XXVI Domingo Ordinario, Ciclo B
Unir no dividir
+Mons. Enrique Díaz
Diócesis de San Cristóbal de Las Casas
Números 11, 25-29: “Ojalá que todo el pueblo de Dios fuera profeta”
Salmo 18: “Los mandamientos del Se￱or alegran el coraz￳n”
Santiago 5, 1-6: “Sus riquezas se han corrompido”
San Marcos 9, 38-43. 45. 47-48: “El que no está con nosotros, está a nuestro favor.
Si tu mano te es ocasi￳n de pecado, c￳rtatela”
Dos pueblos unidos por la naturaleza, la historia y la posesión común de una tierra
fecunda y bella; dos pueblos que durante siglos vivieron los mismos sueños, las
mismas desventuras y la misma esperanza, ahora se encuentran divididos por el
odio, la muerte y una inmensa llanura convertida en erial por la ambición y la envidia.
Nadie, ni de un lado ni de otro, puede cruzar ese terreno en otro tiempo tan
productivo. “Si no es nuestro que no sea de nadie. Es preferible que se pudra a que
el otro lo aproveche”, es el pensamiento en ambos bandos. Ha habido acuerdos,
comisiones de reconciliación y búsqueda de soluciones, pero todo es inútil y se pierde
en el laberinto de la burocracia. Apenas se firma un pacto de no agresión que parece
abrir caminos de esperanza, un nuevo asesinato o violentas agresiones lo llevan al
fracaso. Así continúan dos pueblos hermanos separados por alambradas y por una
tierra abandonada, pero más separados por sus odios y ambiciones: “La única forma
de estar en paz, es no mirarnos”.
¿El otro es nuestro enemigo? ¿Si permito que el otro viva, se reduce mi seguridad?
Cuando todo parece a favor, cuando hay muchas cosas que nos unen, ¿por qué tienen
que aparecer esas pequeñas diferencias que vienen a obstaculizar la unión frente a
los gravísimos problemas? ¿Por qué la mezquindad y el sectarismo no nos permiten
enlazar los brazos y las fuerzas para afrontar las dificultades? Hay ejemplos
maravillosos de lo que puede lograr un pueblo unido. Ya “celebrábamos” en días
pasados el impresionante ejemplo que hace treinta años dio México ante el mundo
en el sismo del 85. Se recuerda la tragedia, pero también se recuerda con emoción
la entrega y generosidad de un pueblo que se une para levantarse de tan ingente
desastre. Pero dura poco y pronto aparecen los individualismos, las envidias y el
egoísmo. Pasa en todos lados, lo mismo en el gobierno, en las organizaciones y hasta
en la Iglesia. En el episodio que nos narra san Lucas nos revela que también sucede
entre los apóstoles. En la narración se pone en evidencia un estridente contraste
entre la mezquindad de los apóstoles, su puntilloso celo de grupo, y la generosidad,
la tolerancia y el espíritu abierto de Jesús. Los apóstoles descalifican a aquel hombre
“porque no era de los nuestros” y se lo prohíben, aunque lo que estaba haciendo era
expulsar demonios como era la misión de ellos mismos.
En este México tan golpeado por la adversidad y por la crisis, sacudido por los
crímenes y corrupciones, nos vemos tentados a descalificar a todo mundo, a construir
nuestros muros y a encerrarnos en nuestro castillo. Desconfiamos de todos y de todo.
Las mejores propuestas y las brillantes ideas son puestas en duda y aun los ejemplos
de entrega y de solidaridad no logran convencernos. ¡Como si fuéramos los únicos
que tienen la razón! Parecemos un mundo de locos egoístas, cada quien sintiéndose
salvador y redentor y descalificando a los demás. ¡Qué diferente es Jesús! Ninguna
sombra de envidia o de menosprecio por quien busca la verdad: “Todo aquel que no
está contra nosotros, está a nuestro favor”. Nosotros decimos lo contrario: “Todo
aquel que no está conmigo está contra mí”. Y nos autoproclamamos como únicos
poseedores de la verdad y de la justicia. Jesús nos invita hoy a abrir los ojos y el
corazón para aceptar que “los otros” también están construyendo el Reino. En
nuestra Patria hay muchos hombres y mujeres de buena voluntad y recto corazón
que están construyendo un mundo nuevo y nosotros no queremos verlos ni
reconocerlos. No puede haber envidias porque otros construyan, hagan el bien y
busquen justicia. Aquel que busca la verdad debería ser nuestro hermano y
representa a Jesús a quien le damos un vaso de agua. Qué angustioso mensaje ha
lanzado el Papa para que Europa acepte y reciba a los migrantes expulsados por la
guerra: no se pueden ver como enemigos, tenemos que reconocerlos como
hermanos.
Jesús está abierto a todos los hombres y mujeres, sean quienes sean, vengan de
donde vengan, pero exige radicalidad y quiere que quede bien clara su opción por el
Reino. Si de momento parece todo generosidad, después pronuncia palabras fuertes
y claras sobre el escándalo de los pequeños y el ser ocasión de pecado. Así como el
vaso de agua y los detalles que han tenido en cuenta a los pequeños, no quedarán
sin recompensa; los hechos y gestos que dañen y perjudiquen a estos mismos
pequeños, no quedarán impunes. Se ha visto tradicionalmente como escándalo, la
descomposición y corrupción de costumbres en modas y espectáculos, sobre todo en
el campo del sexo. Y tiene su importancia, pues a veces nos hemos acostumbrado a
un ambiente de hedonismo, permisividad y de desprecio de la persona que ya nada
nos escandaliza. En esto debemos tener mucho cuidado, pero no sólo en eso: la
desigualdad y la injusticia hoy son verdaderos escándalos que nos están llevando al
individualismo, a la falta de solidaridad y a la marginación de los más débiles. La
violencia, los crímenes, los ataques a la libertad, son verdaderos escándalos que
debemos de “cortar” en nuestra sociedad. El apóstol Santiago es contundente:
“Lloren y laméntense… sus riquezas los han corrompido… el salario que han
defraudado a los pobres está clamando contra ustedes”.
Hay quien ha tomado en serio estas exigencias de Jesús y ha comenzado a mutilar
sus miembros, como si tan sólo con cortar el miembro tuviera asegurada la
participación en el Reino. Jesús va mucho más allá. Expresa una exigencia de
radicalidad en nuestra vida y una apertura a los valores del Reino que nos llevan a
dejar a un lado todo lo que sea egoísmo. Miremos la misma actitud de Jesús. Abramos
los ojos y descubramos la gran cantidad de personas y grupos que trabajan por la
vida y siembran el Reino, que ayudan, sonríen y luchan. Acojámoslos y alegrémonos
con ellos, unamos nuestros esfuerzos a los de ellos. Después miremos nuestra vida:
¿qué necesito para ampliar mis horizontes? ¿Qué cáncer debo cortar? ¿Cómo voy a
construir el Reino con los que son diferentes?
Señor Jesús, que has buscado colaboradores entre los pequeños y despreciados, haz
que seamos capaces de abrir nuestros brazos al que es diferente y no desfallezcamos
en la lucha por construir tu Reino. Amén.