la hora de estrenar el poder
político, la hora de usufructuar goces hasta ahora vedados y fríamente calculados. Pero el
Señor desbarata todo esto y hace que la mirada quede suspendida en lo alto, podríamos
decir, en lo esencial. Allí donde está en fuego la esperanza.
La esperanza juega a ascensos y descensos, a subidas y bajadas. Baja hasta el último
extremo de nuestra realidad para elevarla a su meta más alta: La conquista de sí mismo, el
nivel más sublime de nuestra dignidad humana. Y en este subir y bajar está toda la
dinámica de la esperanza: Es virtud de combatientes que anima en cada uno y cada una las
virtualidades propias del ser humana en su conquista permanente del más allá.
A los Apóstoles les resultaba muy cómodo quedarse ahí “mirando al cielo”. Es el peligro de
la instalación. Son halagos pasajeros que no deben detener la marcha y menos, impedirla.
La esperanza no nos detiene, nos impulsa, nos lanza adelante, afuera, más allá. Sólo se
requiere de una voluntad decidida, llamémosla voluntad de esperanza. Es el sentido de la
Ascensión: Movernos a dejar nuestras instalaciones y comodidades para afrontar el desafío
de la novedad.
Cochabamba 17.05.15
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com