XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
LA AVARICIA ROMPE EL SACO… CASI SIEMPRE
Por Pedrojosé Ynaraja
1.- La ambición y el orgullo son mala cosa. Hoy, a quienes son así, se les llama
emprendedores y queda muy bien así clasificarlos. Reconozco que hay gente
emprendedora que no son ambiciosos y vanidosos, pero son pocos. Ahora bien,
sinceramente, la jactancia y la codicia, si bien son pecados capitales, lo son muy
humanos. Quiero decir, mis queridos jóvenes lectores, que son malos, pero no
aberrantes. Enraizados en la interioridad del hombre, se asemejan a aquellas malas
hierbas que nadie sabe quién plantó, que se han apoderado del jardín, pero que
cuesta mucho que desaparezcan, pues, se han adueñado tanto del terreno que
parece se han identificado con él.
2.- Los apóstoles, estos dos apóstoles tan significativos, hermanos ellos, íntimos del
Señor, para más inri, le aman a Él y Él les amaba a ellos. Que de este amor quieran
sacar tajada. ¿Quién lo cree injusto? Es muy propio del hombre buscar y arrimarse
al influyente y al poderoso, para lograr una situación provechosa y que le asegure
un cierto bienestar. Cuando semejante pretensión, la que nos cuenta el evangelio
de la misa de hoy, nos la describe otro evangelista, según él, quien hizo la petición,
fue la madre de ambos, la zebedea. A nadie extraña que una madre quiera lo mejor
para sus retoños. Quede pues claro, que comprendemos las pretensiones de
Santiago y Juan. Y que nos sentimos identificados con ellos. Seamos sinceros, todos
deseamos aprovecharnos de semejantes situaciones ¿Quién va a perder la
oportunidad de prepararse un buen futuro? ¿Por qué íbamos a ser nosotros
diferentes de los demás?
3.- Pues sí, mis queridos jóvenes lectores, el hombre iluminado con la Fe, debe
descubrir nuevas realidades y cultivar pretensiones de otro género. Debe ver la
realidad de otra manera. Que es más auténtica que la que es capaz de observar con
los ojos de su cara. Es algo así como quien observa una tela pintada y, a simple
vista, solo aprecia unas figuras y unos colores, más o menos acertados. Ahora bien,
ya lo sabéis, el investigador acude a los rayos ultravioleta o a los infrarrojos, y
entonces descubre una firma o un diseño anterior que hubo en la tal superficie. El
descubrimiento enriquece la categoría que tendrá la tela, el precio al que podrá
vendérsela, muchas realidades técnicas de la época, o del autor, o de la escuela
que la realizó. Primero asombrará al investigador, después dará noticia, lo hará
público. En consecuencia, podrán cambiar apreciaciones que hasta entonces se
desconocían. Será diferente. Sí, nos toca a nosotros ser diferentes, ya que debemos
iluminar la realidad con la Fe.
4.- Si la máxima ambición de cualquier hombre es triunfar y ocupar un lugar
relevante, los apóstoles no eran diferentes al común de los humanos, querían ser
los primeros, los privilegiados, los que ocupasen un lugar seguro, un buen futuro
eterno. Más que reprimenda, el Señor emplea una cierta ironía muy en serio. No les
margina, no los descarta, en lenguaje propio del Papa Francisco. Trata con
paciencia de instruirles en la ciencia que Él ha venido a ofrecer, para enriquecer,
perpetua y acertadamente, a una humanidad que quiere que se renueve
totalmente. Que sea diferente.
5.- Ellos no se sienten apartados, continuarán con Él, porque, como dijo otro de
ellos un día: solo Él tiene criterios y da consejos de Vida Eterna. Continúa
advirtiéndoles que los poderosos tratan de esclavizar, son corruptos…. Son
sentencias que nos suenan a realidades de hoy. Desciende a lo práctico, a lo que
les debe importar a ellos. Deben ser servidores de los demás, la grandeza está en
la modestia. No es utopía lo que dice. Ellos lo aprendieron y han seguido
aprendiéndolo y practicándolo mucho todavía muchos otros, afortunadamente. Os
sugiero que toméis un papel en blanco y empecéis a escribir nombres de personas
que conocéis, de instituciones que practican los consejos de Jesús.
6.- Tal vez correspondan a un buen hortelano, a una atenta dependienta de
comercio, a un amable mecánico que atiende a quien le trae su coche averiado, a
un médico dotado de sensibilidad y comprensión, a una hermanita de la caridad o a
un voluntario que dedica su tiempo libre a complacer enfermos de un asilo….
¡tantos hay! menos famosos ellos que los de los conjuntos, las de las pasarelas o
de los deportistas de élite.
No olvidéis, mis queridos jóvenes lectores, que siempre, acordándoos del Maestro,
encontraréis una manera de actuar o vivir que, con penas y trabajos tal vez, seréis
felices y vuestro horizonte eterno también lo contemplaréis repleto de júbilo.