Solemnidad . Domingo de Pentecostés
Pentecostes
Padre Pedrojosé Ynaraga Diaz
1 El origen de esta fiesta, como de tantas otras, es agrícola. Os vengo repitiendo
muchas veces, mis queridos jóvenes lectores, que para entender la Biblia, es muy
conveniente conocer la cultura enclavada en la cuenca mediterránea. Me estoy
refiriendo a entender el aspecto narrativo, no la Revelación. La maduración de la
cebada era celebrada ofreciendo sus primeras espigas a la divinidad.
Posteriormente, antes de segar el trigo, se obraba de idéntica manera con este. La
primera labor, en épocas posteriores, fue la Pascua, añadiendo, ya que el pueblo de
Israel era beduino de origen, el sacrificio del cordero, a lo que siguió la liberación
de la esclavitud de Egipto. Le seguía, al cabo de siete semanas, el llamado
pentecostés en griego, shavuot en hebreo, la fiesta del cereal superior. Los judíos
añadieron el acontecimiento de la entrega de la Ley en el Sinaí a esta segunda
celebración.
Coincidió con la Pascua judía, la muerte, sepultura y resurrección del Señor, que
llamamos Pascua de Resurrección acertadamente. Coincidió la solemne efusión del
Espíritu Santo, con la fiesta de las semanas y no tenemos ningún inconveniente en
llamarla Pentecostés, como los judíos de habla griega. En más de una ocasión, en
algún encuentro de Jesús resucitado con los apóstoles, les dijo “recibid el Espíritu
Santo”.
Le he dado el calificativo de solemne, por las circunstancias que el relato de Lucas
nos describe y por el número de participantes. No olvidéis, mis queridos jóvenes
lectores, que, pese a lo que veáis en pinturas, que se limitan a plasmar la figura de
los Apóstoles y de Santa María, según el libro de los “Hechos de los Apóstoles”,
estarían en aquella ocasión reunidas unas 120 personas. Ciertamente que la Virgen
no faltaba, aunque a ella ya le había llegado antes, fue en el momento de su
aceptación, a propuesta de Gabriel, de la maternidad divina, en Nazaret. Los once,
sin duda, estaban, pero también las santas mujeres, aquellas que se habían
ofrecido generosamente, entre las cuales no faltaba la de Mágdala, escogida apóstol
de los apóstoles, y mucho otros discípulos. Pocos artistas plasman el
acontecimiento así. La cosa viene de antiguo. Conservo fotografía de una preciosa
vidriera de la catedral de Colonia, donde el artista plasmó un conjunto más
numeroso.
Cambio de tercio.
¿para qué “sirve” el Espíritu Santo? Podéis preguntaros. ¿Qué sé yo de Él? Es más
adecuada la pregunta? ¿Qué hay de la paloma y el fuego? Es legítimo añadir.
Empezaré por la última cuestión. Para empezar os digo: el Espíritu Santo es Dios y
como tal invisible a la mirada sensorial, perceptible por la interior. Se ha
manifestado sensibilizándose a nosotros bajo dos aspectos fundamentalmente: el
fuego y la paloma. Pero ni es combustible, ni se empalomó. Secundariamente
también lo sintieron algunos como viento impetuoso.
La figura de la paloma, tal vez la más vista entre nosotros los occidentales, tiene
algún peligro. Hay algunos que interpretan que la acción respecto a María fue
biológica. No hace mucho unas quinceañeras me lo decían y por eso me atrevo, con
cierto temor, a escribirlo. Sé que no son, ni han sido únicas personas que así lo han
creído. En la Virgen fue poder divino que realizó el prodigio, lo visible a los ojos de
Nuestra Señora, fue Gabriel, con aspecto masculino y sin alas. Las palomas, por
otra parte, en las ciudades, son animales que dañan monumentos y pueden
transmitir enfermedades, así que resultan para muchos antipáticas. Las salvajes,
las llamadas torcaces, que me encuentro por la mañana cerca de casa, es diferente.
Pero en el momento de Pentecostés, el Espíritu Santo se hizo perceptible mediante
fuego. Llamas que se repartieron entre los asistentes y que no quemaban. El fuego
como figura y símbolo es otra cosa. Ya en la escuela de primaria me explicaron que
es una llama, no obstante, el fuego siempre me resulta misterioso. Mirando el
fuego central de un campamento scout o en la chimenea hogareña, podía pasarme
mucho tiempo, sin aburrirme.
Paloma y fuego no son imágenes únicas. Tengo reproducciones de una figura
femenina, pintadas según inspiración a una santa que ahora no puedo precisar el
nombre. En otra, al querer representar en el muro de una iglesia a la Santísima
Trinidad, el Espíritu Santo aparece como una bella mujer. Ambos ejemplos son de
Alemania. Conozco bien otros casos. En la Cartuja de Miraflores, en Burgos,
aparece como un discreto joven, netamente masculino. En el “ermitage de la
Trinité”, en el Pirineo Oriental francés, la figura joven que le representa no se
distingue si es masculina o femenina. En la tradición etíope la Santísima Trinidad,
se la representa por tres ancianos netamente masculinos e idénticos. Seguramente
hay alguna más, que ahora no recuerdo o desconozco . Espero que estas
explicaciones os sirvan para comprobar el interés que a través de la historia ha
tenido en los artistas.
Vuelvo a lo anterior y más importante ¿tenemos necesidad del Espíritu Santo? ¿No
es suficiente para nuestra vida espiritual aceptar a Cristo? La experiencia nos
demuestra que nosotros, como los Apóstoles en Getsemaní, en algunas situaciones
caemos en el error, tenemos miedo, somos cobardes. Nos preguntamos a veces
¿cómo se las arregla este misionero? ¿De dónde saca fuerzas esta madre de
familia? ¿Cómo es posible tanta valentía?
El Espíritu del Señor le da fuerzas.
Añado más: el mismo Jesús nos lo envía ilusionado. Recibir al Espíritu Santo es
también complacer a Cristo.
Mis queridos jóvenes lectores, no quiero continuar. Mis escritos, estoy seguro, no
son vuestra única fuente. Trato cada semana de enviaros un mensaje que sea
diferente al que otros puedan dirigiros. No soy mejor que ellos, ni más listo, ni más
santo ¡Dios me libre de pensarlo! Pero sinceramente reconozco que tengo aficiones
y curiosidades, que otros no han tenido y que ofrecéroslas es un deber.
Que el Espíritu Santo se os meta dentro, cambie vuestro corazón, ilumine vuestra
mente, tengáis coraje y valentía.
Pedídselo también para mí. Y que me otorgue juventud en mis vejeces. Que,
olvidaba deciros, el también llamado Paráclito, es expresión de la eterna juventud
de Dios.