Sembrando la paz
La humanidad se debate entre la desesperación y la agonía. Nunca habíamos tenido tantas
oportunidades de construir algo verdaderamente nuevo que posibilitara un hábitat digno al
ser humano. Así mismo, nunca habíamos arriesgado tanto nuestro porvenir. Tenemos en las
manos y, esto es ya un termómetro de madurez o inmadurez, la posibilidad de realizarnos a
plenitud o de destruirnos en su totalidad. La paz o la guerra definen esta encrucijada.
Se ha convertido en un axioma aquello de que la paz comienza en el corazón del ser
humano. Cuando hemos sembrado discordias, envidias, celos, rencores, entonces, los frutos
no pueden ser más que violencia, guerra. Otra cosa es cuando se siembra la sabiduría, el
gozo, la aceptación y tolerancia. Son las semillas de la paz y darán fruto abundante en
nuestra propia vida y en la de aquellos que comparten con nosotros el día a día.
El libro de la Sabiduría nos presenta el escenario tormentoso de quienes traman la
desaparición del justo. Es lo mismo que declarar la guerra a todo lo que es bueno, justo,
saludable, digno, correcto. Santiago nos invita a sembrar la paz. Cada vez comprobamos
que no es tan fácil. Que implica lucha, esfuerzo permanente. Que se requiere buscar la
armonía, la concordia, el diálogo y, en tarea repetida, desarmar el corazón.
También en la escuela del discipulado pueden darse indicios de un corazón enfermizo. Es
cuando se busca el poder, el tener, el “carrerismo”, el arribismo. Los Apóstoles discutían en
campo abierto sobre estos vicios. No porque no los tuvieran o porque quisieran borrarlos de
raíz, sino porque eran víctimas de estos rezagos. Jesús les advierte de ese peligro y los
exhorta a un cambio de actitud buscando aquello que construye el Reino: El servicio.
Cochabamba 20.09.15
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com