Domingo XXVI del Tiempo Ordinario/B
(Nm 11, 25-29; St 5, 1-6; Mc 9, 37-42)
Cuidemos en nuestra vida la intolerancia, los celos y la intransigencia, pues
no son evangélicos.
Cuidemos en nuestra vida la intolerancia , los celos y la intransigencia, pues no son
evangélicos. Nadie tiene el monopolio del Espíritu, pues Él sopla donde quiere y
cuando quiere. No es propio del Cristianismo el ser intolerante , tajante y radical.
Basta ver a Jesús manso y humilde de corazón que tuvo paciencia con los
apóstoles, que predicaba el Reino con respeto, exigía desde los valores de la
justicia, verdad y solidaridad, y valoraba las cosas positivas de los maestros de la
ley y fariseos.
Recordemos, cómo Moisés, en la primera lectura, no se puso celoso porque Eldad y
Medad profetizaran. “ Ojalá que todo el pueblo de Dios fuera profeta y descendiera
sobre todos el espíritu del Señor” . Y el pasaje del Evangelio de Marcos (9, 38-40),
que hemos escuchado, hace referencia a la queja de los discípulos por una persona
que hacía el bien pero no era del grupo. Y “Jesús les corrige: No se lo impidan,
dejen que haga el bien. Los discípulos sin pensar, querían cerrarse en torno a una
idea: sólo nosotros podemos hacer el bien, porque nosotros poseemos la verdad. Y
todos aquellos que no tienen la verdad no pueden hacer el bien.
Por su parte el Concilio Vaticano II enseña que el Espíritu Santo dirige al Pueblo de
Dios mediante los sacramentos y los ministerios…y distribuye gracias especiales
entre los fieles de cualquier condición, distribuyendo a cada uno según quiere sus
dones, con los que les hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y
deberes que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la Iglesia” (LG
12).
Por su parte, el Papa francisco en Lumen Fidei 34 ha dicho que “La luz del amor,
propia de la fe, puede iluminar los interrogantes de nuestro tiempo en cuanto a la
verdad (…), que no se impone con la violencia, no aplasta a la persona. Naciendo
del amor puede llegar al corazón, al centro personal de cada hombre. Se ve claro
así que la fe no es intransigente, sino que crece en la convivencia que respeta al
otro. El creyente no es arrogante; al contrario, la verdad le hace humilde, sabiendo
que, más que poseerla él, es ella la que le abraza y le posee. En lugar de hacernos
intolerantes, la seguridad de la fe nos pone en camino y hace posible el testimonio
y el diálogo con todos.
Las palabras de Jesús hoy son una exhortación a la tolerancia y a la magnanimidad.
La exclusión sectaria, la mirada narcisista, la pretensión monopolizadora, son
actitudes extrañas al espíritu de Jesús. El cristianismo ha de saber acoger, apoyar y
estimular a todos los hombres que defiendan una causa noble, aunque no estén
inscritos en su comunidad ni pertenezcan a su confesión. A éstos, por mínima que
sea su acción humanitaria, no se les negará la recompensa divina. ¡Cuánto menos
la acogida humana!
La intolerancia, en cualquier circunstancia, personal, familiar, laboral, parroquial…
es una actitud equivocada. Y Jesús, como a los apóstoles nos corrige. A este punto
es lícito que nos preguntemos: ¿quién puede hacer el bien y por qué? ¿Qué significa
este no se lo impidan de Jesús? ¿Qué hay detrás de esto? En este caso los
discípulos eran un poco intolerantes, pero Jesús amplía el horizonte y podemos
pensar que dice: Si este puede hacer el bien, todos pueden hacer el bien. Incluso
aquellos que no son de los nuestros.
Pero, ¿cuál es la raíz de esta posibilidad que pertenece a todos los hombres? Es la
creación: El Señor nos creó a su imagen, y si Él hace el bien, todos nosotros
tenemos en el corazón este mandamiento: Haz el bien y no hagas el mal. Todos. Y
ante quien dice: Pero padre, este no es católico, no puede hacer el bien,
respondamos: Sí puede hacerlo, debe hacerlo; no puede sino que debe, porque
lleva este mandato dentro, en su corazón.
Pensar que no todos pueden hacer el bien es una cerrazón, un muro que nos
conduce a la guerra y a lo que algunos pensaron en la historia: matar en nombre
de Dios. Nosotros no podemos matar en nombre de Dios. En efecto, decir que se
puede matar en nombre de Dios es una blasfemia. El Señor redimió a todos con la
sangre de Cristo, todos, no sólo a los católicos. Todos. ¿Y los ateos? También ellos,
todos. Es esta sangre que nos hace hijos de Dios.
He aquí por qué todos nosotros tenemos el deber de hacer el bien. Si cada uno
hace su parte de bien, y lo hace hacia los demás, nos encontramos haciendo el
bien. Y así, construimos la cultura del encuentro; tenemos gran necesidad de ello.
Ningún obstáculo, por lo tanto, respecto a los ateos o de quien piensa de otra
manera: Haz el bien, nos encontramos allí porque por este camino de vida el Señor
hablará a cada uno al corazón. Hacer el bien es un deber, es un carnet de identidad
que nuestro Padre dio a todos, porque nos hizo a su imagen y semejanza. Y Él hace
el bien siempre.
Podemos preguntarnos si realmente somos tolerantes o intolerantes . Tolerantes en
qué. Intolerantes en qué y cuándo. Ya sabemos lo que nos vendrá. La intolerancia
de los intolerantes es tan grave, que Jesús les cuelga hoy al cuello una rueda de
molino ¡y al mar!, La intolerancia divide a los hombres, les amarga la existencia y
eso es un pecado contra el amor y su unidad. La intolerancia fastidia a los hombres,
y los hombres por eso se enemistan con Dios. La intolerancia es intolerable. Sólo
podemos ser intolerantes con el pecado y con el que me invita a ofender a Dios y a
mis hermanos. Pero nunca creer que tengo el monopolio de la verdad y la
salvación.
Señor, te pido, que me liberes de mi mal carácter, agresividad e intolerancia . De la
inestabilidad de mi carácter, el mal trato hacia los que se me acercan o se
relacionan conmigo, así como con mis familiares, parroquianos, amigos y vecinos…
Me arrepiento de haber incurrido en esta actitud y conducta, pero necesito de tu
celestial y poderoso auxilio para liberarme definitivamente de la intolerancia. Te
doy gracias Señor porque tú siempre escuchas al que te invoca.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)