VI Domingo de Pascua, Ciclo B
La gran alegría de la amistad
La palabra de Dios en el sexto domingo de Pascua nos brinda uno de los mensajes
entrañables y trascendentales de Jesús: el amor de Dios a través de su amistad con
los discípulos. Los textos joánicos (1 Jn 4,7-10; Jn 15, 9-17) son prolijos en el tema
del amor. En ellos Jesús repite de nuevo que permanezcamos en su amor para
colmo de nuestra alegría.
Permanecer en su amor es seguir fieles a su amistad. El amor es el contenido del
evangelio de hoy. Hasta diez veces aparece mencionado en este fragmento. Jesús
lo presenta primero como experiencia y como don de Dios y, después, como
mandato. La Buena Noticia consiste en el anuncio de que Dios nos amó primero:
"Como el Padre me amó, así también yo los amé a ustedes, permanezcan en mi
amor" (Jn 15,9). Y este anuncio de gracia divina está en el origen de todo amor,
porque Dios es amor. El término polivalente "como" es conjunción comparativa y
causal y no significa sólo "a la manera de", pues no es meramente un símil ni una
comparación, sino que remite al amor como fundamento y "causa" de todo lo que
dice posteriormente. Ese amor tiene su origen en Dios Padre. Él es la causa del
amor. Y es que el amor tiene en Dios "el venero vertiginoso que mana y fluye. La
misma corriente de amor que brota del corazón del Padre y se remansa en Jesús se
desborda ahora sobre mí". Jesús abre su costado y nos da su espíritu y su vida,
para que tengamos vida eterna. En ese amor debemos permanecer. El mandato
echa sus raíces en el don del amor de Dios. Y de ahí se sigue la llamada a vivir en
el mismo amor, como consecuencia y no tanto como ley o norma que se impone:
"Ámense unos a otros como yo los amé a ustedes" (Jn 15,12).
Este amor es el que nos lleva al colmo de la alegría. Pero para que no tengamos
duda de qué amor se trata, Jesús describe en qué consiste el amor: "Nadie tiene
amor más grande que quien da su vida por sus amigos: Ustedes son mis amigos"
(Jn 15,13-14). El amor de Jesús consiste en desvivirse por los demás y en exponer
la vida a favor de los otros, tal como él hizo en la cruz. Ése es el amor que revela al
Padre, y que constituye la alegría en plenitud para la vida humana. Jesús llama
amigos a sus discípulos y a todos nosotros, porque nos ha contado todo su secreto
y su misterio, porque nos ha revelado la verdad más profunda de Dios, la que nos
proporciona la alegría más plena. Entre todos los amores humanos, parece que
para Jesús el más excelso es el de la amistad. Si lo comparamos con los otros
amores de la vida, la amistad ciertamente sobresale como la relación más sublime
de afecto y de entrega en el amor desinteresado, que a su vez es correspondida. La
amistad es un amor profundo que significa querer no sólo al otro sino el bien del
otro. La amistad lleva consigo el componente de la libertad y de la gratuidad. Al
otro se le ama porque sí y sin esperar nada a cambio. Pero además el otro
corresponde con el mismo nivel deamor libre y gratuito. Por eso en la amistad está
la plenitud de la alegría. Ese vínculo es el que Jesús establece con todos nosotros
cuando nos llama"amigos". En el amor de padres a hijos, de hijos a padres, en el
amor entre hermanos, se percibe la correspondencia de un cierto vínculo de
obligación natural, en el de la pareja humana se expresa el deber de un pacto
contraído con la otra persona, y en el amor al prójimo necesitado se trata de una
manifestación plena de entrega amorosa y desinteresada que no conlleva la
correspondencia. Sin embargo, en la amistad, el amor es siempre libre, siempre
gratuito, nunca exigible, pero con la gracia y la enorme alegría de ser
correspondido desde el otro. Ésa es la grandeza de la amistad, como máxima
expresión del amor. Ése es el amor que Jesús nos ha comunicado y que nos lleva a
la plenitud de la alegría.
Y desde esa amistad se entiende también el mandamiento repetido del amor
mutuo: "Que se amen unos a otros" (Jn 15,12.15). Es el mandamiento "nuevo"
porque no nace del imperativo de la ley sino de la gracia de la amistad, como una
consecuencia de la misma, y cuyas exigencias no se computan como obligaciones
sino como respuestas al amor primero, el de la amistad nuestra con Jesús. Esta
amistad con Jesús nos pide una proyección permanente hacia los demás, porque el
amor de Jesús, mi amigo, se convierte dentro de mí en fuerza y aliento para
amar. Es dentro de mí como un torrente de agua viva, arrolladora, que ensancha el
corazón humano y me capacita para amar como él me amó, es decir, porque él me
amó y de la manera en que él me amó, hasta la entrega total de la vida. Las
palabras pronunciadas por Jesús en el cenáculo establecen un vínculo íntimo y
profundo en el amor de la amistad con sus discípulos, pero es como una onda
expansiva que no se agota en aquel círculo más próximo a Jesús, sino que se
propaga por doquier en el mundo. En la amistad con Jesús nadie queda excluido.
Sólo se autoexcluyen aquellos que no quieran aceptar ese don de su amor. La
amistad no es nunca un amor posesivo del otro sino respetuoso de la libertad del
otro. Es un amor sincero y siempre creciente. Es gradual y progresivo, pero cuando
es auténtico, su dinamismo de crecimiento no tiene límites ni fronteras. La misión
de la Iglesia es hacer que los seres humanos se sientan amigos de Jesús. La Iglesia
Latinoamericana lo recuerda explícitamente en el documento de Aparecida cuando
trata de la vocación de los jóvenes a ser amigos de Jesús así como de la opción
preferencial por los pobres en clave de establecer amistad con los más pobres de la
tierra.
A esa amistad están también llamados incluso los que no conocen a Dios,pues Dios
no hace acepción de personas, ni excluye a nadie de su amor. De manera
misteriosa y sorprendente, pero no menos real, Dios Padre y Jesús, por medio del
Espíritu, establecen vínculos de amistad con las personas, con cada persona y a
escala universal, que pueden escapan a las posibilidades limitadas del cálculo
humano y eclesial. Pedro descubre en los Hechos de los Apóstoles esa presencia del
Espíritu allende las fronteras de su propia limitación y descubre el alcance universal
de la salvación al reconocer la amistad con Dios de parte de todo aquel que practica
la justicia, porque todo aquel que practique la justicia, sea de la nación que sea, es
aceptado por Dios (Hch 10,34-38) más allá de su condición religiosa, étnica e
ideológica. En la misión evangelizadora de la Iglesia la promoción de la justicia es
una de las tareas primordiales para establecer y permanecer en la amistad con Dios
y con Jesús.
Dejemos pues que este domingo resuene en cada uno de nosotros la palabra
formidable de Jesús: "Ustedes son mis amigos" y vivamos la alegría de tal
amistad en el amor permanente a nuestro prójimo.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura