XXIV Domingo Ordinario, Ciclo B
Is 50, 5-9a; Sal 114; St 2, 14-18; Mc 8,27-3
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a los pueblos de Cesarea de
Filipo; por el camino, preguntó a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que soy yo?.
Ellos le contestaron: Unos, Juan Bautista; otros Elías; y otros, uno de los profetas”.
Él les preguntó: Y ustedes, ¿quién dicen que soy?. Pedro le contestó: Tú eres el
Mesías. Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empez￳ a instruirlos: “El
Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos,
sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días”. Se lo explicaba
con toda claridad. Entonces Pedro lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se
volvi￳ y, de cara a los discípulos, increp￳ a Pedro: “¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú
piensas como los hombres, no como Dios!”. Después llam￳ a la gente y a sus
discípulos, y les dijo: “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue
con su cruz y me siga. Porque, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que
pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará”.
Según las palabras de nuestro Papa Francisco, dadas el día 9 de setiembre de este
a￱o, dijo: “…no se es cristiano sino se perdona…”, porque el cristianismo no debe
significar el solo ser buena persona, amable, gentil o educado; en una persona
virtuosa todo eso está comprendido, pero lo que no está comprendido en una buena
persona o en una persona educada académicamente, no está la capacidad de poder
perdonar, porque el perdón viene de Dios, y por esto Cristo nació y murió, para que
el hombre se sienta perdonado y reconciliado con Dios. El escándalo de los fariseos,
escribas y sumos sacerdotes de la época cuando decían, y lo decían bien: “…solo Dios
puede perdonar los pecados…”, es así que si el cristiano perdona es por la gracia de
Dios, por la gracia de la experiencia del perdón de sus pecados, por ello es importante
decir: “…que el amor de Dios es un amor redentor, porque no solo nos perdona sino
que recrea nuestro ser…”, y esto es lo que celebramos en la Santa Eucaristía-Misa,
donde en el memorial de la Pascua de Cristo celebramos el amor redentor de Dios,
que recrea la humanidad y se realiza en aquellos que acogen a Cristo como su
Redentor y Pastor: como Palabra y Alimento Vida.
En la primera lectura el profeta manifiesta: “…me ha abierto el oído…”, es importante
decir que esta lectura hace un anuncio profético del Mesías, en quien se va a cumplir
la esperanza del pueblo de Israel. Pero, actualizando esta Palabra para nosotros es
importante enfatizar que para vivir en la gracia de Dios, en la comunión con Él y con
los hermanos necesitamos pedir a Dios escuchar su voz, pues dice San Juan en el
Evangelio: “…mis ovejas escuchan mi voz y me siguen…”. De manera particular cada
día al iniciar la oración litúrgica la Iglesia, dice el salmo invitatorio: “…si hoy escuchas
la voz de Dios no endurezcas tu coraz￳n…”, es así que es vital para nosotros que Dios
nos ayude a abrir el oído para que nuestro corazón no se endurezca, pues cada día
nuestro corazón puede tender a endurecerse a través de: la falta de dinero, las
preocupaciones laborales o sentimentales, ante acontecimientos imprevistos como la
muerte de un ser querido, o como muchas veces ocurre, pensar que tenemos derecho
a algo llevados por nuestro propio egoísmo, etc.; de esta manera, tener el oído
abierto es tener el corazón disponible para que nuestra vida sea fecunda según la
gracia de Dios. El profeta: “…quién me condenará…”, aplicándolo en nuestra vida esta
expresión del profeta es una expresión de certeza, que la experiencia lleva a una
confianza total y radical en Dios; por ello si tantas veces nos sentimos indecisos o
con temores o inseguros, es porque nuestra vida no está cimentada en la roca firme
que es Jesucristo Nuestro Pastor, y como dice el Evangelio: “…cuando la casa está
cimentada sobre roca aunque vengan tempestades, diluvios, terremotos, la casa
queda firme…”.
