COMPARTIENDO EL EVANGELIO
Reflexiones de Monseñor Rubén Oscar Frassia
(Emitidas por radios de Capital y Gran Buenos Aires)
decimoséptimo durante el año, Ciclo B
Evangelio según San Juan 6,1-15
Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades. Lo seguía una gran multitud,
al ver los signos que hacía curando a los enfermos. Jesús subió a la montaña y se
sentó allí con sus discípulos. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos. Al
levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe:
"¿Dónde compraremos pan para darles de comer?". Él decía esto para ponerlo a
prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer. Felipe le respondió: “Doscientos
denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan". Uno de
sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: "Aquí hay un niño que
tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?".
Jesús le respondió: "Háganlos sentar". Había mucho pasto en ese lugar. Todos se
sentaron y eran uno cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, dio gracias y los
distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles
todo lo que quisieron. Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus
discípulos: "Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada". Los
recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco
panes de cebada. Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: "Este
es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo". Jesús, sabiendo que
querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña.
EL PAN DE LA VIDA ETERNA Y EL COMPROMISO CON LOS DEMAS
Nuestra vida cristiana está fundada en dos realidades muy profundas: la vida divina
y la vida humana; y la síntesis entre lo divino y lo humano se da en Jesucristo,
verdadero Dios y verdadero Hombre. Cristo toma las dos realidades en una, su
persona, el Verbo, Dios, que es divino y totalmente humano. No desprecia nada,
como vemos en los sacramentos -en especial la Eucaristía- que está acompañado
del pan, que luego se convertirá en su Cuerpo, y el vino, que se convertirá en su
sangre, lo humano y lo divino; lo divino y lo humano.
Ambas realidades, cada una en su propia razón de ser, se unen místicamente y
somos una unidad de lo divino y de lo humano. Nosotros, por participación,
participamos de lo divino en lo humano y Dios nos ha regalado la eternidad, nos la
participa, lo recibimos y por eso nuestra alma es inmortal, que siempre vale ante
Dios porque es inmortal.
Dios nos revela el Pan de la Vida Eterna, pero tenemos que comprometernos con
los deberes de la solidaridad humana; por eso siempre tenemos que amar a todos,
pero especialmente a los pobres que son los más debilitados. También tenemos que
amar a los enemigos y a los adversarios, porque tanto la pobreza como la
enemistad son el test de la caridad cristiana. Ahí realmente vemos si amamos en
serio o sólo nos relacionamos por una mera ideología.
Pidamos al Señor -porque amamos a Dios y nos comprometemos con nuestros
hermanos- el pan material, el Pan de la Palabra, el pan de la cultura, el pan de la
dignidad, el pan de la libertad, el pan de la verdad, ¡tantas cosas que el ser
humano necesita!, ¡y el ser humano no solo necesita cosas!, ¡necesita ser
reconocido como persona!, ¡ser tenido en cuenta!, ¡ser respetado y ser amado!
Hambre de pan y de vida eterna.
Es evidente que todos tenemos que aprender a respetarnos de esta manera. Si la
Iglesia lo enseña y lo vive, será un signo de la abundancia, ¿por qué razón? Porque
Dios multiplica todo y aquello que, para nosotros, parece ser algo imposible, se
hace posible con la Gracia de Dios. ¡Cinco panes y dos pescados, es tan poco para
tanta gente! Cuando Dios está y el amor está se multiplica de una manera
imprevisible e inconmensurable.
Queridos hermanaos, Dios nos da el Pan de la Vida Eterna y la fuerza para obtener
dignamente ese pan a través del trabajo, del sacrificio, la solidaridad y la
responsabilidad. Que a nadie le falte el trabajo para poder vivir en dignidad.
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén