VIGÉSIMO TERCERO DOMINGO ORDINARIO, CIBLO B
(Isaías 35:4-71; Santiago 2:1-5; Marcos 7:31-37)
El profesor trajo a sus hijos a su clase de Shakespeare. ¿Por qué quería a
sus niños estar presentes? ¿Tal vez sólo estuvo cuidándolos porque su
esposa estaba ocupada? No, cuando se le interrogó, el dio otra razón. Dijo
que quería que supieran que su padre realmente trabajó. Explicó más que
el abuelo de los niños se puso de ropa de trabajo todos los días y llevó
lonchera al lugar de trabajo. Entretanto lo vieron a él vistiéndose en la
misma chaqueta que llevaría a la misa dominical. El profesor quería que
sus hijos reconocieran el valor considerable del trabajo sea hecho
principalmente con manos o con cabeza. Pues, con el trabajo la persona
sirve a Dios y al prójimo tanto como ganar la vida por la familia. En el
evangelio hoy vemos a Jesús en su trabajo. Según el Evangelio de Marcos
Jesús una vez era carpintero pero dejó el martillo para curar enfermedades
y predicar el Reino.
Jesús demuestra un modo definitivo para desempeñar su oficio. Aparta al
hombre sordo y tartamudo como un médico lleva a un enfermo en su
consultorio. Mete sus dedos en los oídos como si estuviera quitando
cualquier obstáculo. Entonces le escupe en la lengua para destrabarla.
Dice con firmeza: ¡“Ábrete”! El tratamiento funciona. El sordo comienza a
oír como un operador del código Morse y hablar como una chismosa. La
pericia de Jesús no escapa la atención de la gente. Lo reconoce como
profeta trayendo la gloria de Dios. Su persona es testimonio que por fin el
esperado Reino ha llegado.
También nosotros tenemos que hacer el trabajo de Dios. Por desempeñar
nuestras tareas diarias con la nitidez cumplimos nuestra parte en el
descubrimiento del Reino. Como en el caso de Jesús nuestro trabajo es
multiforme. Comprende de los deberes de empleo, tareas de la casa, y
servicio a la comunidad. También como Jesús tenemos un rol en la salud.
Primero hemos de cuidar nuestra propia salud. Entonces ayudamos a los
demás: si somos médicos, damos las terapias indicadas. La mayoría de
nosotros sólo llevamos a nuestros enfermos al consultorio médico y
aseguramos que tomen sus medicinas. Pero algunos son llamados a hacer
sacrificios más grandes. Tienen que cuidar a un esposo o una esposa, a
una madre o un padre, o tal vez a una tía o tío en sus últimos meses. Es
trabajo duro pero inminentemente en conforme con el sacrificio de Jesús.
Este fin de semana celebramos juntos la labor. El propósito del Día de
Trabajo es mucho más que darnos otra ocasión de dormir tarde. Aunque no
se la practique mucho ahora, el Día de Trabajo es para apreciar el trabajo
como ambas una necesidad y una oportunidad. En la misa este fin de
semana deberíamos orar en acción de gracias si tenemos trabajo
sustantivo. Queremos también rezar por aquellas personas sin trabajo o
cuyo trabajo no es satisfactorio. También, sería bueno que meditemos
sobre el trabajo, al menos un poco. Que preguntemos: ¿Qué estoy
contribuyendo a la sociedad? ¿Cómo podría desempeñar el trabajo con
mayor resultado para la persona que me paga y para mí mismo? ¿Están
suficientes mis trabajos segundarios o debería aumentarlos? No queremos
hacer el Día de Trabajo en otro día de trabajo. Pero sí queremos
esforzarnos un poco para brindar el trabajo como el gran don que es.
Padre Carmelo Mele, O.P