En el presente Evangelio, hay un diálogo que Jesús tiene con sus discípulos y les
pregunta: “…quién dice la gente que soy yo…”, esta pregunta, para ayudarnos,
tenemos que decir parece que es sencilla de responder; pero esta pregunta ya
aparece en el libro del Éxodo, cuando Moisés le pregunta a Dios: “…cuál es tu nombre,
y Yahvé Dios le responde a Moisés: ‘Yo soy el que Soy´…”, esta doble afirmaci￳n con
que el autor sagrado refuerza la respuesta: “Yo soy el que soy”, según los estudiosos
de la Sagrada Escritura (biblistas), está haciendo presente al mismo Dios, que se
está revelando, se está manifestando como el Señor de la Vida, de todo lo que existe;
así la respuesta de Pedro “…Tú eres el Cristo…”, y que en otro Evangelio Cristo le
responderá a Pedro: “…esto no te lo ha revelado la sangre ni la carne, sino mi Padre
del cielo…”; ante esta pregunta que Cristo hace a sus ap￳stoles, los prepara para
anunciarles que Él a través de la muerte en cruz, llevará a cumplimiento las promesas
del Padre, y por lo tanto llevarán a cumplimiento la misión para la cual vino a este
mundo, que a través de la muerte en cruz se dará la Nueva Creación, como dice San
Pablo: “…pas￳ lo viejo y todo es nuevo…”.
Pero también, en el presente Evangelio ante la gran confesi￳n de Pedro: “…Tú eres
el Cristo…”, y para que quede evidente que esta confesi￳n era un Don de Dios y no
era producto de la comprensión y entendimiento de Pedro , Pedro según el
evangelista, “..tomando a Jesús a una parte lo reprende, y Jesús le responde: aléjate
de mi Satanás, porque tú no piensas como Dios y piensas como los hombres…”; aun
todavía no había llegado el Espíritu Santo a la vida de Pedro que cambiaría su
corazón; de esta manera queda evidenciado que para el hombre la cruz, sin la gracia
de Dios, es un escándalo. Así el evangelista casi al término de este Evangelio dice:
“…si alguno quiere venir en pos de mi niéguese a sí mismo tome su cruz y sígame…”,
debemos decir que este Evangelio es una gracia de Dios inmensa, pues no hay amor
de Dios, si este amor no se hubiera revelado a través del misterio de la cruz de Cristo,
o sea, la Pascua de Cristo, su Misterio Pascual. Si estas palabras del Evangelio las
trasladamos a nuestra vida, tenemos que decir que no hay cristiano sin cruz
redentora, pues en la cruz de Cristo se ha desvelado el Hijo de Dios, el rostro amoroso
de Dios misericordioso; el pecado y la mentira han sido vencidos en Cristo, y que en
nosotros se dé la nueva creación. En la cruz, Dios en Cristo ha manifestado lo que
Moisés recibi￳ como respuesta: “…Yo soy el que soy…”, y así la cruz de la cual habla
el Evangelio, podemos decirlo de manera figurativa, es como la columna vertebral
para el cristiano, en otras palabras, el cristiano es uno que por aceptación a Cristo,
su vida está llamada a ser una proclamación de la redención obrada en Cristo.
Así podemos entender que la segunda lectura cuando Santiago habla de la fe y de
las obras se debe comprender que esta fe, no es una confianza humana en Dios, sino
que esta fe es como la respuesta a este encuentro amoroso redentor, reconciliador
del , que me ha amado hasta dar la vida por mí; y de esta manera las obras de las
cuales habla Santiago, que están llamadas a expresar la fe, tenemos que decir que
la fe, no hace infecunda la vida del hombre; la fe expresa la fecundidad de la vida,
es lo que dice San Pablo: “…la gracia de Dios no ha sido infecunda en mí…”. De esta
manera, podemos decir que la persona que tiene fe, la expresará a través de sus
obras, así lo tenemos entendido en la parábola del sembrador cuando dice el autor
sagrado: “…la semilla que cay￳ en buena tierra dio fruto…unos 30, otros 70, otros
ciento…”. No creamos que cuando Cristo dice “…si alguno quiere venir detrás de mí
niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga…”, estas palabras que hablan de la
cruz, vemos que en el misterio de la cruz, en la vida del creyente, se verá con plenitud
la fe que tienen y expresará la fecundidad de su vida; porque Cristo cuando murió
en la cruz nos reveló al Dios misericordioso y venció a la muerte para que tengamos
vida eterna. San Beda el venerable presbítero dice: “….renunciamos a nosotros
mismos cuando renunciando a nuestra antigua vida alcanzaremos el ideal que nos
ofrece nuestra vocaci￳n y llevemos pues nuestra cruz…”.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar