DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B
LA MURMURACIÓN ES SUEÑO DE ESCLAVITUD.
Como en el pasado domingo, la fe sigue siendo el punto de vista de la liturgia; hoy
es condición para reconocer el pan de vida que sacia el hambre del hermano.
La primera lectura de hoy empieza con una escena que convierte la palabra de Dios
en un espejo de la historia y de la vida de la humanidad. El episodio narra el texto
del Éxodo ocurre en el desierto del Sin, entre Elim y el Sinaí el quince del segundo
mes después de la salida de Egipto. Identificar el itinerario geográfico ha sido
siempre difícil pero no ocurre lo mismo con la intención de la tradición: Dios guía a
Israel por el desierto a través de etapas que desde el inicio hasta el final duran
cuarenta años.
La fatiga del viaje origina murmuraciones contra Moisés y Aarón. Moisés y el pueblo
han dejado hace poco el Mar Rojo celebrando la grandeza de Yahveh quien los ha
defendido del Faraón (Cap. p15).
La murmuración se debe a la falta de alimento; lo que los lleva añorar las cebollas
de la esclavitud en Egipto. La aventura y conquista de la libertad ofrecidas por Dios
tienen un precio de fatiga que les induce a rememorar la esclavitud a nombre de
mayor comodidad.
EL PRECIO DE LA LIBERTAD.
El miedo del riesgo, el convencimiento de la imposibilidad de luchar por una vida
más digna así sea en el desierto hace parte de esa pasividad del hombre que
impide llevar a cabo proyectos importantes y de trascendencia en medio de la
lucha y de todo cuanto implica pasar de la esclavitud a la libertad; fueron esas las
tendencias y sentimientos que estuvieron a punto de echar por tierra el proyecto
de Dios acerca de la liberación de Israel.
El pueblo Hebreo prefería la tranquilidad de la esclavitud antes que el riesgo de la
lucha por la libertad. Es decir, todo lo contrario de lo que Dios quería “que vayan a
celebrar en el desierto”. A la pereza de Israel por la libertad, Dios responde con el
maná, signo de la libertad, a las cebollas signo de la esclavitud. La certeza máxima
de la libertad es Jesucristo quien con su muerte se convierte en salvación, pan de
vida y promesa de la vida eterna frente a la esclavitud del pecado. Lo
absolutamente novedoso de esa liberación es que al hombre le baste sólo como su
colaboración: Creer, a primera vista creer no implica ningún trabajo o algún
esfuerzo, pero como el objeto de la fe no es ninguna doctrina, ni todas juntas, y
mucho menos pedir cosas o plata, sin creer en Jesucristo y su Espíritu resucitado y
viviente, quien por el bautismo nos transforma desde nuestro interior para poder
colaborar en el cambio de los demás; y quien por la cruz nos hace compasivos para
serlo con los otros; entonces la fe solo es creíble por la compasión con el prójimo; y
los prójimos no son anteriores a la compasión, la ternura, la misericordia y la
solidaridad.
NOS BUSCAMOS ASI MISMOS NO A LOS DEMÁS.
Le preguntan: “¿Maestro cuándo llegaste acá? pero Jesús no responde a su
pregunta sino a su deseo de encontrarlo recordándoles que es sólo el hambre
saciada en la multiplicación de los panes lo que lleva a buscarlo; pero no donación,
no había sido sólo de pan sino de su persona. Por vaciar el signo no han respondido
a su amor. Cuando si lo hubieran descubierto a Él se encontrarían con el valor que
tienen los demás; pero se encerraron en su propia hambre.
Los oyentes de Jesús como los israelitas y nosotros sólo necesitamos de comida y
cosas materiales sin desear o querer plantearnos nada más. Quién sabe porqué no
le creemos a Jesús cuando dice que “con Él no tendríamos sed ni pasaríamos
hambre” (Evangelio).
CREER ES CAMBIAR DE MENTALIDAD.
Creer exige lo que, de manera muy bella, describe Pablo en la carta a los Efesios
que hoy nos ha servido como segunda lectura: “Dejen que el Espíritu renueve su
mente y revístanse del nuevo yo, creado a imagen de Dios en la justicia y en la
santidad de la verdad”. El conocimiento de Jesucristo implica una transformaci￳n
personal en el modo de concebir las cosas y mirar el mundo, lo mismo que en las
relaciones personales para ayudarle a Dios a cambiar las personas en su interior. Lo
anterior requiere despojarse y revestirse; se trata de revestirse del hombre nuevo
creado según la justicia en la santidad verdadera. (Kainós ánthropos).
NO HAY AMOR SIN DON DE SI
Jesús les dice algo: “Hay que trabajar para ganarse el alimento, pero no s￳lo el que
se acaba, sino el que dura sin acabarse y da vida eterna”.
El alimento que se acaba da solamente una vida que perece, reduciendo el hombre
a carne. Jesús los invita a superar esa dimensión: No hay amor sin don de sí mismo
a los demás, no hay don de sí mismo sin una verdadera comunicación de bienes
con los pobres; sólo así el don del pan adquiere su sentido de ser pan para los
demás.
Como no conocen el amor gratuito creen que Dios pone condiciones o precio a sus
dones, sin caer en cuenta que la única condición es la compasión y la solidaridad.
Israel esperaba que Jesús repitiera la multiplicación de los panes recordando el
Exodo con el prodigio del maná. Pero el milagro ahora era dar la vida por el hombre
para cambiar su inhumanidad por dignidad; y cambiar su manera de amar para que
pudiera amar y perdonar con el mismo amor de Dios en Jesucristo, la compasión.
El pan es el amor de Dios en la cruz de Jesucristo, don continuo de Dios que no
acaba: alimento que dura dando vida definitiva. Este pan sacia también el hambre
material del hombre, porque es un amor que cubre al hombre en todas sus
necesidades: “Si el se￱or es mi pastor nada me falta porque tú vas conmigo” (Sal
23).
La gente reacciona pidiéndole de aquel pan que Él mismo debía de dar !...Señor
danos siempre de ese pan! todavía no han comprometido el trabajo que es adherir
a su persona pero amando a los demás. En los demás Jesús se identifica como pan.
LO QUE VIENE DE DIOS ES BENEFICO Y GRATUITO.
El Salmo 77 recuerda c￳mo actúa Dios en la historia de Israel “lo que oímos y
aprendimos, lo que nuestros padres nos contaron, lo contaremos a la futura
generaci￳n: El Se￱or nos dio un trigo celeste para compartirlo”. El salmista cuenta
que el don del maná es una lluvia benéfica y gratuita. Las puertas del cielo ya no
son para dejar pasar un diluvio sino para sostener a Israel con el maná a cambio
que Israel y nosotros sostengamos el compartir el pan con los hermanos.