DECIMOOCTAVO DOMINGO ORDINARIO, Ciclo B
(Éxodo 16:2-4.12-15; Efesios 4:17.20-24; Juan 6:24-35)
Hoy es la moda de burlarse del pan blanco. Los gourmets dicen que le falta el
sabor. Los nutricionistas se quejan que no tiene tanta fibra como pan integral.
Pueden tener razón pero los burladores no aprecian el avance que el pan blanco
representa sobre lo que lo precedió. En el final del siglo decimonoveno mucha
gente comenzaba a comprar pan en lugar de hacerlo en casa. Los panaderos
inescrupulosos mezclaban aserrín con la harina para aumentar el peso. Entonces
las panaderías honestas comenzaron a hacer el pan con harina blanqueada –
nuestro pan blanco -- como prueba que no tenía contaminantes. Más tarde en el
siglo vigésimo se añadieron vitaminas y leche para hacer el pan blanco más
nutritivo. En ciertos modos Jesús se presenta a sí mismo como pan blanco en el
evangelio hoy. Pues, es mucho más valioso que la gente jamás ha imaginado.
Jesús les ha dado a los judíos pan de comer. Por esta razón vienen a buscarlo.
Ellos quieren aún más pan para evitar la labor de hacer cosechas año tras año. No
se dan cuenta que el pan que Jesús les obsequió fue sólo una señal de otro tipo de
pan infinitivamente más precioso. Él quiere regalarles a sí mismo – su relación con
Dios Padre, su amor para todos, su paz y alegría. Jesús llama este don de sí mismo
“el pan de la vida”. La vida aquí refiere a la resurrección de la carne, la felicidad
eterna.
Nosotros recibimos el pan de la vida en la Eucaristía. Usualmente es un tipo de pan
aún más común que el pan blanco. Sólo es harina mezclada con agua para formar
la delgada hostia. Pero que no nos engañemos por apariencias. Este pan es
Jesucristo mismo con todos sus beneficios. Por supuesto, no es que todos puedan
tomar el pan eucarístico con el mismo efecto. Tenemos que creer en Jesús como el
Hijo Unigénito de Dios bajado del cielo para revelar la voluntad del Padre. Aún más
importante tenemos que dedicarnos a vivir como él nos ha enseñado.
Parece muy difícil aprovecharnos del pan de la vida ¿no? Pero no es tanto porque
Jesús mismo nos llama a hacerlo y nos acompaña. Como verdadero pan él provee
la fuerza para ayudarnos crecer en personas dignas de él mismo.
Padre Carmelo Mele, O.P.