PENTECOSTÉS
(Hechos 2:1-11; Gálatas 5:16-25; Juan 15:26-27.16:12-15)
El enfermo tuvo suerte. Lo colocaron en una sala hospitalaria al lado de un
sacerdote carismático. Con el aliento gentil del religioso el hombre comenzó a
recapacitar su vida. Fue bautizado como católico pero se había alejado de la fe.
Había tenido a tres esposas, pero andaba entonces con varias mujeres. Al final
reconoció la necesidad de cambiar sus modos. Prometió a volver a misa y aun a
visitar al sacerdote en su convento. Aquellos que saben de asuntos espirituales
reconocen esta experiencia como obra del Espíritu Santo.
Se describe el Espíritu Santo en la primera lectura de los Hechos de los
Apóstoles con tres imágenes fuertes. Primero, el Espíritu viene con el ruido de
un huracán. El sonido invoca el miedo como pasó a los israelitas en el desierto
cuando Dios descendió sobre el Monte Sinaí. No es coincidencia. Pues hay
muchos peregrinos en Jerusalén para celebrar la entrega de la Ley a Moisés unos
cincuenta días después del éxodo de Egipto. Ya el Espíritu Santo viene como la
ley nueva dirigiendo a los discípulos cómo vivir el amor divino.
Ellos tienen que formar una comunidad de apoyo mutuo. Enseñarán a los niños
los modos de Jesús. Disfrutarán de la compañía de uno y otro en medio de una
sociedad distorsionada por los deseos carnales. Llamada “la Iglesia”, la
comunidad sigue en fuerza hasta el día hoy. Esperamos que la parte de la
Iglesia que representamos muestre la faz de Jesús a todos.
En segundo lugar la lectura ocupa el fuego para describir la venida del Espíritu
Santo. En el desierto Juan predicó que el que vino después de él bautizara con el
Espíritu y el fuego. Ya se cumplen sus palabras. El fuego puede vigorizar como
cuando dicen que los Caballeros de Cleveland están ardiendo en los playoffs de
básquet. A veces en el medio de la vida nos sentimos desanimados. Aunque
hemos realizado nuestras ambiciones, nos consideramos a nosotros mismos
como fracasos. No tenemos ningún agradecimiento ni para Dios ni para
nuestros padres, ni para otras personas. Necesitamos del Espíritu Santo para
llenarlos con el fuego para afirmar su valor. La segunda lectura muestra
ampliamente los efectos del Espíritu Santo: el amor, la alegría, la paz, y varias
otras cualidades que conocemos como sus frutos.
Finalmente, la lectura menciona lenguas . Son el don de hablar de modo que
gentes de diferentes naciones puedan entender. Según la lectura, los discípulos
emiten palabras que suenan raras para ellos mismos, pero para la gente ellas
hacen sentido perfecto. Los expertos tienen teorías para explicar este
fenómeno, pero hay una historia que también puede explicarlo. El año pasado
unos turistas americanos estaban en Roma participando en una audiencia del
papa Francisco. Uno de ellos que conoce italiano iba a traducir lo que el papa
dijo a los demás. El papa contó de la necesidad de amar como Cristo. Cuando
el que iba a traducir por sus compañeros abrió su boca, los otros le dijeron que
no era necesario. Pues el papa Francisco, aunque hablaba en otro idioma,
estaba bastante entendible. Es así cuando hablamos del deseo más profundo de
corazón. Nos entendemos bastante bien.
Una pintura contemporánea muestra dos ventanas abiertas con el viento
soplando las cortinas. La luz del sol matutino brilla dentro del cuarto mientras
se ve un afuera las aguas de un lago. ¿Es posible quedarnos desanimados en tal
situación? Es el sentido perfecto del Espíritu Santo. Viene para iluminar la
mente y mover el corazón para que amemos según el deseo más profundo del
corazón. El Espíritu nos viene para que amemos.
Padre Carmelo Mele, O.P.