Reflexiones de Monseñor Rubén Oscar Frassia
(Emitidas por radios de Capital y Gran Buenos Aires )
vigésimo cuarto domingo durante el año, Ciclo B
Evangelio según San Marcos 8,27-35
Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el
camino les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?". Ellos le respondieron:
"Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los
profetas". "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?". Pedro respondió: "Tú eres el
Mesías". Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de él. Y
comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado
por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a
muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad.
Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo. Pero Jesús, dándose vuelta y
mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: "¡Retírate, ve detrás de mí,
Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres".
Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: "El que
quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me
siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí
y por la Buena Noticia, la salvará.
CRISTO NOS INVITA A SER SUS DISCIPULOS
La Palabra de Dios nos enseña que Cristo tiene claro a qué viene y sabe todas las
consecuencias de su entrega, de su amor y de su sacrificio. Cristo nos salva en la
cruz, algo que es indicativo de Él. Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios, es el Cristo
Sufriente que se nos entrega y que nos redime en la cruz. Pero también, esto que
es indicativo, nos hace participar de una manera discipular. El discípulo tiene que
seguir e imitar al Maestro. Es así que nosotros tenemos que seguir y tomar el
camino de la cruz.
Es ahí donde, de alguna manera, uno se puede cansar, desanimar, desilusionar,
descorazonar; puede tener miedo, encerrarse; o el mundo te consume, te compra.
Es así que el consumismo, las pasiones, las tentaciones, junto al individualismo, el
egoísmo, impiden abrirnos a Dios y a los demás. Cristo lo tiene claro y nosotros
tenemos que apoyarnos en Él, tener claridad en la invitación que nos hace: "El que
quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me
siga”, por eso tenemos que saber a qué renunciar.
Renunciar a todo lo malo que oscurece nuestra vida. Renunciar a todo lo que nos
entorpece el camino. Renunciar a todos los pesos que son superficiales, están
demás y que, en lugar de aligerarnos y entusiasmarnos, nos debilita.
¿Aceptamos la invitación como discípulos? ¿Sabemos que ese misterio es el más
profundo de la humanidad? ¿Sabemos que es la salvación para todos los hombres y
que no es derrota sino victoria? ¿Lo seguimos con entusiasmo? ¿Lo damos a
conocer con alegría? ¿Nos entregamos sin guardarnos nada? ¿No falta claridad en la
humanidad y en nosotros? Pensémoslo. Hay que pensar bien para responder bien.
¡Que seamos buenos cristianos!
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén