Domingo XX del Tiempo Ordinario/B
(Pro 9, 1-6; Ef 5, 15-20; Jn 6, 51-58)
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él (Jn
6,51.56)
Vimos en los domingos pasados algunas dimensiones de la Eucaristía: la Eucaristía
como sacrificio , como presencia real de Cristo y como prenda de inmortalidad . Hoy
la liturgia nos propone otra dimensión: la Eucaristía como banquete y alimento que
nos une a Cristo en la comunión (1ª lectura y evangelio). Y los términos que san
Juan emplea y repite son de un realismo que no cabe duda alguna: no es cualquier
comida, sino comida celestial. A esta comida son invitados todos sin excepción,
como dice san Francisco de Sales: “los perfectos para no decaer; los imperfectos,
para que aspiren a la perfección; los fuertes para no enflaquecer; los débiles para
robustecerse; los enfermos para sanar; los sanos para no enfermar” (Introducción a
la vida devota, II, 21). Lógicamente, con las debidas disposiciones interiores.
“Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y
el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo…El que come mi carne y
bebe mi sangre permanece en mí y yo en él ( Jn 6,51.56), así ha dicho el Señor.
Jesús toma entre las manos el pan y dice “Tomen, esto es mi Cuerpo” ( Mc 14,22).
Con este gesto y con estas palabras, Él asigna al pan una función que ya no es la
de simple alimento físico, sino la de hacer presente su Persona en medio de la
comunidad de los creyentes.
La aspiración a la comunión con Dios está presente en todas las religiones. De ahí,
los sacrificios y comidas sagradas en las que se considera que Dios comparte algo
con el hombre. Esos sacrificios del Antiguo Testamente preparan ya ese deseo del
hombre de entrar en comunión con Dios. Fue Cristo quien llenó ese deseo del
hombre. Con su Encarnación, Cristo compartió nuestra naturaleza humana para
hacernos partícipes de su naturaleza divina. Y en la Eucaristía es donde Dios
concretó e hizo realidad este deseo del hombre. De una manera plástica san Juan
Crisóstomo dice: “Tenemos que beber el cáliz como si pusiésemos los labios en el
costado abierto de Cristo” .
Ahora bien, para entrar en este banquete se necesitan unas condiciones . Primero,
fe , pues la Eucaristía es un misterio de fe. Vemos, saboreamos y tocamos pan; pero
ya no es pan, sino el Cuerpo Sacratísimo de Cristo y la Sangre bendita de
Cristo. “No te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con fe las palabras
del Señor, porque Él, que es la Verdad, no miente” (Santo Tomás de Aquino, Suma
Teológica III, 75, 1). Segundo, humildad , para reconocernos hambrientos y
necesitados de ese Pan de vida eterna. Quien está ahíto y lleno de los manjares
terrenos, difícilmente tendrá hambre de este manjar celestial. Tercero, con el alma
limpia de pecado grave . El alma en gracia es el traje de fiesta que pedía Jesús (cf.
Mt 22, 11). San Juan Crisóstomo dice: “Si te acercas bien purificado, recibes gran
beneficio; si te acercas manchado de culpa, te haces acreedor a la pena y al castigo
eterno. Porque con tus culpas le vuelves a crucificar” (Homilía evangelio de san
Juan, 45). Junto a estas disposiciones interiores están las disposiciones externas:
ayuno, es decir, no comer nada una hora antes de comulgar; el modo digno de
vestir y las posturas respetuosas. El cura de Ars decía: “Debemos presentarnos con
vestidos decentes; no pretendo que sean trajes ni adornos ricos, mas tampoco
deben ser descuidados y estropeados…Habéis de venir bien peinados, con el rostro
y las manos limpias” (Sermón sobre la comunión).
¿Me acerco a la santa misa y a la santa comunión con el alma en gracia? ¿Tengo
hambre de Cristo Eucaristía o puedo pasarme meses y meses sin comulgar? En el
caso de que no pueda comulgar sacramentalmente, ¿he aprendido a hacer ya una
comunión espiritual?
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)