UNDÉCIMO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO, CICLO B
(Ezequiel 17:22-24; II Corintios 5:6-10; Marcos 4:26-34)
Vámonos a un jardín japonés. Inmediatamente nos daremos cuenta de la
diferencia. No habrá árboles grandes. En su lugar algunos arbolitos no más
grandes que arbustos se destacarán. En el evangelio hoy Jesús se aprovecha de
una tal mata para describir el Reino de Dios.
Pregunta Jesús: “¿Con que comparemos el Reino…?” Evidentemente es algo
completamente distinto que jamás se ha visto en el mundo. Entonces Jesús
contesta su propio interrogante con una serie de imágenes. Dice que el Reino es
como la semilla caída en tierra fértil que vale muchísimo para nosotros si nos lo
acojamos. También dice que es como una lámpara que permite a nosotros
caminantes por las tinieblas del mundo a llegar a Dios, nuestro destino. En el
pasaje hoy Jesús compara el Reino de nuevo con una semilla. Pero esta vez es el
modo en que crece que llama la atención. De manera misteriosa la semilla produce
tallos, espigas, granos y fruto. En otras palabras el Reino nos recomienda atender
con la paciencia el desarrollo de las virtudes que nos llevarán a hacer actos
meritorios.
El Reino en sí misma es una imagen. Es una manera de hablar de la presencia de
Dios. Otra palabra para su presencia es el cielo. Aún otro, es la Iglesia pero si
usamos esta imagen tenemos que proceder con la precautela. Pues la Iglesia tiene
una parte divina pero también una parte pecadora. En cuanto refleja la compasión
para los sufridos, la fe de los pobres, y el empeño de aquellos que buscan
sinceramente la justicia es de Dios. En cuanto muestra la arrogancia de los que
piensan en sí mismos como mejores que los demás o la codicia de aquellos que sólo
buscan modos de aprovecharse de la gente ella representa la humanidad caída.
Tal vez todos hayamos oído como el Papa Francisco ha comparado la Iglesia al
hospital del campo atendiendo a los heridos de la vida. En esta línea ve la Iglesia
también como una madre misericordiosa cuidando a sus hijos e hijas en el lodo y
rocas en que el camino de la vida a veces se convierte. Dice un comentarista que
el papa prefiere esta imagen, que utilizó san Cipriano en su disputa con el
Novacianismo, un movimiento rigorista que vio la Iglesia como una virgen santa y
pura. Según el experto el Papa Francisco quiere que la Iglesia sea herida, sucia, y
lastimada. Pues sería prueba que ha estado en las calles con la gente. La
alternativa que sea una Iglesia limpia, sana, y amurallada en sus estructuras no le
interesa nada.
Percibimos un sentido de esta preferencia en la comparación de Jesús del Reino con
el arbusto de mostaza. Interesantemente Jesús escoge la imagen del arbusto en
lugar del gran cedro que ocupa el profeta Israel en la primera lectura. Para Jesús la
porción del Reino que refleja la Iglesia es humilde pero fuerte de modo que todos
que lleguen a sus puertas encontrarán el descanso en sus ramas.
¿Cómo nosotros hemos de pensar en la Iglesia? Algunos digan que es como un jet
que escala a las alturas del cielo. Pero esta imagen parece elitista de modo que no
permita a los humildes entrar. Otros querrán decir que la Iglesia es como un
Corolla con que la persona puede contar para llegar a su destino. Pero también
esta imagen falta porque es demasiado individualista. ¿Por qué no comparemos la
Iglesia como un autobús? Allí se encuentran los pobres con toda la gama de
problemas pero, al menos los que están aborde, intentos a ver a Dios. A los
autobuses no les faltan los ricos ambos intentos a llegar a su destino y preocupados
por sus compañeros. Allí se encuentran los choferes – los sacerdotes – que se
conocen a sí mismos no como mejores que los viajeros sino sus servidores. Llegará
esta tripulación felizmente al Reino por el largo caminar cuidando a uno y otro.
Llegará al Reino cuidando a uno y otro.
Padre Carmelo Mele, O.P.