XI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Parábolas
Padre Pedrojosé Ynaraga Diaz
Acaba el fragmento del evangelio de la misa de este domingo, advirtiendo que el
Señor se dirigía a la multitud utilizando parábolas, para que le entendiera mejor el
pueblo. A sus discípulos en cambio, privadamente, les hablaba en lenguaje directo.
Le entendían a Él las gentes, porque los ejemplos que ponía les eran conocidos, se
trataba de imágenes habituales, próximas, populares. Era un buen pedagogo el
Maestro.
Os recuerdo un latinajo antiguo, no os enfadéis, mis queridos jóvenes lectores, es
un adagio tradicional de posiciones filosóficas empiristas, dice así: Nihil est in
intellectu quod non prius fuerit in sensu («Nada hay en la mente que previamente
no estuviera en los sentidos»). Era el criterio, muy oportuno, que tenía Jesús. El
problema está en que aquellas personas observaban paisajes, plantas o animales,
que vosotros, seguramente, en algunos casos, desconocéis. De modo que para
entender el mensaje, creo yo, se debe dar previamente una explicación de la
imagen, cosa que a los testigos directos de sus predicaciones, no les eran
necesarias.
Ocurre tal fenómeno en el texto de hoy. Se refiere el Señor a vegetales y oficios
que os pueden resultar desconocidos. De inmediato, se le ocurre a uno la idea de
que es conveniente ir a Tierra Santa, mirar, recordar y reflexionar, para mejor
entender. De lo que os digo, ha surgido la expresión antigua, ya aceptada y
pronunciada por los mismos últimos Papas, de que Tierra Santa es el quinto
evangelio. Diecisiete veces he ido yo, y tengo el propósito de volver, para aprender
más y comprender mejor, el contenido del mensaje bíblico. Entre otras finalidades,
que los viajes de estudio deparan muchas riquezas inesperadas, os lo digo por
experiencia.
La primera lectura de la misa de hoy, se refiere a un árbol que seguramente mucho
de vosotros lo habréis visto en parques urbanos o jardines de grandes mansiones
Se trata del cedro. No crecía en el Israel bíblico, lo conocían por desarrollarse en el
norte de su país, en la inmensa cordillera del Líbano, de nieves perpetuas, en aquel
tiempo.. Es un árbol corpulento, majestuoso y elegante, visto de lejos. De cerca
pierde algo de su atractivo, por la agresividad de las puntas de sus hojas, que son
finas agujas. Compensa esta desagradable característica, la elegancia de sus piñas
que se abren para liberar las millas y se deterioran de inmediato. Era el típico y
admirado árbol del norte de Israel, tan inconfundible y representativo, que en la
actualidad, forma parte del emblema de la nación libanesa. Es bello y de preciada
madera, apta para grandes vigas, para aromáticos y decorativos arrimaderos, para
muebles y hasta para construir barcas, que puedan navegar por el lago de
Tiberíades.
El profeta se refiere al mismo, como árbol que permite la reproducción por esqueje.
Dice que se tomará una ramita de un cedro de la montaña, la mejor de ellas, la
central, y se hincará el brote en un singular promontorio de Israel. El profeta
Ezequiel anuncia a su pueblo con esta comparación, la predilección que el Señor
siente por su pueblo, para que no pierda la esperanza. Que sepa el fiel israelita que
su seguridad está por encima de cualquier poder.
La carta de San Pablo a los fieles de Corinto es de otro tenor. Reflexiona él, a partir
de una concepción de la persona humana muy propia de la cultura griega, y que tal
vez no sea la actual, ajustada a la sicología presente, pero que no importa
demasiado. Nuestra actualidad nos aprisiona, nos atenaza con valores inferiores o
medianos, que entusiasman a muchos. Logros deportivos, éxitos de conjuntos
musicales, militancias políticas. No hay que desdeñarlos, no, el Señor no nos quiso
fuera de este mundo, pero suplicó al Padre que nos librara de sus ambiciones que
esclavizan. Cuerpo y alma. Cuerpo, alma y espíritu. Como quiera que imaginéis
nuestra realidad, que navega en la realidad espacio-temporal, se dirige a un
momento en que se nos preguntará donde están nuestras obras buenas. Ni
camisetas deportivas, ni melodías que hayan podido merecer discos de platino, ni
votaciones favorables que aúpan en el poder. Lo que hay que ofrecer en el
momento supremo y definitivo, son buenas obras. Es el tícket que franquea la
entrada. ¿vais por el mundo provistos de él, mis queridos jóvenes lectores? Porque
tal vez se abra la puerta de repente, cuando menos lo esperabais, accidente, ictus o
carcinoma, recordadlo, y no podáis entrar.
El oficio de labrador implica aceptar muchos enigmas. Quien trabaja en una
empresa, en un organismo público o en la docencia, por poner algún ejemplo, sabe
que a final de semana o de mes, cobrará su sueldo. El agricultor de entonces
lanzaba la semilla con sus manos, el de ahora con maquinaria más precisa, pero
ambos han de esperar a que germine a su ritmo, que crezca y madure, si las
inclemencias, sequía o temporales no lo impiden, hasta poder tener fruto y
guardarlo en un saco. El labriego es un pequeño héroe de la esperanza. Un oficio de
pacifico aventurero, no apto para inquietos y egoístas impacientes.
Los media os hablarán de emprendedores, ambiciosos, mercados insurgentes,
nuevas profesiones, etc. Jesús tiene otros planes para vosotros, mis queridos
jóvenes lectores. ¿de quien os fiaréis?
Cambio de tercio.
Ya os lo he dicho en otras ocasiones, el Maestro se refiere a la mostaza en la
parábola y es justo que os preguntéis de qué simiente se trata, si queréis sacarle
todo el jugo a su enseñanza. Lo primero que os advierto es que, evidentemente, la
semilla no corresponde a la sinapis alba o sinapis nigra, con la que se elabora la
famosa “moutarde de Dijon” y que es planta de huerto, semejante a la col o la
lechuga, imposible, pues, de que sea albergue de aves. Tampoco se trata de la que
nos enseñan en Tierra Santa y hasta pretenden vender chiquillos avispados,
dispuestos a sacarse algún dinero, a costa del peregrino. Esta sí es un arbusto
donde se refugian los pájaros, pero no existía en el Israel de los tiempos bíblicos,
su nombre es nicotiana glauca. ¿de qué semilla, pues, se trataba? No se sabe, esta
es la verdad. Debía ser algo tan vulgar como los matorrales que invaden cualquier
terreno no cultivado y que nadie se entretuvo en describirla. Tal vez esta modestia
sirva para que aprendamos todavía mejor la enseñanza. Hay personas, hay
cristianos, hay gente menuda y anónima, que no aparecen en ningún noticiario, ni
de sus proezas se acuerda nadie, pero que su corazón acogedor, su mirada
compasiva, su generosidad sin aspavientos, salvan a muchos.
Al Reino de los Cielos no se acude con estanterías llenas de trofeos, ni paredes
empapeladas de títulos, ni certificados de nombramientos insignes.
¿Dónde está tu generosidad? ¿Dónde tus obras buenas? Nos preguntarán.