Domingo XXIII del Tiempo Ordinario/B
(Is 35, 4-7a; St 2, 1-5; Mc 7, 31-37)
“¡Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos!” (Mc
7,37).
La palabra “ Effetá ”, puesta al inicio del título de la Conferencia, vuelve a traer a la
mente el conocido episodio Evangelio de Marcos (cfr 7,31-37), que constituye un
paradigma de cómo el Señor actúa hacia las personas no oyentes. Jesús lleva
aparte a un hombre sordo y mudo y, tras haber realizado algunos gestos
simbólicos, alza los ojos al Cielo y le dice: “ ¡Effetá! ”, es decir: “ ¡Ábrete! . En aquel
instante, relata el evangelista, al hombre le fue restituido el oído, se le desató la
lengua y hablaba correctamente. Los gestos de Jesús están llenos de atención
amorosa y expresan profunda compasión por el hombre que está ante él: le
manifiesta su interés concreto, lo saca de la confusión de la multitud, le hace sentir
su cercanía y comprensión mediante algunos gestos llenos de significado. Le pone
los dedos en los oídos y con la saliva le toca la lengua. Le invita después a dirigir
con Él la mirada interior, la del corazón, hacia el Padre celeste. Finalmente, lo cura
y lo devuelve a su familia, a su gente. Y la multitud, asombrada, no puede sino
exclamar: “¡Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos!”
( Mc 7,37).
Con su manera de actuar, que nos revela el amor de Dios Padre, Jesús no cura solo
la sordera física, sino que existe otra forma de sordera de la que la humanidad
debe curarse, es más, de la que debe ser salvada: es la sordera del espíritu, que
levanta barreras cada vez más altas a la voz de Dios y del prójimo, especialmente
al grito de socorro de los últimos y de los que sufren, y que encierra al hombre en
un profundo y corrosivo egoísmo.
“Podemos ver en este ‘signo’ el ardiente deseo de Jesús de vencer en el hombre la
soledad y la incomunicabilidad creadas por el egoísmo, para dar rostro a una ‘nueva
humanidad’, la humanidad de la escucha y de la palabra, del diálogo, de la
comunicación, de la comunión con Dios. Una humanidad ‘buena’, como buena es
toda la Creación de Dios; una humanidad sin discriminaciones, sin exclusiones…
para que el mundo sea verdaderamente para todos ‘campo de genuina
fraternidad’…” ( L’Oss. Rom. , 7-8 septiembre 2009, pag. 6).
La primera lección que sacamos de este episodio bíblico, recogido también en el rito
del bautismo, es que, desde la perspectiva cristiana, lo primero es la escucha. Al
respecto Jesús afirma de modo explícito: “Bienaventurados los que escuchan la
palabra de Dios y la ponen en práctica” (Lc 11, 28). Más aún, a Marta, preocupada
por muchas cosas, le dice que “una sola cosa es necesaria” (Lc 10, 42). Y del
contexto se deduce que esta única cosa es la escucha obediente de la Palabra. Por
eso la escucha de la palabra de Dios es lo primero en nuestro compromiso cristiano,
como bautizados.
Por otra parte plantearnos escuchar juntos la palabra de Dios; practicar la lectio
divina de la Biblia, es decir, la lectura unida a la oración; dejarse sorprender por la
novedad de la palabra de Dios, que nunca envejece y nunca se agota; superar
nuestra sordera para escuchar la Palabra que da vida eterna.
Quien se pone a la escucha de la palabra de Dios, luego puede y debe hablar y
transmitirla a los demás, a los que nunca la han escuchado o a los que la han
olvidado y ahogado bajo las espinas de las preocupaciones o de los engaños del
mundo (cf. Mt 13, 22). Debemos preguntarnos: ¿no habrá sucedido que los
cristianos nos hemos quedado demasiado mudos? ¿No nos falta la valentía para
hablar y dar testimonio como hicieron los que fueron testigos de la curación del
sordomudo en la Decápolis? Nuestro mundo necesita este testimonio.
Muchos hombres de hoy están sordos como una tapia cuando les habla Dios desde
la Biblia, desde los sacramentos, desde la voz de la Iglesia, desde el clamor de los
pobres. No logran escuchar o no quieren escuchar el “ Éffeta ” de Jesús. ¿Por qué?
Porque el mundo les ha roto los tímpanos del espíritu; y tanta carcajada mundana
les ha atrofiado la boca del alma. Otros, gracias a Dios, entran en el templo y
adoran, rezan, cantan, oyen, hablan…a Dios. Estos, en una sociedad
descristianizada y neopagana, son una señal fluorescente de Dios, un milagro.
Señor, quiero escuchar hoy también en mi vida el “ Éffeta …ábrete”, para que mis
oídos se abran a tu Palabra y mi boca la lleve por todo el mundo, comenzando por
los más cercanos.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)