Bendiciones a torrentes
A principios de la era cristiana apenas había dos o tres sacramentos. Pero eran por cientos
los sacramentales. El pueblo veía la presencia de Dios en multitud de signos, de gestos, de
acontecimientos. La fecundidad de la vida y de la madre tierra se simbolizaba por el agua.
La mesa expresaba la acogida. Hasta los colores y las plantas significaban dones y
ministerios. Cada cultura competía en bondades que multiplicaban el amor de Dios.
Hay una palabra que lo dice todo en estos sacramentales: La palabra Bendición. Todo nace
en el corazón del Padre Dios. Él nos bendice con la presencia amorosa de su Hijo. Él es la
bendición por excelencia. Por Él se derraman a torrentes las bendiciones del Padre sobre
la humanidad entera, sobre la historia, en cada paso de nuestra existencia, en nuestras
cruces y en todo lo que implica la realización de su voluntad o Plan misterioso de amor.
Pablo licúa su corazón en alabanzas para dar gracias por las bendiciones derramadas en el
Hijo. Bendición es gratitud. Y Oseas, tras el cultivo de los higos y el cuidado de sus
ganados, todo lo hace bien hasta el punto de atraer la mirada de Dios en su elección como
Profeta. ‘Bene dícere’, ‘bene fácere’ son acepciones latinas de la palabra bendición. Decirlo
que es lo mismo que crearlo, hacerlo que es lo mismo que compartirlo.
Toda elección es una bendición. O sea que la Misión es la bendición derramada a torrentes
en el mundo para decirnos liberación, buena noticia, gozo cumplido, exultación, acogida y
mesa servida. El griego para decir ‘bendición’, lo dice sin ambages con una palabra
acogedora que recorre toda la biblia: Alegría. Es la fuerza de la Misión y es la carta de
presentación del Misionero/a, también su mensaje: “Alégrense”.
12.07.15
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com