XXIV Domingo Ordinario, Ciclo B
En el centro: Jesús
+Mons. Enrique Díaz
Diócesis de San Cristóbal de Las Casas
Isaías 50, 5-9: “Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban”
Salmo 114: “Caminaré en la presencia del Señor”
Santiago 2, 14-18: “La fe, si no se traduce en obras, está completamente muerta”
San Marcos 8, 27-35: “Dijo Pedro: ‘Tú eres del Mesías’.- Es necesario que el Hijo del
hombre padezca mucho”
Los pueblos mayenses han sabido expresar plásticamente su concepción de Dios, del
mundo y de la historia, en el llamado “Altar maya”. Con los cuatro rumbos y sus
vistosos colores, dan gracias al Dios de la vida que amanece y llena de alegría el
oriente; que anoche y da reposo al morir el sol, que se hace presente en los vientos
del norte y del sur. Flores, frutos, ramas, semillas y diversos objetos van tiñendo el
color debido: blanco, negro, rojo, amarillo, pero en el centro los colores de la vida:
el azul y el verde, representando el Corazón del Cielo, el Corazón de la Tierra. Es en
el centro donde convergen todos los rumbos, donde se entrecruzan todos los
caminos, donde se sostiene todo el universo. Tatic Alberto contempla ya terminado
el precioso y multicolor altar, ceremonioso va y coloca junto a las velas verde y azul,
su Biblia en tseltal y la imagen de Cristo crucificado, mientras explica: “kAjualtik
Jesucristo está en el mero centro porque es el más importante. Su Palabra es la que
nos da vida”
Jesús y sus discípulos van de camino y ahí, caminando, es donde se presentan los
problemas y las crisis, donde se cuestionan sobre la meta, donde se revisa el camino
andado. Ya nos encontramos en la mera mitad del Evangelio de San Marcos… Jesús
ha realizado prodigios en pro de la vida y del pueblo oprimido. Ha liberado a enfermos
y endemoniados, ha restituido dignidad y valor a los marginados. Ha denunciado las
actitudes hipócritas y serviles de los escribas y fariseos. Ha anunciado por todo
Galilea y más allá de las fronteras, su Buena Nueva y llega el momento de
preguntarse: ¿Qué se ha logrado? Parece poca cosa: la ceguera de los fariseos, la
alabanza de un pueblo que busca respuestas inmediatas a sus necesidades, los
intereses de sus discípulos, el escándalo y el alejamiento de su familia. ¿Es el camino
que quiere Jesús? Entonces viene la pregunta a los cercanos: “﾿Quién dice la gente
que soy yo?” , y las respuestas no se dejan esperar. Y viene la comparación con los
personajes más importantes que conoce el judío, y se esperaría que Cristo estuviera
muy contento con estas respuestas… pero lejos de mostrarse complacido, va más
allá con otra pregunta incisiva: “Y ustedes, ﾿quién dicen que soy yo?” . No es una
pregunta accidental o sin importancia, sino la pregunta fundamental en la vida
Nuestras respuestas no estarían muy lejanas de las que dicen los discípulos.
Ciertamente hay una admiración por Cristo como hombre, como persona, como
fundador de una religión, como el gran maestro. Hay millones que se dicen sus
seguidores y que en una u otra forma están bautizados y se reconocen cristianos.
Pero ¿esto es lo importante para Cristo? También que hay quienes lo atacan y buscan
enlodar su nombre, hay quienes quisieran destruirlo o que pasara ignorado… pero
Cristo sigue insistiendo en su pregunta: “y tú, ¿quién dices que soy yo?”. No espera
confesiones ni monumentos, no pregunta si llevas una medalla en el pecho o si tienes
una bella imagen en tu cuarto, sino pregunta por tu vida. No por tus palabras, con
tu vida quién dices que soy yo. Claro que somos multitudes los que nos decimos
cristianos, pero quizás recibiríamos el mismo reproche dirigido a Pedro: “ᄀApártate
de mí, Satanás! Porque tú no juzgas según Dios, sino según los hombres” . Porque a
pesar de llamarnos sus seguidores, nos acomodamos más a los criterios de los
hombres que a los criterios de Jesús, porque buscamos los primeros lugares, porque
luchamos denodadamente por el poder, porque mentimos y robamos, porque damos
la espalda al prójimo, porque ¡no hemos entendido lo que quiere Jesús! Usamos su
nombre para nuestros propios fines.
Cristo, después de la confesión de Pedro, presenta la Cruz como el camino y el único
modo de liberación y salvación. Pero a Pedro le cuesta mucho aceptar el camino de
la cruz y se opone valientemente a lo que considera son los enemigos de Jesús y
quiere destruir todo obstáculo que pueda dañar a su Maestro. Lo hace sinceramente
pero equivocadamente. No basta con la buena intención, necesita ajustar su
pensamiento y su corazón al corazón de Jesús. A veces tras aparentes buenas
intenciones se esconden egoísmos, justificaciones y ambiciones inconfesables. Quizás
hoy nosotros como Pedro le diríamos a Cristo que es equivocado predicar una Cruz,
que es preferible anunciar una salvación fácil, cómoda y compatible con las
necesidades modernas. Quizás le diríamos que deje de soñar en un mundo de
hermanos y hermanas donde todos sean iguales. Que su Iglesia y su Reino tienen
que tomar los métodos de la publicidad moderna donde todo se hace agradable, fácil
y posible… mientras que su propuesta exige renuncia, servicio, entrega y fidelidad. Y
sin embargo, Cristo no está buscando puntos en una encuesta de popularidad, sino
vida y amor. Por eso, lejos de aceptar la propuesta de Pedro, y quizás nuestra propia
propuesta, define bien sus exigencias: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a
sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga”. ¡Qué lejos de un mundo de
individualismo egoísta! ¡Qué criterios tan diferentes! Por eso muchos han tratado de
compaginar el Evangelio con la mundanidad y sienten como una bofetada la definición
y exigencia tan clara del Papa Francisco cuando pide poner a Cristo en el centro de
la vida y de las decisiones. No se puede ser fiel al Evangelio si no se carga la cruz.
No se puede ser fiel al Evangelio si se le despoja de su exigencia de justicia, de
verdad, de misericordia y de entrega.
Lo que Cristo exige es decisivo en la vida del discípulo. No son superficialidades, no
es una religión para vestirse, no son apariencias, es una entrega completa y definitiva
a su Evangelio. Es tocar con su palabra todos los aspectos de nuestra vida, es abrir
los oídos y el corazón y dejarse invadir por sus criterios. No se puede dejar a un lado
la pregunta de Jesús. Hoy tenemos que tener una actitud de escucha. Debo
empaparme de lo que Jesús me dice. Rumiarlo y asumirlo en todos los momentos de
mi vida, aun en los más pequeños. Hoy necesito hablar con toda honestidad con
Jesús sobre mis sentimientos, mis deseos y preguntarle si no son erróneos, si no es
una forma de pensar a estilo de los hombres. Hoy necesito confrontar mi vida con el
evangelio y hacerme preguntas en serio: ¿Es Jesús el centro de mi vida? ¿Hasta
dónde estoy dispuesto a seguirlo? ¿Vale la pena vivir la vida como lo estoy haciendo?
Míranos, Señor, con ojos de misericordia y haz que experimentemos vivamente tu
amor, para que podamos seguirte con sinceridad y servirte con todas nuestras
fuerzas. Amén.