Encuentros con la Palabra
Domingo XVII del tiempo ordinario – Ciclo B (Juan 6, 1-15)
“(...) mucha gente lo seguía porque habían visto las señales milagrosas”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
“Si apuestas al amor, // ¡cuántas traiciones! // ¡cuántas tristezas! // ¡cuántos desengaños! //
te quedan cuando el amor se aleja, // como en las noche negras // sin luna y sin estrellas. //
Amigo, cuánto tienes, cuánto vales, // principio de la actual filosofía. // Amigo, no arriesgues
la partida, // tomemos este trago, // brindemos por la vida. // Brindemos por la vida // pues
todo es oropel”.
Esta es la estrofa final de una canción muy conocida en Colombia, compuesta por el
maestro Jorge Villamil. Seguramente, inspirada en experiencias de decepción y desengaño
muy profundas que todos hemos tenido en la vida: Amistades que parecían sólidas y
sinceras, desaparecen con el asomo de un fracaso en el camino. Amores que se juraban
fidelidad hasta el final, se esfuman con el viento y las tempestades. Alianzas y pactos,
aparentemente sagrados, que se quiebran ante los problemas de una de las dos partes.
Relaciones que nunca resultan, por mucho que inviertes en ellas...
Estas experiencias de desengaños y desilusiones, que se repiten en nuestras relaciones
cotidianas, aparecen muchas veces también en nuestras relaciones con Dios. Parecería
que buscamos al Señor porque tenemos un interés particular que nos mueve, y cuando no
nos responde como esperábamos, nos decepcionamos de sus promesas y de sus
palabras. “Interés cuánto valés”, dice el refrán popular. En este sentido, podemos caer muy
fácilmente en una espiritualidad narcisista, a través de la cual nos buscamos a nosotros
mismos, persiguiendo sólo el propio beneficio y la satisfacción de sentirnos bien. En lugar
de ser una espiritualidad que nos exija salir de nuestro propio amor, querer e interés,
buscamos relaciones cómodas con Dios, relaciones de conveniencia.
Dada la brevedad del Evangelio según san Marcos, cuya lectura continua veníamos
haciendo, la liturgia de la Palabra de este domingo, y de los cuatro siguientes, girará en
torno a la multiplicación de los panes y al discurso eucarístico que sigue en el Evangelio de
san Juan, o Cuarto Evangelio, como se le suele conocer.
Aunque la fuerza del texto está en la generosidad de Jesús al multiplicar el pan y los peces
para una muchedumbre hambrienta, me ha llamado la atención lo que dice el evangelista a
prop￳sito de la raz￳n por la que seguían al Se￱or: “Mucha gente lo seguía, porque habían
visto las señales milagrosas que hacía sanando a los enfermos”. Esto ayuda a entender la
actitud de Jesús al final de este pasaje, cuando dice: “Pero como Jesús se dio cuenta de que
querían llevárselo a la fuerza para hacerlo rey, se retiró otra vez a lo alto del cerro, para estar
solo”... Más vale estar solo que mal acompa￱ado, diríamos hoy... Jesús debi￳ sentir que su
apuesta por el amor y la generosidad no había sido bien recibida. ¿Qué buscaban los que
querían llevárselo a la fuerza para hacerlo rey? A lo mejor pensó para sí mismo: “¡cuántas
traiciones! ¡cuántas tristezas! ¡cuántos desenga￱os!” Jesús debi￳ sentir que la gente le decía:
“Amigo, cuánto tienes, cuánto vales”, con una filosofía que no parece que fuera s￳lo de hoy,
sino de todos los tiempos... y me pregunto si no es así mi propio seguimiento.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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