Domingo XXI del Tiempo Ordinario/B
(Josué 24, 1-2a.15-17.18b; Ef 5, 21-32; Jn 6, 60-69)
“¿También ustedes quieren irse?”
Hoy terminamos la lectura del capítulo 6 de san Juan, sobre el discurso eucarístico.
Y lo terminamos con las reacciones de los presentes ante las palabras de
Jesús: “¿Quién puede tolerar este discurso tan duro?” . Es la misma disyuntiva que
puso Josué a los suyos al entrar en la tierra prometida: “¿Prefieren servir a Yahvé o
a los dioses falsos?” (1ª lectura).
En la primera lectura está clara la disyuntiva : ¿a quién elegir: a Yahvé o a los dioses
extranjeros? Los dioses de “más allá del río” exigen menos, son más cómodos, no
prohíben esto y aquello; no imponen no robar, no fornicar, no matar. Lo que exige la
Alianza de Yahvé es mucho más duro que la floja moral de los dioses de los pueblos
vecinos. Josué, sucesor de Moisés, convoca en asamblea solemne a todos, para
renovar la Alianza del Sinaí, un tanto olvidada ya, y les plantea una clara disyuntiva :
¿a quién quieren servir, al Dios que les ha liberado de Egipto o a los dioses que van
encontrando en los pueblos vecinos y que son más permisivos? Porque siguen
teniendo la tentación terrible de la idolatría. Ese día la respuesta del pueblo a Josué
fue: ¡elegimos a Dios! Y así el pueblo en Siquem, reunido en asamblea con Josué,
pudo entrar en posesión de la tierra prometida. Sabemos también que luego en su
historia, el pueblo de Israel faltó muchas veces a lo prometido.
Ahora es Cristo quien pregunta a los que le seguían: ¿queréis quedarse conmigo o
irse? De nuevo la disyuntiva . Lo que pedía Jesús a los suyos no era fácil, porque
suponía un cambio de mentalidad y de vida. Son libres. Jesús ve que algunos se van
marchando, asustados por sus palabras y hace esa pregunta directa a sus apóstoles.
En efecto, algunos se van y otros se quedan. Pedro, que no entiende mucho de lo
que ha dicho Jesús –como tampoco debían entender los demás- pero que tiene una
fe y un amor enormes hacia Cristo, contesta decidido: “¿A quién iremos? ”. Han hecho
la opción por Él y se quedan los doce que formarán la Iglesia, pero ya no se quedan
como antes, sin compromiso; ahora saben que lo han elegido para la vida y para la
muerte. En Cafarnaúm, fue la primera comunidad apostólica, todavía fiel, la que dijo,
por boca de Pedro: “Señor, ¿a quién iremos?”.
Ahora nos toca a nosotros responder a Cristo: ¿a quién vamos a seguir: a él y su
doctrina o al mundo con sus propuestas fáciles, tentadoras y embriagantes? De nuevo
la disyuntiva . También nosotros como el pueblo de Israel (1ª lectura) y como los
primeros discípulos de Jesús (evangelio) hemos sido elegidos. Elegidos como objeto
de su amor, admitidos en la familia de Dios en el bautismo, admitidos a su misma
mesa en la Eucaristía, admitidos a la “feliz esperanza” de la venida de su Reino. Por
nuestra parte, también nosotros hemos elegido a Dios. Prueba de esto: nuestro
bautismo, reafirmado en la confirmación. Prueba de esto: tomamos la primera
comunión. Prueba de esto: se casaron en Cristo por la Iglesia.
¿También vosotros queréis marcharos?” Esta pregunta provocadora no se dirige sólo
a los que entonces escuchaban sino que alcanza a los creyentes y a los hombres de
todas las épocas. También hoy muchos se escandalizan ante la paradoja de la fe
cristiana. La enseñanza de Jesús parece ‘dura’, demasiado difícil de acoger y de
practicar. Entonces hay quien rechaza y abandona a Cristo; hay quien trata de
adaptar su palabra a las modas desvirtuando su sentido y valor. “¿También vosotros
queréis marcharos?”. Esta inquietante provocación resuena en el corazón y espera
de cada uno una respuesta personal. Jesús, de hecho, no se contenta con una
pertenencia superficial y formal, no le basta una primera adhesión entusiasta; es
necesario, por el contrario, participar durante toda la vida en su pensar y querer.
Seguirle llena el corazón de alegría y dan sentido pleno a nuestra existencia, pero
comporta dificultades y renuncias, pues con mucha frecuencia hay que ir contra la
corriente. (Benedicto XVI, 23 de agosto de 2009). Hay que hacer una opción: o Cristo
o el mundo. O el evangelio de Cristo o las máximas del mundo.
¿A quién estoy alimentando y siguiendo en mi vida: al hombre viejo y pasional, o al
hombre nuevo, que vive conforme al Espíritu? ¿Opté ya por Cristo y su Evangelio o
prefiero escuchar y seguir las sirenas de este mundo? ¿Cada cuánto renuevo mis
promesas bautismales?