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DUODÉCIMO DOMINGO ORDINARIO, CICLO B.
(Job 38:1.8-11; II Corintios 5:14-17; Marcos 4:35-41)
Tal vez la fantasía más famosa en América es “El mago de Oz”. Ha capturado
la imaginación de generaciones por más que setenta y cinco años. La historia
muestra cómo las vidas de cuatro personas cambian durante un viaje. Es una
trayectoria común en la literatura. Frecuentemente se ha utilizado el viaje
como símbolo para el transcurso del tiempo en lo cual la gente crece para
realizar su destino. En el evangelio hoy los discípulos acompañan a Jesús en
un tal viaje.
Es la tarde de un día larguísimo. Desde la mañana Jesús y sus discípulos han
sido acosados por la gente – fariseos probando la autoridad de Jesús,
multitudes queriendo ver maravillas, sus familiares deseando llevárselo a casa,
y la asamblea fascinada con sus parábolas. Porque necesitan un descanso
aparte, Jesús les dirige a sus compañeros que vayan en las barcas a la otra
orilla del lago. Se puede ver a Jesús aquí como un padre de casa proveyendo
las necesidades de la vida. Siempre ha sido el rol del padre ganar los recursos
– el pan y el techo –para que la familia sobreviva. Es cierto que hoy en día
muchas madres también salen para trabajar. Pero la mayoría de las familias
que viven en pobreza desgraciadamente no tiene a un hombre que gana
dinero.
No queremos decir que el propósito del padre en la familia sea simplemente
ganar dinero – no por mucho. Si los hijos de la familia van a hacerse personas
responsables, el padre tiene que guiarlos. La madre -- tan buena como sea –
usualmente no puede darles todos los recursos para asegurar su bien
espiritual. Es cuestión de las diferentes maneras de amar con que el padre y
la madre tratan a la familia. La madre está unida con el bebé desde el
principio colmándolo con afecto. Le da un gran sentido del valor. Entretanto
el padre por necesidad se dista de la criatura. No está completamente ausente
pero tampoco está siempre al lado del niño irradiando el calor de su amor.
Poco a poco el hijo aprende que puede contar con su padre aunque no se le
presenta en todo momento. Esta enseñanza le sirve particularmente en el día
en que el niño deja el lado de su madre para comenzar la guardería. No
sentirá abandonado entonces porque tendrá el recuerdo de cómo su padre no
estaba presente en todo momento pero venía con regularidad.
Esta relación de confianza aproxima la relación entre nosotros y Dios. No
siempre sentimos la presencia de Dios pero con la doctrina apropiada y, aún
más importante, con el ejemplo de nuestro padre sabemos que Dios está
cerca. Está allí para podernos crecer. De hecho, la distancia entre Dios y
nosotros ya nos ha proveído la capacidad de desarrollar la libertad. Vamos a
madurar en adultos libres y responsables sólo cuando sentimos la confianza
mutua de parte de Dios. Él quiere que busquemos resoluciones de los
problemas de la vida por nosotros mismos tanto como quiere que Le recemos
para la ayuda. En el evangelio el retrato de Jesús durmiendo en la popa de la
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barca muestra cómo Dios está a la vez ausente y presente. Cuando los
discípulos se dan cuenta que no pueden salvarse, llaman a Jesús. Su
respuesta inmediata a la crisis les deja con la pregunta: “¿Quién es este, a
quien hasta el viento y el mar obedecen?” En verdad, Jesús es Dios que
siempre ha actuado como un padre para Israel.
Sin embargo, los discípulos no van a ser convencidos de la identidad divina de
Jesús hasta que muera en la cruz, resucite y ascienda al cielo, y envíe al
Espíritu Santo. Es decir que es necesario que se formen en la Iglesia para que
conozcan a Dios. La Iglesia introduce a sus miembros la gloria de Jesucristo.
Asimismo, es el rol de la madre de la familia que se quede cerca a sus hijos
para enseñarles la maravilla del amor de Dios. Y cada vez el padre muestra su
afecto para la madre en la casa, se fortalezca esta enseñanza sobre el amor de
Dios. Por eso, cada esfuerzo del hombre para amar a su mujer aporta la
educación religiosa de sus hijos. A un predicador le gusta hablar del amor de
su papá para su mamá. Dice que él bailaba con ella en la sala de su casa en
frente de sus hijos. Sin duda, por esta gran muestra de afecto el sacerdote-
predicador habla con gran fervor sobre el amor de Dios.
Hoy celebramos el Día de Padre. Brindamos a nuestros padres por mucho más
que ser la fuente de nuestra trayectoria de vida. Si fuera sólo por esto,
realmente no tuvieran mucho valor. Los honramos por haber estado allí
ganando el pan y el techo. Aún más los damos homenaje por haber
participado en nuestro aprendizaje del amor de Dios. Los damos homenaje por
haber enseñado de Dios.
Padre Carmelo Mele, O.P.