Hablar con el corazón
La sabiduría es sustancia y vida del corazón humano. Y el corazón se alimenta de sabiduría.
La Biblia llama sabio a aquel que escucha su corazón. Es allí en donde se encuentra el
centro, no solo de su madurez, sino también de su interioridad, de su intimidad. Y es allí,
digámoslo con todas nuestras fuerzas, donde habita Dios, donde habla su Espíritu, en donde
el ser humano logra definir su identidad: Un ser de relaciones, de comunión.
La Intimidad de Dios se llama Espíritu Santo. Quien a su vez, es la interioridad más rica y
profunda de nuestra espiritualidad. Él es la luz que ilumina nuestra intimidad. La liturgia lo
llama el “dulce huésped del alma”. Es un huésped amable que todo lo llena con su
presencia, abriéndonos al don de la fraternidad universal en el amor, que es a su vez, el don
preciado de nuestra interioridad.
Los poetas y los místicos dan gracias a Dios porque les ha dado un corazón más grande que
Ellos mismos. Apenas sí cabe el Espíritu. El día de Pentecostés, el corazón de los Apóstoles
estalla y se convierte en llamarada, fuego que aglutina, convoca, contagia, arrastra,
transforma. Es el fuego que Cristo había venido a prender: Su Espíritu. La multitud los ve y
los oye hablar. Pero no saben que los Apóstoles hablan con el corazón…
Pablo usa la figura del cuerpo humano referido a la comunidad para indicarnos la
diversidad de funciones, la relación entre sí de los diferentes miembros y el principio de
unidad edificada en el Espíritu. No hay competencias ni exclusiones. Se valora la pluralidad
de funciones que convergen todas a la misma meta: La unidad. Es el Espíritu quien
cohesiona y da a nuestras vidas la fuerza y el optimismo.
Cochabamba 24.05.15
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com