Domingo XXV del Tiempo Ordinario/B
(Sb 2, 17-20; St 3, 16- 4, 3; Mc 9, 29-369)
Ser como los niños
Los protagonistas a primera vista en el evangelio de hoy son los niños . Los niños
son en sí mismos un riqueza para la humanidad y para la Iglesia, porque nos
llaman constantemente a la condición necesaria para entrar en el Reino de Dios: la
de no considerarse autosuficientes, sino necesitados de ayuda, de amor, de perdón.
Y todos estamos necesitados de ayuda, amor y perdón. Todos. Los niños nos
también que siempre somos hijos: también si uno se convierte en adulto, o
anciano, también si se convierte en padre, permanece la identidad de hijo. ¡Todos
somos hijos! Y esto nos lleva siempre al hecho de que la vida no nos la hemos dado
solos, sino que la hemos recibido. El gran don de la vida, es el primer regalo que
hemos recibido. La vida. A veces corremos el peligro de vivir olvidándonos de esto,
como si nosotros fuéramos los dueños de nuestra existencia, y sin embargo somos
radicalmente dependientes. En realidad, es motivo de gran alegría escuchar que en
cada edad de la vida, en cada situación, en cada condición social, somos y
permanecemos hijos. Este es el principal mensaje que los niños nos dan, con su
misma presencia. Solamente con la presencia recuerdan que todos nosotros y cada
uno de nosotros somos hijos.
Pero hay muchos dones, muchas riquezas que los niños llevan a la humanidad.
Recordemos solo algunos. Llevan su modo de ver la realidad, con una mirada
confiada y pura. El niño tiene una espontánea confianza en el papá y en la mamá, y
tiene una confianza espontánea en Dios, en Jesús, en la Virgen. Al mismo tiempo,
su mirada interior es pura, aún sin contaminar por la maldad, la duplicidad, lo que
ensucia la vida que endurece el corazón. Sabemos que también los niños tienen el
pecado original, que tienen sus egoísmos, pero conservan una pureza, una sencillez
interior. ( Catequesis del Papa Francisco durante la audiencia general del 18 de
marzo de 2015 ).
Quien mejor entendió esta infancia espiritual fue santa Teresita del Niño Jesús. He
aquí sus palabras: “puedo, pues, a pesar de mi pequeñez, aspirar a la santidad.
¡Engrandecerme, es imposible! He de soportarme tal como soy, con mis
innumerables imperfecciones; pero quiero buscar la manera de ir al cielo, por un
caminito muy recto, muy corto, por un caminito enteramente nuevo…Quiero
también encontrar un ascensor para remontarme hasta Jesús, puesto que soy
demasiado pequeña para subir por la ruda escalera de la perfección…He pedido,
entonces, a los Libros Santos que me indiquen el ascensor deseado, y he
encontrado estas palabras pronunciadas por boca de la misma Sabiduría eterna: Si
alguno es pequeñito que venga a mí. Me he acercado, pues, a Dios, adivinando que
había encontrado lo que buscaba, y, al querer saber lo que hará Dios con el
pequeñito, he proseguido buscando, y he aquí lo que he encontrado: Como una
madre acaricia a su hijito, así os consolaré yo: a mi pecho seréis llevados, y os
acariciaré sobre mis rodillas… ¡Ah!, nunca habían venido a alegrar mi alma unas
palabras tan tiernas y tan melodiosas. El ascensor, que me ha de subir al cielo, son
vuestros brazos, ¡oh, Jesús! Para esto, no tengo ninguna necesidad de crecer,
antes, al contrario, conviene que continúe siendo pequeña y, cada día, lo sea
más”. Sí, algo de especial tiene la niñez a los ojos de Dios.
Gran tarea: hacernos como niños . Requiere mucha dosis de humildad, de sencillez.
Dios nos dice que debemos pasar por la puerta estrecha, si queremos entrar en el
cielo. En el Reino de Dios sólo habrá niños, niños de cuerpo y de alma, pero niños,
únicamente niños. El Verbo de Dios, cuando se hizo hombre, empezó por hacerse
semejante a los hombres: un niño como todos. Podía, naturalmente, haberse
encarnado siendo ya un adulto, no haber “perdido el tiempo” siendo sólo un
niño…Pero quiso empezar siendo un bebé. Lo mejor de este mundo, ¡vaya que lo
sabía Dios!, son los niños.
Los niños son nuestro tesoro, la perla que aún puede salvarnos, la sal que hace que
el universo resulte soportable. Por eso dice Martín Descalzo que si Dios hubiera
hecho la humanidad solamente de adultos, hace siglos que estaría podrida. Por eso
la va renovando con oleadas de niños, generaciones de infantes que hacen que aún
parezca fresca y recién hecha. Los niños huelen todavía a manos de Dios creador.
Por eso huelen a pureza, a limpieza, a esperanza, a alegría. ¡No maniatemos a ese
niño que llevamos dentro con nuestras arrogancias, no lo envenenemos con
nuestras ambiciones! Por la pequeña puerta de la infancia se llega hasta el mismo
corazón del gran Dios.
La fidelidad cristiana, nuestra fidelidad, es simplemente mantener nuestra
pequeñez, para poder dialogar con el Señor. Por esto la humildad, la
mansedumbre, son tan importantes en la vida del cristiano, porque guarda la
pequeñez, a la que le gusta mirar al Señor (Cf Homilía de S.S. Francisco, 21 de
enero de 2014, en Santa Marta).
Fuera de este marco no se puede entender el misterio del Reino de Jesús: Pidamos
al Señor, por intercesión de Santa María Reina, que nos acerquemos más a su
misterio y de hacerlo en la forma que Él quiere que lo hagamos: el camino de la
humildad, el camino de la mansedumbre, el camino de la pobreza, el camino de
sentirnos pecadores. Así Él viene a salvarnos, a liberarnos. Que el Señor, por su
maternal intercesión, nos dé esta gracia.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)