Saber escuchar
Nos estamos quedando sordos. Las palabras ya no llegan al corazón. La misma palabra se
ha desvalorizado. El silencio nos aterra, nos asusta. No somos capaces de acallar las
tempestades del espíritu. Hemos hecho alianza con el ruido, con el bullicio, aquello que nos
atora, ya no la garganta, sino, peor, el corazón. Podemos hablar, entonces, de la cultura del
ruido que nos lleva a olvidar, en dosis de calmantes sucesivos, nuestra propia realidad.
Salomón pide, para gobernar bien, el “saber escuchar”, es decir, el don de la sabiduría. La
escucha tiene que ver con el corazón, la sabiduría tiene como sede, el corazón. La sabiduría
tiene relación con la obediencia, ya que sólo se obedece desde el corazón y no con la mera
razón. Y la obediencia en su sentido teológico, es fe: Aceptación gozosa de la voluntad de
Dios. De nuevo se encuentran sabiduría y discernimiento, obediencia y fe.
La Palabra de Dios penetra las junturas del alma y del espíritu. Llega a lo más íntimo de
nuestro ser, ahí en donde se escucha en susurro sapiencial, la voz de Dios. Esta Palabra es
“viva”, es tajante, es “cortante”, tiene su eficacia propia, sabe delatar las conciencias, tiene
fuerza por sí misma, pone en dinamismo la obra creadora. Por lo mismo, sabe “del buen
gobierno” cuando se le escucha y se le tiene como referente de cordura y armonía.
Marcos nos revela un secreto que es propio de la sabiduría: La relación entre la mirada y la
escucha. “… y lo amó tiernamente”. ¡Increíble! El amor pone en juego la escucha y la
mirada. Sólo él las une, sólo él hace de ellas (mirada y escucha) una única realidad. Es el
secreto de la mística y de la contemplación, es el arte de los enamorados. Sólo quien ama,
sabe escuchar, escuchar en el silencio, con mirada fija, en audición contemplativa.
Cochabamba 11.10.15.
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com