XV Domingo Ordinario, Ciclo B
Iglesia pobre
+Mons. Enrique Díaz
Diócesis de San Cristóbal de Las Casas
Amós 7, 12-15: “Ve y profetiza a mi pueblo”.
Salmo 84: “Muéstranos, Se￱or, tu misericordia”.
Efesios 1, 3-14: “Dios nos eligi￳ en Cristo antes de crear el mundo”.
San Marcos 6, 7-13: “Envi￳ a los discípulos de dos en dos”.
Cuando el Papa Francisco iniciaba su ministerio expres￳ contundente: “Quiero una
Iglesia pobre y para los pobres”. A algunos les sorprendieron estas palabras pero
esperaban que fuera más como un deseo que no se concretizaría jamás. Sin
embargo, con palabras, con signos y con actitudes comprometedoras busca hacer
realidad su sueño a pesar de las dificultades y problemas. El Evangelio sólo será
creíble si el apóstol es congruente con el mensaje. Ahora en su nueva encíclica,
“Laudato Si’”, insiste no s￳lo a los católicos sino a toda la humanidad, que es
injusto un sistema donde unos pocos abusan y destruyen la casa de todos, se
cargan de bienes superfluos y dejan en la inopia a los pobres, desheredados y
descartados. “El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la
preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo
sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar. El Creador no
nos abandona, nunca dio marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepiente de
habernos creado. La humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir
nuestra casa común”. El misionero asumirá la misma actitud de despojo y
generosidad que Jesús. Si no somos una Iglesia pobre, seremos una pobre Iglesia.
El profeta es fiel al mensaje a pesar de las dificultades: Amós frente a las amenazas
del rey y del sacerdote, recuerda su misión sostenida en la palabra de quien lo sacó
de detrás del rebaño; Pablo se reconoce elegido por Dios desde antes de la creación
del mundo; Jesús, después del aparente fracaso en su propio pueblo, no se
desanima, al contrario, emprende una nueva forma de llevar la Buena Nueva
encomendándola a sus apóstoles. Es como si quisiera insistirnos que no importan
los fracasos, que hay que levantarse y en lugar del desaliento poner la mira más en
alto. Y así, la misión que parecía personal, ahora se torna comunitaria y tiene
nuevos compañeros que están llevando ese Evangelio. No se deja vencer por el
fracaso: amplía su práctica multiplicando por doce sus esfuerzos y su entrega a la
misión. Los que habían sido llamados a permanecer con Él, a conocerlo y a tener un
contacto muy cercano, ahora reciben también su misma misión, con sus mismos
poderes, con el mismo mensaje y también con los mismos métodos. Hay quien
actualmente quisiera que esta misión se le adjudicara solamente a obispos,
sacerdotes y monjitas, o en todo caso a laicos “más de Iglesia”, pero la misi￳n es
para todo cristiano, es más, podríamos decir que la misión es para toda persona.
“Para caminar hay que saber andar”. Las amonestaciones de Jesús a sus ap￳stoles
son también para todos y ayudan a llevar bien el camino de la vida, claro que de
modo especial están dirigidas a sus discípulos. Básicamente nos dice que debemos
llevar la vida de “caminante” o “peregrino”. Es la actitud de tomar la vida como de
paso, pero con seriedad y responsabilidad. No seremos eternos en este mundo,
pero hemos sido enviados; no estamos por casualidad y por lo tanto no podemos
quedarnos instalados y viviendo atorados en nuestros egoísmos. Tenemos además
un mensaje importante que comunicar: la vida de Dios mostrada en nuestras vidas.
Misión, conciencia de salir de nosotros mismos y responsabilidad de transmitir un
mensaje, son las tareas del peregrino, porque sabe de dónde salió, por qué camina
y hacia dónde va. Jesús le da importancia al caminar de dos en dos. Para caminar
por la vida hay que caminar en comunidad, al paso del hermano, ni atrás ni
adelante. ¡Mucho menos arriba de él! Todavía encontramos, con vergüenza y rabia,
fotos de no hace muchos años donde un indígena camina cargando sobre su
espalda al mestizo o al hacendado que “va haciendo camino”. Quien no sabe
caminar de “dos en dos”, quien es egoísta y nada más mira su paso, se convierte
en una carga para los otros, hace que los demás tropiecen y acaba caminando solo.
Sabio y contundente el consejo de Jesús: “Les mand￳ que no llevaran nada para el
camino”. Es una recomendaci￳n que choca con nuestro tiempo, nuestra sociedad y
nuestra cultura. Vivir en la opulencia, buscar más y más cada día, ambicionar, se
nos ha convertido en una obsesión. Buscamos las cosas con tal ansiedad y tanto
ahínco que nos volvemos esclavos del consumismo. Es una cultura que nos impulsa
a adquirir, a comprar, a buscar, a tal grado que nos sentimos infelices si no
tenemos lo que nos dicta la moda. Jesús nos invita a otro modo de vivir: con
dignidad pero con lo indispensable, con armonía interior y con armonía con los
demás. Todo lo que consumimos de más, se lo estamos “robando” a otros que lo
necesitan. Es mentira lo que proclama este mundo artificial cuando nos dice que
tenemos derecho a vivir en la abundancia porque lo hemos conseguido. Siempre
que un individuo o una nación consume de más, está quitando a otros lo que
necesitan para subsistir. Por eso necesitamos detenernos y mirar cómo vamos
caminando. Examinar qué llevo encima y qué anhelo; ver qué es lo que dobla mis
espaldas y si ando ligero de equipaje o si hay un cúmulo de naderías que me
hunden y agobian. ¿Realmente necesito todo lo que cargo para vivir dignamente y
para caminar libremente? Nuestra oración hoy será también discernir, decidirse,
despojarse, respirar aire liberador de lo que se ha convertido aparentemente en ley
o norma social pero que acaba ahogándome.
También como Iglesia tenemos que reflexionar si en el camino no nos hemos ido
cargando de ideologías, de imperios y de poderes que no siempre nos ayudan a
predicar el Evangelio. Choca fuertemente con las exigencias de Jesús una Iglesia
que a veces aparece amarrada a las economías y a los sistemas actuales. Tenemos
que revisarnos si estamos cumpliendo las condiciones que hacen libre al Evangelio.
Hay muchas “religiones” fascinantes que ofrecen tantos bienes materiales que se
confrontan fuertemente con el mensaje de Jesús. Tendremos que cuidar que
nuestro cristianismo no sea un negocio; que no se condicionen, ni la predicación ni
los sacramentos, a unos estipendios que parecen comprar las gracias. El mensaje
de Jesús tiene que resonar liberador, pero tiene que ser predicado y vivido por una
Iglesia libre que opta por los pobres y que desde los pobres se deja evangelizar y
evangeliza.
Dios, Padre nuestro, que continuamente nos llamas a anunciar a todas las personas
tu Reino, la justicia y la fraternidad; ayúdanos a caminar por la vida anunciando a
todos la Buena Noticia de tu amor paterno y nuestra condición de hijos tuyos
destinados a la Vida plena. Amén