Domingo X Tiempo Ordinario/B
(Gn 3, 9-15; 2 Co 4, 13-5, 1; Mc 3, 20-35)
El poder y la fuerza de la Palabra de Dios
“¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?… El que cumple la voluntad de
mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre” (Mt 12, 48-50).
Y esto muestra que ella es la Madre de Jesús no solamente en el cuerpo, sino
también en el corazón.
Mi madre y mis hermanos son “aquellos que escuchan la Palabra de Dios, y la
ponen en práctica”. Estas son las dos condiciones para seguir a Jesús: escuchar la
Palabra de Dios y ponerla en práctica. Esta es la vida cristiana, nada más. Sencillo.
Quizá nosotros la hemos hecho un poco difícil, con muchas explicaciones que nadie
entiende, pero la vida es así: escuchar la Palabra de Dios y practicarla.
“La Palabra de Dios -decía san Ambrosio- es la sustancia vital de nuestra alma; la
alimenta, la apacienta y la gobierna; no hay nada que pueda hacer vivir el alma del
hombre fuera de la Palabra de Dios” (S. Ambrogio, Exp. Ps . 118, 7,7 (PL 15, 1350).
“Es tanta la eficacia que radica en la palabra de Dios -añade la Dei Ver bum-, que
es, en verdad, apoyo y vigor de la Iglesia, y fortaleza de la fe para sus hijos,
alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual (Dei Verbum , 21).
“La asidua lectura de la Sagrada Escritura acompa￱ada de la oraci￳n realiza ese
íntimo coloquio en el que, leyendo, se escucha a Dios que habla, y orando se le
responde con confiada apertura de coraz￳n” (Benedetto XVI, in AAS 97, 2005, p.
957).
La Escritura en la Carta de Santiago leemos este texto sobre la Palabra de Dios:
“Nos engendr￳ por su propia voluntad, con Palabra de verdad, para que fuéramos
como las primicias de sus criaturas. Ténganlo presente, hermanos míos queridos:
que cada uno sea diligente para escuchar y tardo para hablar, tardo para la ira…
Por eso, desechen toda inmundicia y abundancia de mal y acojan con docilidad la
Palabra sembrada en ustedes, que es capaz de salvar sus almas. Pongan por obra
la Palabra y no se contenten sólo con oírla, engañándose a ustedes mismos. Porque
si alguno se contenta con oír la Palabra sin ponerla por obra, ése se parece al que
contempla su imagen en un espejo: se contempla, pero, en cuanto se va, se olvida
de cómo es. En cambio el que fija la mirada en la Ley perfecta de la libertad y se
mantiene firme, no como oyente olvidadizo sino como cumplidor de ella, ése,
practicándola, será feliz” (St 1,18-25).
La Palabra de Dios asegura a toda alma que lo desea una dirección espiritual
fundamental y en sí infalible. Existe una dirección espiritual, por así decirlo,
ordinaria y cotidiana que consiste en descubrir qué quiere Dios en las diversas
situaciones en las que el hombre, habitualmente, se encuentra en la vida. Tal
dirección está asegurada por la meditación de la Palabra de Dios acompañada de la
unci￳n interior del Espíritu que traduce la Palabra en buena „inspiraci￳n‟, y la buena
inspiración en resolución práctica. Es lo que expresa el versículo del Salmo tan
querido a los que aman la Palabra: “Para mis pies lámpara es tu palabra, luz para
mi sendero” (Sal 119,105).
Las palabras de Dios, bajo la acción actual del Espíritu, se convierten en expresión
de la voluntad viva de Dios para mí, en un momento dado. Un pequeño ejemplo
ayudará a entenderlo. Alguien cuenta que en cierta ocasión se dio cuenta de que,
en comunidad, alguien le había tomado por error un objeto. Se disponía a hacerlo
notar y a pedir que le fuera devuelto cuando se topó por casualidad (pero tal vez no
fue verdaderamente por casualidad) con la palabra de Jesús, que dice: “A todo el
que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames” (Lc 6,30). Comprendi￳
que esa palabra no se aplicaba universalmente y en todos los casos, pero que
ciertamente se aplicaba a él en aquel momento. Se trataba de obedecer la Palabra.
La obediencia a la Palabra de Dios es la obediencia que podemos realizar siempre.
Obedecer órdenes o a autoridades visibles, ocurre sólo cada tanto, tres o cuatro
veces en la vida, si se trata de obediencias graves; pero obedecer la Palabra de
Dios puede presentarse a cada momento. Es también la obediencia que podemos
hacer todos , súbditos y superiores, clérigos y laicos. Los laicos no tienen, en la
Iglesia, un superior a quien obedecer –al menos no en el sentido con el que lo
hacen los religiosos y los clérigos–; ¡pero tienen, por otra parte, un «Señor» a
quien obedecer! ¡Tienen su palabra!
Por esto, Jesús nos dice: “Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la
Palabra de Dios y la ponen en práctica”. Y para escuchar la Palabra de Dios, la
Palabra de Jesús, basta abrir la Biblia, el Evangelio. Pero estas páginas no son
leídas, son escuchadas. “Escuchar la Palabra de Dios es leer eso y decir: „¿pero a mí
esto qué me dice, a mi coraz￳n? ¿Qué me está diciendo a mí, con esta palabra?‟ Y
así, nuestra vida cambia.
Cada vez que hacemos esto -abrimos el Evangelio y leemos un pasaje y nos
preguntamos: „¿Con esto Dios me habla, me dice algo? Y si me dice algo, ¿qué me
dice?‟- esto es escuchar la Palabra de Dios, escucharla con los oídos y escucharla
con el corazón. Abrir el corazón a la Palabra de Dios. Dios no habla en particular, al
corazón a cada uno, sin excepción: sí, habla para todos, pero habla a cada uno de
nosotros. El Evangelio se ha escrito para cada uno de nosotros.
Podemos elevar como san Agustín ( Confesiones) nuestro corazón a Dios, para
obtener la compresi￳n de la Palabra de Dios: “Sean tus Escrituras mis castas
delicias: no me enga￱e yo en ellas, ni enga￱e a nadie con ellas… Atiende a mi alma,
y ￳yela, que clama desde lo profundo… Concédeme tiempo para meditar sobre los
secretos de tu Ley, y no cierres sus puertas a los que llaman… Mira que tu voz es
mi gozo; tu voz es un deleite superior a cualquier otro. Dame lo que amo… No
deprecies a esta hierba sedienta… Que al llamar, se me abran las interioridades de
tus palabras… Lo pido por nuestro Se￱or Jesucristo… en quien están escondidos
todos los tesoros de la sabiduría y ciencia de Dios (Col 2,3). A Éste busco en tus
libros” ( Conf . XI, 2, 3-4).
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)