XII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B
¿QUÉ CATEGORÍA PERSONAL DAMOS A JESÚS?
Por Pedrojosé Ynaraja
El hombre siempre se ha fijado en la bravura de la naturaleza para referirla a lo
sagrado. Se le atribuyó divinidad a quien domina las tormentas, reina en las
montañas, es señor del fuego etc. La naturaleza asombra y, en ciertas ocasiones,
atemoriza. Pese a los avances técnicos, los temblores de la tierra, las inundaciones
imprevistas de los ríos, los incendios de los bosques ocasionados por los rayos, y
los huracanes, son con frecuencia, superiores a las previsiones y a las fuerzas
humanas.
La meteorología explicará, pero no podrá desvelar el misterio, grande o pequeño,
que esconde el suelo y la atmosfera. Era así antes y continúa siéndolo ahora. Los
grandes fenómenos preocuparán al mundo entero, llámeseles corriente del golfo o
corriente del niño. Su influencia tiene consecuencias mundiales. Pero no siempre
tienen tal extensión las travesuras de la naturaleza.
El territorio circundante al lago de Tiberíades, o mar de Galilea, goza de un
microclima propio. Está situado dentro de la gran grieta de la corteza terrestre que
empieza al pie de la cordillera del Líbano y llega hasta la región de los grandes
lagos, en África. Se trata de la gran fractura geológica de 4.830 km, llamada Valle
del Rift. La masa de agua que nos va a ocupar unos instantes, propiamente un
ensanchamiento del río Jordán, mide 21 km de norte a sur, por 13 km de anchura.
Su superficie está a poco más de 200 m bajo el nivel del Mediterráneo.
Imaginariamente tiene forma de lira, o sus aguas al moverse suenan a melodía de
lira, según cuentan, de aquí que en hebreo se le llame kineret (lira).
Os he transcrito estas cifras, sacadas evidentemente de enciclopedias, a vosotros
mis queridos jóvenes lectores, para que os hagáis cargo de la situación en que se
encontraron los apóstoles. Conozco bien este paraje. He dado la vuelta al lago en
coche una vez. Lo he surcado en barca en diferentes direcciones, de un lado a otro,
indudablemente sin pilotarla yo. He recorrido a pie algunos trayectos junto a sus
orillas, en bastantes ocasiones. He pasado calurosas noches durmiendo en la azotea
de un albergue y otras, en hoteles con aire acondicionado. Debo advertiros que la
temperatura en verano sube siempre por encima de los 40 grados.
Dentro de este escenario, una de sus peculiaridades, es que cada día, hacia la seis
de la tarde, sus aguas empiezan a moverse. Son vaivenes suaves o amenazadoras
olas. Aparecen de repente. Las gentes del entorno están acostumbradas a este
fenómeno. Indiscutiblemente los discípulos de Jesús también conocían este
fenómeno y se embarcaban, como es costumbre, para pescar, por la noche. La
labor no ocupa a todos los que en una nave están. La popa es el lugar donde el
balanceo es menor. El Maestro se queda allí dormido, nada extraño para los
pescadores y los que ordenan vela y timón. Unos echan redes, otros dominan la
vela cuadrada y el palo, tal vez corrigen algunos la derrota con los remos. Cada uno
a lo suyo. El Señor tenía habitualmente otras ocupaciones y en estos momento
descansa, que bien se lo tiene merecido.
Pero hasta este charquito del que estoy hablando, tiene sus sorpresas. La diaria
pequeña tempestad, se ha tornado arisca borrasca, hasta resultar peligrosa. No hay
herramientas válidas para corregir tales situaciones. Recurren al Señor. A Dios
rogando y con el mazo dando, piensan ellos, sin conocer nuestro refrán.
No se indigna el Maestro porque le despierten. Su furor sí, se dirige al viento. Su
bondad hacia los compañeros. Amaina la tempestad, llega la bonanza. La Fe debe
ser superior a los temores, les quiere enseñar. Ellos lo aceptan. Sienten primero
respeto, luego asombro. Acaba el fragmento proclamado en la misa de este
domingo, sin que se nos diga que la última consecuencia es el amor. Huelgan
comentarios, pensarían los liturgistas que cortaron el texto aquí.
--¿Qué experiencia tenemos de la bondad de Dios? ¿Cuándo os vais a dormir,
examináis el cariño que os ha tenido el Señor?
--Sufrimos tempestades climáticas, enfermedades, contratiempos, decepciones,
abrumadoras e injustas quejas ¿sabéis acudir en estas situaciones a Jesús, mis
queridos jóvenes lectores?