Domingo XIII del Tiempo Ordinario/B
(Ez 2, 2-5; 2 Co 12, 7-10; Mc 6, 1-6)
Jesús no fue aceptado ni creído por los suyos, por sus paisanos.
Hay personas, con tono de añoranza, que afirman que habrían sido muy
afortunadas si hubieran podido conocer personalmente a Jesús. Y añaden que su fe
sería mucho más fuerte y firme, más contagiosa y misionera, si hubiera sido
alimentada por la experiencia incluso física y sensible de haber visto y oído al
Señor. Es fácil adivinar lo gratificante que sería para todo cristiano el poder
escuchar a Jesús y caminar a su lado y tras Él, como lo hicieron sus inmediatos
discípulos, compartiendo sus andanzas, sus signos y milagros. Sería muy
gratificante, sí, pero esto no da la fe.
El Evangelio de este domingo nos habla precisamente de cómo Jesús no fue
aceptado ni creído por los suyos, por sus paisanos. Allá en la sinagoga de su
pueblo, al llegar el sábado la multitud se aprestó a escucharle. Pero se preguntaba
con asombro: ¿de dónde saca todo eso que nos dice?, ¿pero no es el carpintero, el
hijo de la señora María…? Y no le creyeron. Llega a decir el Evangelio que no pudo
hacer milagros, por la falta de fe de sus paisanos. Dirá entonces Jesús una frase
célebre, que ha pasado al decir popular: nadie es profeta en su tierra, ni en su
casa, ni entre su gente.
Lo que hay de fondo en toda esta cuestión, es la cotidianeidad, la sencillez de cada
día en la que Dios se ha querido manifestar y revelar. Acaso si el Mesías se hubiera
presentado de un modo estrafalario, estrambótico, de forma extraordinaria, a
bombo y platillo, con alharaca y música…, entonces habrían aceptado su palabra.
De hecho así esperaban algunos grupos al Mesías.
La respuesta de Dios entonces y siempre, suele tener ese tono sencillo y cotidiano.
Él puede responder en un momento dado a través de lo extraordinario y
excepcional, pero suele responder, más bien, en los avatares y personas del cada
día. Quienes le esperaban en la prepotencia y notoriedad política, religiosa,
terrorista (que para todo había), fueron incapaces de reconocer el Rostro de Dios y
su Palabra en Jesús. Santa Teresa lo dirá con su acostumbrado gracejo diciendo
que “Dios está entre los pucheros”. Y eso es lo que nos dice el Evangelio de este
domingo: descubrirle en los entramados de nuestros días laborables y festivos, en
los momentos sublimes o corrientes, en los esperados o sorpresivos. Jesús está
mucho más cerca de lo que pensamos, porque también Él es ‘paisano’ nuestro, y
camina en nuestras calles, en nuestros negocios y nos habla en nuestros lenguajes.
Pero también hoy, como siempre, sólo los de corazón sencillo y pura mirada, son
capaces de reconocer a quien nunca se marchó de nuestro lado.
Finalmente, hoy en día, en muchos espacios no se quiere escuchar a Jesús y se le
teme a su palabra. Quizás a nosotros nos pase lo mismo que a los de Nazaret. El no
tener fe, el no creer en Dios, el no aceptar su Omnipotencia, el no tener confianza
en sus decisiones, el no aceptar su Voluntad, es como si nos hiciéramos
impermeables a la Gracia (que es Dios mismo) y a sus gracias, que son los auxilios
divinos que están a nuestra disposición en todo momento.
Por otra parte vemos que la Fe está siendo atacada desde las sectas y desde los
errores y herejías del New Age o Nueva Era, desde los diversos ámbitos políticos…
con los que se pretende destruirla, al presentar errores como aparentes verdades,
engañando a muchos cristianos. Pensemos, por ejemplo, en el caso del 3 de junio,
en que la Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación determinó que:
“La Ley de cualquier entidad federativa que, por un lado, considere que la finalidad
del matrimonio es la procreación y/o que lo defina como el que se celebra entre un
hombre y una mujer, es inconstitucional”. Es el rechazo sistemático a Cristo y a su
Iglesia… en nombre de una investigación histórica “objetiva” que, en ciertas formas,
se reduce a lo más “subjetivo” que se pueda imaginar, traducida en una carrera
para ver quién logra presentar un Cristo más a la medida del hombre de hoy,
despojándole de toda prerrogativa trascendente.
¿No podría hoy decirnos Dios lo mismo que dijo ayer por boca de Ezequiel: Florece
la injusticia, el orgullo da sus frutos y la violencia reina para imponer el mal… Sin
embargo quedará un resto de ustedes … se acordarán entonces de Mí … Yo
ablandaré su corazón traidor que se apartó de Mí” (Ez. 6)?
Entonces debemos saber que, a pesar de todo que pretendan cambiar el lenguaje,
los conceptos, la idea de Dios, el mensaje y la persona de Jesús y la enseñanza de
la Iglesia, Nosotros nos basamos, como criterio último, en lo que dice la Palabra de
Dios. Si otros no la quieren seguir, los respetamos; pero los creyentes hemos de
obedecer a Dios antes que a los hombres. .
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)