Pautas para la homilía
XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
El Hijo del hombre ha venido para servir y dar su vida
“Lo que el Se￱or quiere prosperará por su mano”
Merece la pena considerar esta frase extraída de la primera lectura porque lleva
consigo, podríamos decir, la esperanza escatol￳gica y da “el salto en el vacío” hacia
una concepción de Mesías que nada tiene que ver con la figura triunfal del rey
David. El Mesías es el siervo sufriente que expía los pecados del pueblo, aquel que
carga con nuestros crímenes, que se anonada a sí mismo para llegar a nosotros. Si
bien es cierto que esta comprensión teológica no deja de tener eco en el evangelio
de hoy, no está demás señalar que corresponde a un concepto de redención mal
entendido, que viene de la noci￳n de “sacrificio expiatorio” por medio del cual
Jesús, con su sangre y su muerte, “paga a Dios” por nuestros pecados.
Así pues, el designio de Dios prosperó en Jesús no a causa de su muerte, sino de su
propia vida coherente, entregada y pro-activa; de su fidelidad a la voluntad y amor
misericordioso de Dios Padre que quiere que todos los hombres se salven. Fueron
esas notas características de su vida y misión las que le acarrearon la muerte y no
una voluntad preconcebida de Dios como si de algún trueque se tratase ya que Dios
no cobra por perdonar. El riesgo patente de comprender así el designio y la
actuación de Dios para con su Hijo en esta historia de salvación es que nos
perdamos en la imagen de un Padre legalista cuya bondad está sujeta a nuestro
comportamiento No obstante, siempre podemos seguir dejándonos sorprender por
el impulso del Espíritu en la comprensión de este misterio pues los designios del
Señor son insondables e inescrutables sus caminos (Cf. Rm 11, 34).
“No hay criatura que escape a su mirada”
La palabra de Dios se nos presenta descubriendo, juzgando y vigilando al ser
humano hasta el punto de penetrar en lo más íntimo de su propio ser. Hasta allá
alcanza el conocimiento de Dios de modo que no hay quien escape a su mirada. A
pesar de su tono amenazante, este pasaje nos invita a acoger la Palabra de Dios
como aquella capaz de transformar nuestros corazones, de animarnos en el
ejercicio diario de conversión personal desde dentro, desde aquello que no se ve y
que se esconde en nuestras intenciones y deseos.
En un mundo que solo valora la efectividad de las acciones y, en función de ella, las
juzga, es muy importante no perder de vista la necesaria purificación del corazón,
de nuestras intenciones y deseos, no por medio de un ejercicio ascético
trasnochado, sino desde la apertura a la gracia que nos comunica Dios Padre por
medio de su evangelio de vida. Hablamos, pues, de una conversión desde la gracia
que nos impulsa a amar y nos mueve siempre a reconciliarnos para volver a
empezar.
“Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir”
La petición de los hijos del Zebedeo no está relacionada, como frecuentemente
sucede en el evangelio, con alguna curación o liberación. Al contrario, ellos no
manifiestan esa necesidad, sino más bien una tendencia muy humana y presente
en todos nosotros: el deseo de dominar y estar por encima de muchos o pocos, da
igual. La cuestión es colocarnos en un plano superior. Con esta declaración de
intenciones por parte de Santiago y Juan, Marcos pone de relieve que los discípulos
aún no han comprendido el término de la subida de Jesús a Jerusalén, esto es, su
propia muerte. Ellos están instalados en otra lógica y desde ella se preocupan solo
por pedir privilegios personales.
El desconcierto que posteriormente debieron sentir los discípulos ha de asemejarse
al que sentimos nosotros, cristianos de este siglo, cuando aún no acabamos de
comprender el mensaje de Jesús y las repercusiones que tiene para el momento
actual de nuestra Iglesia y de nuestra vida creyente. Ciertamente, la actitud de los
discípulos es criticable, no porque estén pensando en los privilegios de un reino
mesiánico de carácter temporal, sino porque olvidan que la revelación en Jerusalén
pasa por el camino de la cruz.
Posteriormente, Jesús va desarticulando las pretensiones personales de aquellos
dos seguidores para terminar afirmando que el Hijo del hombre no ha venido para
que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos. Estas palabras
nos invitan a dejarnos contrastar por la palabra de Dios que es viva y eficaz, y a no
edulcorar un evangelio que, si bien es Buena Noticia, no deja por ello de comportar
dolor, renuncia y sufrimiento. No es un llamado al pesimismo, sino a asumir los
riesgos de una misión que siempre encontrará resistencia dada nuestra natural
inclinación a encerrarnos en nosotros mismos y no emprender el camino hacia el
horizonte de plenitud que, en la persona de Jesús, se nos mostró para siempre en
la historia.
Fr. Ramón Alberto Núñez Holguín O.P.
Convento de Sto. Tomás de Aquino "El Olivar" (Madrid)