Solemnidad de la Santísima Trinidad/B
(Dt 4, 32-34.39-40; Rm 8, 14-17; Mt 28, 16-20)
La Santísima Trinidad no es el producto de razonamientos humanos; es el
rostro con el que Dios mismo se ha revelado...
Hoy contemplamos la Santísima Trinidad tal como nos la dio a conocer Jesús. Él nos
reveló que Dios es amor “no en la unidad de una sola persona, sino en la trinidad
de una sola sustancia” (Prefacio): es Creador y Padre misericordioso; es Hijo
unigénito, eterna Sabiduría encarnada, muerto y resucitado por nosotros; y, por
último, es Espíritu Santo, que lo mueve todo, el cosmos y la historia, hacia la plena
recapitulación final. Tres Personas que son un solo Dios, porque el Padre es amor,
el Hijo es amor y el Espíritu es amor. Dios es todo amor y sólo amor, amor
purísimo, infinito y eterno. No vive en una espléndida soledad, sino que más bien
es fuente inagotable de vida que se entrega y comunica incesantemente.
Nuestro Dios, que se acerca y condesciende con el hombre es Amor, es una
Trinidad de Amor en la cual el Padre es el amante, el Hijo, el amado, y el Espíritu
Santo, el amor (cf. San Agustín: De Trinitate, VIII, 10, 14; IX, 2, 2). La primera
lectura nos da los gestos de amor de ese Dios: nos habla a través de los patriarcas,
profetas; nos salva de la esclavitud. Él será la alegría para nosotros, con tal que
guardemos su Palabra y sus mandamientos. En la segunda lectura de hoy se nos
da un paso más de este Dios cercano: es Padre amoroso y nosotros somos hijos en
el Hijo, “por lo que podemos “invocar a Dios Padre con el mismo nombre familiar
que usaba Jesús: Abba” (Juan Pablo II, Catequesis del 16 de diciembre, 1998). Por
un Don del Padre los que creemos en el Hijo único llegamos a ser verdaderamente
hijos en el Hijo único (Jn 1,12), según la conmovida expresión del apóstol Juan:
“Miren qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo
somos!” (1Jn 3, 1).
En el evangelio se da el tercer paso de esta hermosa revelación de Dios. Dios es
Trinidad. El Dios uno y simple, vive en tres Personas: el Padre, el Hijo, que tomó
carne en Cristo, y el Espíritu Santo. La Trinidad significa que Dios no es un Dios
solitario, sino una comunidad de amor. Dios es el amor hecho vida: amor como
persona. El resto de lo que sabemos o podemos saber de Dios viene como
consecuencia. Y en este evangelio, Cristo nos anuncia la misión que encomendó a
la Iglesia. Es una misión triple: evangelizadora (“Vayan y hagan discípulos”),
celebrativa (“bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”)
y vivencial (“enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”).
En la Trinidad reconocemos también el modelo de la Iglesia, en la que estamos
llamados a amarnos como Jesús nos amó. Es el amor el signo concreto que
manifiesta la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es el amor el distintivo del
cristiano, como nos dijo Jesús: “En esto conocerán todos que sois discípulos míos:
si os amáis unos a otros” (Jn 13, 35). Es una contradicción pensar en cristianos que
se odian. Es una contradicción. Y el diablo busca siempre esto: hacernos odiar,
porque él siembra siempre la cizaña del odio; él no conoce el amor, el amor es de
Dios.
Todos estamos llamados a testimoniar y anunciar el mensaje de que “Dios es
amor”, de que Dios no está lejos o es insensible a nuestras vicisitudes humanas.
Está cerca, está siempre a nuestro lado, camina con nosotros para compartir
nuestras alegrías y nuestros dolores, nuestras esperanzas y nuestras fatigas. Nos
ama tanto y hasta tal punto, que se hizo hombre, vino al mundo no para juzgarlo,
sino para que el mundo se salve por medio de Jesús (cf. Jn 3, 16-17). Y este es el
amor de Dios en Jesús, este amor que es tan difícil de comprender, pero que
sentimos cuando nos acercamos a Jesús. Y Él nos perdona siempre, nos espera
siempre, nos quiere mucho. Y el amor de Jesús que sentimos, es el amor de Dios.
El Espíritu Santo, don de Jesús resucitado, nos comunica la vida divina, y así nos
hace entrar en el dinamismo de la Trinidad, que es un dinamismo de amor, de
comunión, de servicio recíproco, de participación. Una persona que ama a los
demás por la alegría misma de amar es reflejo de la Trinidad. Una familia en la que
se aman y se ayudan unos a otros, es un reflejo de la Trinidad. Una parroquia en la
que se quieren y comparten los bienes espirituales y materiales, es un reflejo de la
Trinidad.
El amor verdadero es ilimitado, pero sabe limitarse para salir al encuentro del otro,
para respetar la libertad del otro. Todos los domingos vamos a misa, juntos
celebramos la Eucaristía, y la Eucaristía es como la ‘zarza ardiendo’, en la que
humildemente habita y se comunica la Trinidad; por eso la Iglesia ha puesto la
fiesta del Corpus Christi después de la de la Trinidad.
La Virgen María, con su dócil humildad, se convirtió en esclava del Amor divino:
aceptó la voluntad del Padre y concibió al Hijo por obra del Espíritu Santo. En ella el
Omnipotente se construyó un templo digno de él, e hizo de ella el modelo y la
imagen de la Iglesia, misterio y casa de comunión para todos los hombres. Que
María, espejo de la Santísima Trinidad, nos ayude a crecer en la fe en el misterio
trinitario.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)