DOMINGO DE PENTECOSTÉS, CICLO B
LECTURAS:
PRIMERA
Hebreos 2,1-11
Por tanto, es preciso que prestemos mayor atención a lo que hemos oído, para que
no nos extraviemos. Pues si la palabra promulgada por medio de los ángeles obtuvo
tal firmeza que toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución, ¿cómo
saldremos absueltos nosotros si descuidamos tan gran salvación? La cual comenzó
a ser anunciada por el Señor, y nos fue luego confirmada por quienes la oyeron,
testificando también Dios con señales y prodigios, con toda suerte de milagros y
dones del Espíritu Santo repartidos según su voluntad. En efecto, Dios no sometió a
los ángeles el mundo venidero del cual estamos hablando. Pues atestiguó alguien
en algún lugar: "¿Qué es el hombre, que te acuerdas de él? ¿O el hijo del hombre,
que de él te preocupas? Le hiciste por un poco inferior a los ángeles; de gloria y
honor le coronaste. Todo lo sometiste debajo de sus pies". Al someterle todo, nada
dejó que no le estuviera sometido. Mas al presente, no vemos todavía que le esté
sometido todo. Y a aquel que fue hecho inferior a los ángeles por un poco, a Jesús,
le vemos coronado de gloria y honor por haber padecido la muerte, pues por la
gracia de Dios gustó la muerte para bien de todos. Convenía, en verdad, que Aquel
por quien es todo y para quien es todo, llevara muchos hijos a la gloria,
perfeccionando mediante el sufrimiento al que iba a guiarlos a la salvación. Pues
tanto el santificador como los santificados tienen todos el mismo origen. Por eso no
se avergüenza de llamarles hermanos".
SEGUNDA
1 Corintios 12,3b-7.12-14
Nadie, hablando con el Espíritu de Dios, puede decir: "¡Anatema es Jesús!"; y nadie
puede decir: "¡Jesús es Señor!" sino con el Espíritu Santo. Hay diversidad de
carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es
el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra en todos. A
cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común, pues del
mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los
miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo
cuerpo, así también Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados,
para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos
hemos bebido de un solo Espíritu. Así también el cuerpo no se compone de un solo
miembro, sino de muchos.
EVANGELIO
Juan 20,19-23
Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a
los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó
Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz con ustedes". Dicho esto, les mostró las
manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra
vez: "La paz con ustedes. Como el Padre me envió, también yo los envío". Dicho
esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los
pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos".
HOMILÍA
En este día en el que celebramos la venida del Espíritu Santo sobre María, los
apóstoles y muchos discípulos reunidos, hemos de recordar que fue por la acción
del Espíritu que nació la Iglesia.
Por supuesto que fue Jesús quien edificó la misma en la piedra de Pedro y los
apóstoles, pero El mismo prometió que sería el Espíritu Santo el encargado de
completar su obra en ellos y de hacerles comprender todo lo que de El habían
aprendido.
Hasta ese momento ninguno de ellos se sintió capacitado para cumplir con la misión
que Jesús les había encomendado: Ir por todo el mundo a predicar la Buena
Noticia, el Evangelio.
Ya antes, después de resucitado, Jesús les transmitió el Espíritu Santo para que
pudieran, como lo había hecho anteriormente con Pedro (ver Mateo 16,19), tener la
autoridad de perdonar o retener los pecados. Esta sería una de las funciones de
ellos y sus sucesores, como transmisores del tesoro de la gracia que El había
conseguido para todos nosotros con su muerte en la cruz.
Pero el día de Pentecostés se cumplió la promesa de llenarles con los dones del
Espíritu para ser sus testigos en el mundo y poder hablar en nombre suyo.
Así vemos como, ya sin el miedo que antes les impedía obrar, salieron a las calles
de Jerusalén gritando las alabanzas al Señor, lo que admiró sobremanera a todos
aquellos que, siendo judíos, habían venido a la Ciudad Santa de distintas partes del
mundo.
