Encuentros con la Palabra
Domingo XVI del tiempo ordinario – Ciclo B (Marcos 6, 30-34)
“(...) iba y venía tanta gente, que ellos ni siquiera tenían tiempo para comer”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
Hace un tiempo, Miguel Silva escribió en El Espectador un artículo que me gustó mucho:
El ajetreo y el trabajo ”. Decía el autor que los colombianos tenemos una forma muy
extraña de trabajar; y contaba que una italiana que trabaja en el Banco Mundial le decía
alguna vez: “Yo siempre veo a los colombianos trabajar hasta que cae la noche. Son los
últimos que salen de aquí. Pero lo más divertido es que, en verano, también salen
únicamente cuando cae la noche, y como en verano eso sucede a las nueve, salen
tardísimo. Como si fueran unos animales extraños que por razones de supervivencia no
fueran capaces de encontrarse en casa con luz diurna”.
Más adelante, dice Miguel Silva: “Alguna vez a un colombiano –creo que fue a Juan Luis
Londoño– lo obligaron a salir temprano de la oficina en el mismo Banco Mundial. Lo llamó
un vicepresidente y le expresó preocupación por sus larguísimas jornadas. –Eso sólo
puede ser consecuencia de una de dos cosas, dijo el funcionario: –o le ponemos una carga
laboral excesiva o usted es muy ineficiente. Y lo mandaron para su casa temprano”. La
conclusi￳n a la que llega el artículo es que “Si el tiempo en la oficina fuera medida del éxito,
Colombia sería una superpotencia, porque aquí nadie sale temprano y todo el mundo suda
y se demora y se queja. Todos tomamos vacaciones con un gran sentido de culpa. El lío no
es que no tengamos tiempo para la familia. Eso sin duda es muy grave. Pero tanto o más
dramático es que del ajetreo apenas queda el ruido que genera. Es el trabajo el que
produce resultados. Y los resultados son los que cuentan”.
Toda esta historia me ha hecho pensar muy en serio en nuestros ritmos de trabajo o de
ajetreo y en lo poco que dedicamos a la ‘ recreación ’... que literalmente significa tiempo
para compartir fraternalmente, para dialogar amigablemente, para reconstruirnos como
personas. El P. Augusto Hortal, que fue mi superior en España durante varios años, solía
decir: “ El que no descansa, cansa ”. Y no permitía que los j￳venes jesuitas con los que
vivíamos se dedicaran los domingos a estudiar o a adelantar trabajos para la Universidad.
Jesús y sus discípulos tenían un ritmo de trabajo impresionante. El texto evangélico que
nos propone hoy la liturgia dice que “iba y venía tanta gente, que ellos ni siquiera tenían
tiempo para comer”. De modo que Jesús les dice: “Vengan, vamos nosotros solos a un
lugar tranquilo. (...) Así que Jesús y sus apóstoles se fueron en una barca a un lugar
apartado”. Claro que la dicha no les dur￳ mucho, pues “muchos los vieron ir, y los
reconocieron; entonces de todos los pueblos corrieron allá, y llegaron antes que ellos. Al
bajar Jesús de la barca, vio la multitud, y sintió compasión de ellos, porque estaban como
ovejas que no tienen pastor; y comenz￳ a ense￱arles muchas cosas”.
Aunque estas vacaciones apostólicas no fueron un éxito, que digamos, me parece que este
texto nos invita a reflexionar sobre nuestros ritmos laborales y el tiempo que, efectivamente,
dedicamos a descansar en compañía de nuestros seres queridos; un ritmo de trabajo
exagerado, un trajín o un ajetreo desaforados, lo único que dejan es cansancio y no eficiencia
en nuestra misión. Tenemos que tratar de buscar un ritmo de trabajo que nos permita
encontrarnos, por lo menos de vez en cuando, en casa con luz diurna.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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