XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Con Jesús, ¡hagamos las cosas bien!
La imagen de un niño sirio, aparecido muerto en las costas de Turquía,
recorría ayer el mundo entero. Con el evangelio de este domingo en la
mano, sólo me cabe una exclamación: ¡Qué mal lo hacemos todo! Esta
frase es el vivo contraste con el comentario de la gente ante la curación del
sordomudo realizada por Jesús: ¡Qué bien lo ha hecho todo! En este mundo
globalizado no se pueden aguantar hechos como el que revela esta imagen
u otros parecidos. No olvidemos que son miles de niños los que mueren
diariamente por causas que podríamos evitar los humanos si tuviéramos
voluntad firme para ello. El sistema que lo impide es el del imperio del
dinero en sus múltiples y mortíferas manifestaciones, como por ejemplo, la
compraventa de armas y el tráfico de drogas.
El domingo anterior planteaba la carta de Santiago en qué consiste la
verdadera religión y concluía que, frente a una religiosidad inoperante y
muerta, la religión auténtica consiste en la escucha de la palabra de Dios y
en la atención a los huérfanos y a las viudas, los cuales eran prototipo,
desde el Antiguo Testamento, de todos los marginados e indefensos (cf.
Sant 1, 27). Estrechamente vinculado a estos sectores más pobres de la
sociedad antigua aparece también la figura del extranjero o inmigrante,
particularmente en las tradiciones del Deuteronomio. Éste ocupa un puesto
primordial en el desarrollo de las legislaciones bíblicas, en las cuales se
alcanza el reconocimiento de todos sus derechos en régimen de igualdad
con los nativos de un lugar.
El fragmento dominical de la Carta de Santiago en la iglesia católica
continúa afrontando la cuestión de la pobreza y muestra que la fe en
Jesucristo lleva consigo una indiscutible opción personal a favor de los
pobres. Santiago vapulea con vehemencia a los creyentes y entra en el
problema de las relaciones humanas y sociales marcadas por los
favoritismos. Con un ejemplo típico (Sant 2,2-4) describe una situación muy
concreta de la vida para criticar el comportamiento habitual: la atención
preferente a los ricos y el menosprecio de los pobres. El autor es tajante en
esta cuestión: la acepción de personas en virtud de su riqueza económica es
incompatible con la fe en Cristo. La exhortación se convierte en una
apelación de carácter teológico (Sant 2,5-7): ¿No eligió Dios a los pobres
según el mundo, para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino?..., y en
una constatación crítica: ¡Pero vosotros, menospreciáis al pobre! Esta
antítesis contrapone el valor que el pobre tiene ante Dios y la
minusvaloración de que es objeto por parte de algunas personas, incluso
creyentes. El favoritismo es pecado porque va contra el mandamiento
principal de amor al prójimo (Prov 14,21) y constituye una trasgresión de la
ley de Dios.
Por su parte el Evangelio de Marcos relata la curación del sordomudo en la
Decápolis (Mc 7,31-37), es decir, fuera de los límites de la Palestina judía
en la época de Jesús. Con ello se destaca una vez más en el evangelio la
ruptura de fronteras nacionales por parte de Jesús para hacer presente la
cercanía del Reino de Dios a través de los milagros así como la función
mediadora de quienes ponen ante Jesús los problemas acuciantes de todo
ser humano necesitado de salvación. El contacto con Jesús abre el oído de
los sordos, capacita la expresión de los sin voz, suscita la palabra correcta y
otorga la plena libertad a las personas, porque en él empieza una nueva
humanidad, ante la cual surgen unas palabras finales de admiración
paralelas a las del libro del Génesis tras el relato primero de la creación del
ser humano: ¡Qué bien lo ha hecho todo!
Los fenómenos sociales de las migraciones y de la marginación deben ser
reconsiderados desde los principios bíblicos que sostienen las culturas de
origen cristiano y deben ocupar la atención preferente de todas las
instancias sociales, políticas, empresariales, educativas y eclesiales en
nuestros países. El problema de los movimientos migratorios por causa de
las guerras o de la pobreza puede recibir una iluminación desde estas
consideraciones bíblicas y debe ocupar la atención preferente de todas las
instancias sociales, políticas, empresariales, educativas y eclesiales.
Asimismo todo cristiano tiene en estos textos un tesoro de la tradición
bíblica para revisar y corregir las actitudes y comportamientos que generan,
apoyan o defienden criterios racistas, xenófobos o marginadores. Desde la
perspectiva cristiana no son compatibles con la fe ni el menosprecio de los
pobres, ni el favoritismo hacia los ricos. La salvación de Jesús ha roto todas
las fronteras y se hace presente también en el mundo pagano y de los
incrédulos haciendo posible la nueva creación, realizando las utopías y los
sueños proféticos de liberación de los seres humanos, especialmente de los
que no tienen ni voz, ni voto, ni derechos, sobre todo cuando éstos hayan
sido acallados, eliminados o conculcados.
Los creyentes, miembros de la comunidad eclesial debemos ser mediadores
del encuentro con Jesús, un encuentro salvador para los pobres, los
inmigrantes y los refugiados, y debemos aportar al mundo y a la sociedad
actual con un sentido auténticamente misionero la fuerza de la palabra de
Dios, creadora de una realidad nueva de fraternidad y de igualdad sin
barreras ni fronteras.
Creo que la tradición cristiana cuenta con un mensaje primordial desde sus
orígenes, como queda reflejado en la carta de Santiago que hoy leemos en
la Iglesia. Se trata de la prioridad de los pobres que constituye un aspecto
fundamental del Evangelio de Jesús y de la vida de las comunidades del
Nuevo Testamento. En nuestro tiempo ha sido recuperado especialmente
por parte de la Iglesia Latinoamericana que lo ha formulado en Aparecida
como "la opción preferencial y evangélica por los pobres". Ante la situación
actual marcada por la gran crisis económica y sistémica mirar la realidad del
mundo poniendo en el primer plano a los pobres, a los inmigrantes y a los
refugiados debe ser el principio generador de otro mundo posible. Como
Santiago argumenta y como el evangelio de Marcos nos narra, los creyentes
hemos de ser mediadores para propiciar el encuentro con Jesús a través de
su palabra que nos impulsa articular mecanismos de comunión y solidaridad
en el interior de las estructuras económicas internacionales y sociales que
permitan lograr los grandes objetivos que se presentan como cotas mínimas
de igualdad en el planeta, de modo que el hambre y las guerras queden
absolutamente erradicados y los seres humanos alcancen la dignidad de
vivir según la riqueza que Dios ha concedido para todos, es decir para
compartirla entre todos, pues el gran soberano de toda la tierra es el único
Dios vivo y verdadero. Con Jesús, ¡hagamos las cosas bien!
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada
Escritura.