Se produjo un verdadero milagro, que sería algo único e irrepetible: los que les
escuchaban entendían lo que decían en su propia lengua. No debemos confundir
este fen￳meno conocido como glosolalia, con el carisma de “hablar en lenguas”,
pues en este caso nadie entiende nada, ni siquiera el mismo que posee el don,
como no sea que haya alguien que tenga a su vez el don de interpretación.
Precisamente en la segunda lectura de hoy, san Pablo nos habla de los carismas o
dones espirituales que se reciben por la acción del Espíritu.
Puede decirse que todo cristiano ha recibido, a través del Bautismo y en particular
del sacramento de la Confirmación, ciertos dones que tendrán como fin actuar para
beneficio propio y de los demás.
Es el Espíritu Santo quien obra en nosotros para nuestro bien, sobre todo si le
abrimos ampliamente el coraz￳n. Como nos dice Pablo, hasta para decir “¡Jesús es
el Se￱or!” necesitamos de la asistencia del Espíritu.
Es claro que no todos reciben todos los dones, sino que éstos son repartidos de
acuerdo a la capacidad y a la decisión del propio Espíritu, que sabe mejor que nadie
lo que cada uno debe tener.
El apóstol menciona tres clases de dones: carismas, ministerios y operaciones. No
seria fácil definir las diferencias entre unos y otros, pero lo que si recalca Pablo es
que el que obra es el mismo Espíritu, el mismo Señor, el mismo Dios.
Todos ellos tienen como fin la edificación de la Iglesia como verdadero Pueblo de
Dios, de ahí que se trata de gracias que nos permiten individualmente crecer en el
conocimiento y el amor de Dios, pero al mismo tiempo sirven para hacernos dóciles
a la acción del propio Espíritu y disponernos a un verdadero compromiso en la
comunidad cristiana.
No pueden existir cristianos pasivos, que se contenten simplemente con asistir a la
iglesia regularmente. Ya sabemos que esta es una condición indispensable para
pertenecer, realmente, a la Iglesia, pero eso sólo no nos lleva al cumplimiento de la
misión para la que recibimos dones específicos del Espíritu.
Un cristiano tiene que serlo en la iglesia, cuando se reúne con sus hermanos para
participar de la Asamblea Litúrgica. Pero también en todos los momentos de su
vida. Hay que ser cristiano en el hogar, cumpliendo los deberes familiares de
acuerdo al estado de cada uno. Hay que serlo en el trabajo, cumpliendo con los
deberes a los que se está comprometido, con honestidad y honradez.
Hay que serlo en la diversión, procurando la alegría sana de todos, y evitando lo
que puede ser vulgar o malsano. Hay que serlo en la salud o la enfermedad. Hay
que serlo, en fin, en todo momento.
Sabemos que no es fácil el oficio de cristiano. Y eso lo sabía también el Señor. Por
eso nos prometió la asistencia que necesitamos para lograr ser los discípulos que El
quiere y necesita.
La tarea que tenemos por delante es el testimonio constante de una vida de
hombres y mujeres santos, que actúan en el mundo sin ser del mundo, siendo
obedientes a las inspiraciones del Espíritu. Ayudemos a todos a lograr el
conocimiento de Dios que los lleve a la eterna salvación.
Necesitamos, pues, descubrir los carismas con los que el Espíritu nos ha
enriquecido. Tenemos que ponerlos a trabajar, sea en la predicación, en la
enseñanza, en la asistencia a los enfermos, en la oración de liberación, en el
discernimiento, en aquellas obras de misericordia que pertenecen a los consejos
evangélicos.
Así estaremos obrando como Iglesia, pues todos, desde el Papa hasta el último
cristiano, tenemos la misma misión, aunque con funciones diferentes. Para ello
contamos con el Espíritu que nos dará la fuerza para hacerlo bien.
Padre Arnaldo Bazan