Fiesta de la Ascensión del Señor
Hecho 1,1-11; Sal 46,2-3. 6-7. 8-9; Ef 1,17-23; Mc 16,15-20
…la Ascensión nos reclama a dirigir nuestra mirada al cielo…
Este domingo celebramos la fiesta de la Ascensión del Señor, con la cual se
concluye el período pascual de las apariciones del Señor. Las lecturas nos evocan
este misterio de la Ascensión del Señor . La primera lectura de los Hechos de
los apóstoles nos narra la última aparición del Señor a sus discípulos antes de subir
a los cielos. Del mismo modo el pasaje del Evangelio de san Marcos nos recuerda el
último encuentro de Jesús resucitado con sus apóstoles, al término del cual Jesús
es elevado al cielo donde está sentado a la derecha del Padre. El Apóstol por su
parte, en la carta a los Efesios, valiéndose de una referencia de un salmo sobre ‘el
subir al cielo’, nos habla de la subida al cielo de Jesús desde donde nos comunica
todos sus dones.
La fiesta de la Ascensión nos invita a tener presente dos aspectos importantes. En
primer lugar, la Ascensión nos reclama a dirigir nuestra mirada al cielo ,
donde Jesús glorificado se encuentra sentado a la derecha del Padre. Y, en segundo
lugar, esta fiesta nos hace tomar conciencia de lo que ella significa para
nosotros como compromiso: la misión de los discípulos , y en ellos la de todos
los creyentes en Cristo, recibe su última confirmación antes de su subida al cielo. Él
nos envía a transformar el mundo según el diseño de Dios, impulsados con la
fuerza del Espíritu Santo.
En el centro de este día encontramos a Cristo. Pero, ¿Qué nos quiere decir la
fiesta de la Ascensión del Señor? No nos quiere decir que el Señor se ha ido a
algún lugar alejado de los hombres y del mundo. La Ascensión de Cristo no es un
viaje en el espacio hacia los astros más remotos; pues en el fondo, también los
astros están constituidos de elementos físicos como la tierra. La Ascensión de Cristo
significa que ya no pertenece al mundo de la corrupción y de la muerte, que
condiciona nuestra vida. Significa que pertenece completamente a Dios. Él, el Hijo
Eterno, ha llevado nuestro ser humano a la presencia de Dios, ha llevado consigo la
carne y la sangre de forma transfigurada. El hombre encuentra espacio en Dios, a
través de Cristo; el ser humano ha sido llevado hasta dentro de la vida misma de
Dios. Y, dado que Dios abraza y sostiene a todo el cosmos, la Ascensión del Señor
significa que Cristo no se ha alejado de nosotros, sino que ahora, gracias al hecho
de estar con el Padre, está cerca de cada uno de nosotros, para siempre. Cada uno
de nosotros puede tutearle, cada uno puede dirigirse a Él. El Señor se encuentra
siempre al alcance de nuestra voz. Podemos alejarnos de Él interiormente.
Podemos vivir dándole las espaldas. Pero Él nos espera siempre, y siempre está
cerca de nosotros.
A la luz de lo que hemos dicho, ¿qué significa proclamar que Jesús «subió al
cielo»? La respuesta la encontramos en el Credo: “Subió al cielo, y está sentado a
la derecha del Padre”. Que Cristo haya subido al cielo significa que «está sentado a
la derecha del Padre, esto es, que también como hombre ha entrado en el mundo
de Dios; que ha sido constituido, Señor y cabeza de todas las cosas. Jesús subió al
cielo, pero sin dejar la tierra. Él mismo nos asegura: “He aquí que yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28, 16-20).
Las palabras del ángel -“Galileos, ¿qué hacen mirando al cielo?”- contienen, por lo
tanto, una advertencia, si no un velado reproche: no hay que quedarse mirando
arriba, al cielo, como para descubrir dónde va a estar Cristo, sino más bien vivir en
espera de su retorno, proseguir su misión, llevar su Evangelio hasta los confines de
la tierra, mejorar la calidad de la vida en la tierra.
Cuando se trata de nosotros, “irse al cielo” o “al paraíso” significa ir a
estar “con Cristo” (Flp 1,23). “Voy a prepararos un lugar… para que donde esté
yo estén también ustedes” (Jn 14,2-3). El ‘cielo’, entendido como lugar de
descanso, de la recompensa eterna de los buenos, se forma en el momento en que
Cristo resucita y sube al cielo. Nuestro verdadero cielo es Cristo resucitado, con
quien iremos a reunirnos y a hacer ‘cuerpo’ después de nuestra resurrección, y de
manera provisional e imperfecta inmediatamente tras la muerte. Por lo tanto Jesús
no ascendió a un cielo ya existente que le esperaba, sino que fue a formar e
inaugurar el cielo para nosotros.
Hay quien se pregunta: ¿pero qué haremos ‘en el cielo’ con Cristo toda la
eternidad? ¿No nos aburriremos? Respondo: ¿aburre tal vez estar bien y con
óptima salud? Pregunten a los enamorados si se aburren de estar juntos. Cuando
sucede que se vive un momento de intensísima y pura alegría, ¿no nace a lo mejor
en nosotros el deseo de que dure para siempre, de que no acabe jamás? Aquí abajo
tales estados no duran para siempre, porque no existe objeto que pueda satisfacer
indefinidamente. Con Dios es diferente. Nuestra mente hallará en Él la Verdad y la
Belleza que nunca acabará de contemplar, y nuestro corazón el Bien del que jamás
se cansará de gozar.
María, Reina del cielo, nos ayude a todos nosotros a vivir con la mirada
constantemente dirigida a Cristo, que hoy sube triunfante a la gloria del Paraíso.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)