Domingo 16 del Tiempo Ordinario (B)
PRIMERA LECTURA
Reuniré el resto de mis ovejas y les pondré pastores
Lectura del libro de Jeremías 23, 1-6
Ay de los pastores que dispersan y dejan perecer las ovejas de mi rebaño –oráculo del Señor–. Por eso, así dice el
Señor, Dios de Israel: – «A los pastores que pastorean a mi pueblo: Vosotros dispersasteis mis ovejas, las
expulsasteis, no las guardasteis; pues yo os tomaré cuentas, por la maldad de vuestras acciones –oráculo del Señor–.
Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas de todos los países adonde las expulsé, y las volveré a traer a sus dehesas,
para que crezcan y se multipliquen. Les pondré pastores que las pastoreen; ya no temerán ni se espantarán, y
ninguna se perderá –oráculo del Señor–. Mirad que llegan días –oráculo del Señor– en que suscitaré a David un
vástago legítimo: reinará como rey prudente, hará justicia y derecho en la tierra. En sus días se salvará Judá, Israel
habitará seguro. Y lo llamarán con este nombre: El-Señor-nuestra-justicia.»
Sal 22, 1-3a. 3b-4. 5. 6 R. El Señor es mi pastor, nada me falta.
SEGUNDA LECTURA
Él es nuestra paz, él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 2, 13-18
Hermanos: Ahora estáis en Cristo Jesús. Ahora, por la sangre de Cristo, estáis cerca los que antes estabais lejos. Él
es nuestra paz. Él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa, derribando con su carne el muro que los separaba: el
odio. Él ha abolido la Ley con sus mandamientos y reglas, haciendo las paces, para crear con los dos, en él, un solo
hombre nuevo. Reconcilió con Dios a los dos pueblos, uniéndolos en un solo cuerpo mediante la cruz, dando
muerte, en él, al odio. Vino y trajo la noticia de la paz: paz a vosotros, los de lejos; paz también a los de cerca. Así,
unos y otros, podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu.
EVANGELIO
Andaban como ovejas sin pastor
Lectura del santo evangelio según san Marcos 6,30-34
En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él
les dijo: -«Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco.» Porque eran tantos los que iban y venían
que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron
marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les
adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin
pastor; y se puso a enseñarles con calma.
Sintió lástima y les enseñaba con calma
El texto de Marcos que acabamos de leer viene a ser la versión sinóptica del Evangelio del Buen
Pastor (cf. Jn 10, 1-18). A diferencia del texto de Juan, aquí Jesús no habla de sí, aplicándose la
imagen, sino que directamente actúa como un verdadero pastor bueno, que se preocupa por sus
discípulos y también por la masa de la gente que lo busca. Jesús cumple así en su persona la
profecía de Jeremías, en la que Dios promete ocuparse personalmente de sus ovejas y enviarles
buenos pastores que las libren del temor, de la injusticia y de todo peligro.
En el breve texto del Evangelio de hoy podemos contemplar una síntesis del ministerio de Jesús
en un momento de máxima intensidad. Jesús, en efecto, despliega una actividad formidable,
hasta el punto de que no da abasto y, como hemos visto en las semanas precedentes, tiene que
acudir a la ayuda de sus discípulos más cercanos, a los que hace partícipes activos de su misión.
Pero, pese a la intensidad de esta dedicación misionera, Jesús no actúa como un ejecutivo
religioso, ni cae en un activismo despersonalizado. A la vuelta de los apóstoles, a los que
previamente ha aleccionado con la Palabra viva que él mismo encarna, sabe también prestarles
atención, acogerlos y escucharlos. No es un mero organizador, un estratega que mueve a sus
peones, explotándoles como si fueran máquinas; es un maestro y un pastor que se preocupa
personalmente de sus seguidores, de sus discípulos, de sus amigos (cf. Jn 15, 13-14). Por eso,
además de hablarles, instruirlos y enviarlos, Jesús los escucha, deja que le expresen sus
preocupaciones y temores, y también, como en el caso de hoy, sus alegrías y sus éxitos. Y no
sólo, sino que se ocupa también de procurarles tranquilidad y descanso. No sabemos cómo
pasaba Jesús con sus discípulos estos momentos de asueto, que hemos de suponer que serían
tiempos de oración, contemplación y encuentro personal. En los asuntos del Reino de Dios
también hay que saber “perder el tiempo”, siquiera, como dice hoy Jesús, “un poco”, porque en
el centro de este Reino no está la actividad frenética o un plan de conquista del mundo, sino la
persona concreta, a la que esa actividad debe servir.
Vemos cómo, pese a todo, la búsqueda de tranquilidad se ve frustrada por esas masas que no dan
respiro, tan necesitadas están, y se les adelantan impidiendo el merecido descanso. Cualquiera de
nosotros hubiera reaccionado ante este acoso intempestivo con impaciencia o enfado, y hubiera
tal vez establecido un horario “de atenci￳n al público” y despachado a la inoportuna masa para
mejor ocasión, poniendo tal vez el cartel de “cerrado por vacaciones”. Pero Jesús es un buen
pastor para los cercanos y para los lejanos, en las distancias cortas del encuentro personal, y en el
trato con esa multitud inmensa, que no despierta en él enfado o impaciencia, sino sentimientos de
lástima y compasión. Tal vez, al ver a toda aquella gente recordó la profecía de Jeremías y se dio
cuenta de que esas ovejas sin pastor sólo en él podían encontrar la paz y el descanso del alma, al
que en ese preciso instante le obligaban a renunciar para sí y para los apóstoles. Y su reacción no
pudo ser otra: “se puso a ense￱arles con calma”. Es de suponer que los doce, cansados y deseos
de tranquilidad, encontraron también en las palabras calmadas de Jesús el sosiego que andaban
buscando.
Acción y contemplación, trabajo y descanso, trato personalizado y preocupación por las
multitudes… Son retos a los que todo cristiano, y también la Iglesia como tal, se encuentran
enfrentados de manera permanente. ¿Cómo lograr el equilibrio que nos libre del activismo
frenético y de la pasividad irresponsable, de un mero funcionariado eclesiástico y de un
misticismo huero, de la cerrazón sectaria en el pequeño grupo y de la masificación
despersonalizada?
Este equilibrio se logra s￳lo “por Cristo, con él y en él”, mirándolo a él y tratando de actuar
como él actúa. “Él es nuestra paz”. No s￳lo porque, como nos recuerda Pablo, reconcilia a
pueblos distintos y antaño enemigos, sino también a esas dimensiones necesarias que a veces,
con demasiada frecuencia, están en guerra entre sí. Es Cristo, el estar con él, hablándole y
escuchándole, quien nos enseña este equilibrio que no es otra cosa que el amor: un amor
entregado hasta la cruz, en la que dio muerte al odio, a toda forma de enemistad y también a los
desequilibrios que nos desquician.
Amando a Cristo aprendemos a amar a todos los seres humanos, a los de cerca y a los de lejos, y
encontramos el equilibrio personal que nos permite reaccionar ante la realidad (tantas veces
terrible) de nuestro mundo, como Jesús, compadeciendo y actuando con calma, desde la paz que
él nos ha procurado.