Encuentros con la Palabra
Solemnidad de la Ascensión – Ciclo B (Marcos 16, 15-20)
“Vayan por todo el mundo y anuncien a todos este mensaje de salvación”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
El testamento es un documento en el que una persona determina la forma como quiere
que se repartan sus pertenencias entre sus herederos. Generalmente, se trata de bienes
muebles e inmuebles. Pero no siempre es así. A veces los testamentos incluyen otra
clase de herencias que la persona quiere legar a sus sucesores.
Hace algún tiempo hubo una propaganda de televisión de alguna compañía de seguros
que presentaba a un anciano juez que leía el testamento de un hombre muy rico que
había fallecido. En medio de la formalidad del acto, estaban presentes los hijos e hijas del
difunto; y junto a ellos, los nietos, nietas, sobrinos, sobrinas y otros familiares cercanos.
Todos expectantes y esperanzados en que pudieran tener algún grado de participación en
la inmensa torta que estaba a punto de ser distribuida.
El juez, mirando a los herederos por encima las gafas, comenzó la lectura del testamento:
“En uso de mis facultades mentales y cumpliendo con los requisitos que pide la ley,
procedo a determinar mi voluntad sobre el destino de mis posesiones. En primer lugar,
quiero que las tierras de la Hacienda La Ponderosa, incluyendo la casa, el ganado y todos
los bienes que hay en ella, se destinen a la comunidad de hermanas del ancianato de Las
Misericordias, de mi pueblo natal”. Inmediatamente, hubo un cuchicheo nervioso entre los
presentes... Pero todavía había más, de modo que el juez continu￳ su lectura: “En
segundo lugar, quiero que las casas que poseo y los apartamentos que tengo, sean
destinados al Hogar para niños huérfanos que funciona bajo la dirección de la parroquia
de mi pueblo”. El alboroto esta vez fue más sonoro y la cara de sorpresa de los asistentes
fue mayor... Y continu￳ la lectura del testamento: “En tercer lugar, quiero que todo el
dinero que tengo en mis cuentas corrientes y de ahorros, junto con las acciones y
certificados de depósito a término que están a mi nombre en distintos bancos y
corporaciones, sea entregado a la Clínica del niño quemado, que dirigen las Hermanitas
de los desamparados”. Esta vez la reacci￳n de los familiares del difunto fue
impresionante... Sin embargo, el silencio se apoderó de todos cuando el juez continuó su
lectura pausada y firme: “Por último, a mis hijos e hijas, a mis nietos y nietas, a mis
sobrinos y sobrinas, y a todos mis herederos directos o indirectos, les dejo una
recomendación que estoy seguro, los ayudará a salir de su precaria situación económica.
Sólo les recomiendo una cosa: ¡Que trabajen! ” Y así termin￳ el solemne acto.
Jesús, al despedirse de sus discípulos antes de ser levantado al cielo para sentarse a la
derecha de Dios, nos dejó su testamento, que no estaba constituido por bienes muebles e
inmuebles, sino por una misi￳n: “Vayan por todo el mundo y anuncien a todos este mensaje
de salvaci￳n”. La respuesta de sus seguidores fue inmediata: “Ellos salieron a anunciar el
mensaje por todas partes; y el Señor los ayudaba, y confirmaba el mensaje acompañándolo
con se￱ales milagrosas”. Hoy, el mismo Se￱or nos sigue enviando cada día a cumplir esta
misión, y nos sigue acompañando en ella. Esa es su herencia más querida y ese es todavía
hoy su testamento. Sólo así cumpliremos su última voluntad y nos podremos considerar,
efectivamente, herederos de su reino.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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